72 kō de Felipe Espílez Murciano

72 kō, publicación independiente de Felipe Espílez Murciano, con las imágenes de la portada y la contraportada de María Ángeles Espílez, es un libro de pequeños relatos –y algunos poemas– caracterizado por una prosa llena de recursos líricos y de guiños metafóricos que convierten el texto en pequeñas perlas poéticas en prosa.

Valga como ejemplo el párrafo inicial del libro:

Era una tarde de abanicos abiertos, de radiante alegría y de luces sobrevenidas colgando de los ciruelos, bajo una cierta envidia silenciosa de los cerezos  que aún no se habían despertado de su invierno y esperaban ansiosos la resurrección de la primavera. (kō 1)

Con la excusa narrativa de un abuelo que lega a su nieto historias del calendario japonés, los 72 kō, Felipe Espílez nos presenta una tradición nipona, heredada de China, que divide los cambios estacionales del año en partes tan diminutas que abarcan cinco o seis días. El acontecimiento meteorológico o estacional de cada una de ellas está resumido en una frase o sentencia que el espíritu creativo de Felipe Espílez da vida con una imaginación desbordante y una sutileza dignas de las mejores prosas poéticas.

Para la civilización occidental, y dados los cambios que se producen en el clima de cada región, es posible que no todas las sentencias japonesas se ajusten a nuestro almanaque, pero no quitan mérito a la originalidad y a la precisión con que son propuestas.

Nuestro refranero castellano también recoge dichos populares y sentencias sobre el clima y la meteorología, pero no con tanta exactitud ni con el lirismo característico de los kō nipones.

Felipe Espílez ha sabido aprovechar la sutileza de los kō para dejar fluir su creatividad y tejer una red de pequeños relatos que nos van a sorprender por su singularidad y que están escritos en una prosa que dibuja paisajes orientales, unas veces habitados por personajes de cuento y otras en las que sirven de refugio a un poeta solitario que reflexiona sobre la vida, sobre el amor, sobre la poesía…

Después me alejé, despacio, despacio, llorando alegrías. Y comprendí que la vida es un devenir incierto con una mala salida. Pero que, mientras tanto, mientras que llegas al precipicio del olvido, merece la pena vivirla, aunque al final te quedes solo, solo contigo, que es como estar con Dios para el que nunca ha creído. (kō 61)

Si yo creyese en el más allá, cosa difícil porque ni siquiera creo en el más acá, compartiríamos eternidad, que es una medida que vuelve locos a los relojes de sol por el día y a las clepsidras por la noche. (kō 63)

A pesar de que el silencio es una constante en muchas de las producciones:

Cuando el silencio llama, cuando el silencio manda (kō 39)
En el silencio del tiempo de los relojes mudos (kō 63)
El silencio de lo incierto (kō 65)
En los reflejos de un espejo se veía el silencio (kō 69)
En el silencio de los ruiseñores dormidos (kō 69)

los rumores del agua, los sonidos de las hojas de un árbol y los cantos de mirlos o de los faisanes llenan igualmente unos exóticos lugares anclados en esas tierras orientales.

El tiempo, asimismo, es un elemento importante en sus textos, no solo como motivo recurrente en el paso de las estaciones y de los distintos kō, sino también como circunstancia vital inexorable:

El tiempo perdido que nadie recordará. (kō 54)
En el silencio del tiempo de los relojes mudos. (kō 63)
Libres de la tiranía del tiempo. (kō 65)

Su prosa poética, como decíamos antes, está cargada de recursos literarios, como metáforas:

Pero no calculó que la primavera, que todo lo renace en besos de aromas, también deshace el hielo de la memoria. (kō 1)
El trigo guardián de oro. (kō 24)

repeticiones:

Por ellos, por ti, por todos. (kō 25)
Nada es si no lo miras, nada es si no lo ves. (kō 28)

y personificaciones:

Aunque todos me llaman morera […], saben que yo me llamo, en realidad, morus alba. (kō 22)
El cielo se derrumba sobre la tierra dormida haciendo llorar a la arcilla. (kō 4)

Al dar vida a seres inanimados, muchos de ellos, además, son capaces de sonreír, como le sucede a un puente (kō 3) o al perejil (kō 67).

Durante toda la obra, Felipe Espílez nos muestra un yo poético cargado de ternura y sensibilidades múltiples, preocupado por el acto de la creación lírica, porque es poeta sin quererlo, solo porque fui traspasado por un sueño (kō 42):

Así será como celebraré la primavera: en voz baja, muy baja, la que tenemos los poetas cuando las aguas del alma nos mojan, cuando las aguas del alma nos traspasan. (kō 10).

Un momento en que se es poeta en el más puro sentido de la palabra, más lato, más fuerte, con la mirada cuajada de cristales transparentes. Con los ojos abiertos al espíritu del ángel purificador, el que da la blancura a la nieve, la música húmeda de los arroyos y la luz de oro al amanecer de oriente. (kō 67).

72 ko poemario de Felipe Espílez Murciano

Transcribo, como ejemplo, uno de los pocos poemas que aparecen el su obra:

8

11 al 15 de marzo: Florecen los primeros melocotoneros.

Hay un susurro de nidos en el aire denso,
un murmullo de hojas en el viento,
un rumor de agua de las fuentes de adentro,
un castaño rememorando inviernos.

Avenirse al deleite del silencio
y escuchar al mundo y a sus versos.

Poesía silente con aroma aún no nacido de cerezos.
mientras tus labios se duermen en el recuerdo de un beso.

¡Oye cómo florecen los primeros melocotoneros!

¿No los oyes?

Y como muestra de su prosa poética, copio aquí uno de los textos que considero todo un logro de su autor:

62

12 al 16 de diciembre: Los osos comienzan a hibernar en sus cuevas.

Y, uno, un día cualquiera en una tarde ya cansada, cuando el sol se desmaya, huele un aroma de espliego dormido en el aire del tiempo y se le saltan los años por los hombros. Y se hace niño en unos segundos de esencia de lavanda, mientras las intensas nevadas desmayan al campo desarmado.

En ese momento, el oso más viejo del monte sonríe y manda callar al bosque. Hasta que uno, vuelve a ser otra vez uno y se marcha por un sendero de crisantemos dormidos. Y deja en aquel sitio un momento de otra vida para que nazca un sueño. Después se retira lentamente a hibernar a su cueva, donde nadie osará romper el sosiego del sueño querido.

Y un poeta que lo ve, porque los poetas ven esas cosas, lo escribe. Nadie lo leerá porque a nadie le gusta leer sueños que no entiende.

De esta historia solo salen ganando el niño, el poeta y el oso.

¡Ah!, y los crisantemos. Que no era verdad que estuvieran dormidos.

En algunos momentos de su discurso poético, Felipe Espílez se dirige al lector para llamar su atención:

Si todavía la emoción no te ha tocado con sus alas, es cuestión de un momento, amigo. Luego te irás con la sensación de haber vivido. (kō 12).

Y, finalmente, se despide en el kō 72 cerrando el círculo estacional, agradeciendo el interés del lector y dejando la posibilidad de poder repetir la vida, los sueños y la lectura…


© José Luís Pérez Fuente

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