37 maneras de [no] encontrar el Tao, de Pepe Aldea

Interrumpo la serie de artículos dedicados al Amor y a la Poesía para reseñar el último libro de Pepe Aldea, un excelente escritor y amigo, que ha sido presentado en la pasada Feria del Libro de Madrid.


37 maneras de [no] encontrar el Tao, de Pepe Aldea. (Bubok Editorial)

Para encontrar el Tao (objetivo primordial del taoísmo –corriente filosófica y espiritual china–) y vivir en armonía, hay que recorrer un camino que Lao-Tse dejó escrito en el libro Tao Te Ching.

Félix, poeta, novelista y pensador, será el encargado, por orden expresa de su editor, de explicar en qué consiste el Tao a partir de los treinta y siete capítulos de la primera parte del citado libro.

El protagonista de la novela, Félix, es un personaje complejo amante y amado frente a odiador y odiado, genial y vulgar, atento y distraído, brillante y oscuro… Parece un compendio de virtudes y defectos en una misma persona. Me ha recordado a algunos personajes de la literatura cervantina como a Tomás Rodaja (de El licenciado vidriera), por su carácter ingenioso, inteligente y su planteamiento vital crítico y sarcástico. Además, Félix podría ser la síntesis de Don Quijote y Sancho, al fundirse en él tanto el idealismo quijotesco como el materialismo de su escudero.

Aunque no tenga una evidente similitud con el protagonista de Luces de Bohemia,  Max Estrella, las situaciones en las que se ve involucrado y algunos personajes que pululan por la novela (“los romanos”, por ejemplo) nos recuerdan el esperpento valleinclanesco.

XXII.  LA ESCALERA DEL TAO

«Lo humillado será engrandecido,
Lo inclinado será enderezado»

El cortejo seguía al coche fúnebre, conducido por un hombre altísimo. El cielo estaba cubierto de nubes grises que conseguían opacar por completo los rayos de sol, que se esforzaban en asistir al desfile. Estaban todos: el Hijo Único en cabeza, Ethan C. Gus, los romanos que marchaban formando una cohorte regular, severa, cuadrática, con tiros largos de negro; el doctor Argento… amén de una multitud de amigos, familiares, conocidos y autores.

Félix marchaba detrás, solo, con gesto humillado. Uno de los romanos alejó con un gesto a un perro callejero que quería unirse al grupo. Y lo consiguió de alguna forma, pues se aceró silencioso a Félix para transitar a su lado. Era de color canela y raza desconocida para el poeta, sin duda fruto de numerosos cruces. Era flaco como un galgo, la pelambre corta, las orejas breves y lacias, los ojos tristes como el desfile. Félix no le apartó y le dijo en voz baja:–¿Quién eres tú, sirviente de Hécate, mensajero de los muertos? Tu destino no es muy diferente del mío, puedes seguir si eres un buen chucho y te mantienes en silencio, El duelo obliga –el can bajó la cabeza–. Eso es, buen chico –dijo mientras acariciaba su cogote agradecido.


Pero además, podemos encontrar en la obra de Pepe Aldea momentos en los que el protagonista parece el propio Groucho Marx con su humor ácido y corrosivo:

¿«Redes»? ¿«Sociales»? Términos siniestros que al juntarse forman una mezcla explosiva, de consecuencias inimaginables. Como un ácido y una base, o Sofía Loren y un graduado.


Con este particular personaje se teje toda la trama novelesca llena de sorpresas, tanto en el formato –donde se combina la poesía con escenas teatrales–, como en el contenido –cargado de juegos de palabras, chanzas y frases ingeniosas–.

VIII.  NATURALEZA INESPERADA

«La suprema bondad es como el agua,
sin oposición llega a todos.
Habita en los lugares que los hombres aborrecen.
Así, está muy cerca del Tao»

Mí comunicación con Félix fue distante, fugaz y escasa pero posible al fin y al cabo. El escritor evitaba que nos viéramos y habláramos, y tuve que insistir para conseguir alguna documentación. Traté de acotar un poco la tarea y delimitar los capítulos del Tao Te Ching, tanto en forma como en contenido, a fin de intentar avanzar en la línea que la editorial exigía. Sin embargo, sus respuestas distaban de conducir a puerto alguno, y cran siempre enigmáticas, sintéticas, irrelevantes, soslayadas o, simple y llanamente, absurdas.

Así que tuve una idea. Me dijeron que sentía debilidad por los haikus, y le compartí mi interés y mis inquietudes por este tipo de poesía oriental. Le escribí, entonces, un email para intentar avanzar en esa dirección. Fui de menos a más para no perturbar su lugar, y sin saber bien cómo empezar fijé el punto de partida en la mera cuestión académica. Escribí que según la R.A.E, haiku es:

«Composición poética de origen japonés que consta de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente»

Añadí, para evitar sus comentarios mordaces –cosa que conseguí–, que es más revelador indicar que diecisiete sílabas abandonan un fugaz tema que acaba de ser sugerido. Finalmente apostillé que no es de extrañar que el arte zen haya encontrado refugio en un arte literario que apela a los sentidos en su «ser tal», libre de ataduras descriptivas.

¿Crees que lo conseguí?  Diría que sí y que no; cómo es esto posible lo sabrás al leer lo que me escribió de vuelta. Transcribo literalmente:

NATURALEZA INESPERADA

Flora y fauna
se asoman curiosas.
Gotas de haiku.

Pieles de cardo
en desnudos trigales
fertilizados.

Siete perdices
se burlan del calador.
Caen dormidas.

Tres pececillos
nadan en mil colores.
Se visten de agua.

La cucaracha
ya no puede caminar,
ebria de Cucal. […]


Como se puede deducir de lo anteriormente dicho, lo de menos es si se cumple el ambiguo título del libro: 37 maneras de [no] encontrar el Tao. Lo importante es deleitarse con una pequeña gran novela, llena de personajes curiosos y con un final sorprendente.

Enhorabuena a Pepe Aldea por su segunda novela publicada. Esperamos que siga ofreciéndonos obras tan interesantes como estas dos primeras.


© José Luís Pérez Fuente

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