Acosos
Primer acoso
Carmen era una cría, en esa época, años 60 más que al día de hoy, con quince años, ya tuvo su primer y único novio, pero seguía siendo una cría.
Una tarde de domingo había quedado como siempre a las cinco con su novio para ir a misa. Sus padres habían salido a comer con unos amigos, por lo que dependía de ellos para poder salir, estaba a cargo de sus dos hermanas de seis años, la más pequeña se la habían llevado consigo.
Lo que podría pasar, pasó, llegaron algo más tarde de lo previsto. Cuando Carmen bajó el novio se había marchado. Se molestó mucho por esa actitud, pero no dejó de ir a lo que tenían organizado, ir a la misa de la tarde.
La Iglesia en que la daban a esas horas estaba un poco retirada de su casa, pero fue.
Al salir, pensó en dar un paseo para no ir a casa directamente, subió por la calle de Felipe II que a las siete de la tarde estaba poco transitada, al ser invierno la oscuridad se había echado encima rápidamente. La calle estaba iluminada, Carmen caminaba confiada; hasta que un hombre comenzó con el piropo más o menos habitual entonces:
-Hola guapa, ¿me dejas que te acompañe?
Carmen ni se volvió a contestar, siguió su camino, pero el hombre siguió insistiendo:
-Qué altiva eres que no me contestas, con lo bonita que eres….
Ella aceleró el paso, deseando llegar a una de las calles más transitadas, porque las que se cruzaban en su camino eran muy estrechas y no la apetecía meterse por ellas llevando a ese moscón al lado.
Él siguió aumentando el tono y el tipo de frases que soltaba, más ella no quería ni oírle.
Al fin llegó a la calle de Goya y tomó la calle de Alcalá en dirección a su casa, pero el moscón seguía detrás.
Cuando Carmen se sintió más segura, al haber mucha gente a la puerta de un cine, se volvió e increpó a ese hombre, pidiéndole que la dejase en paz. En ese momento recibió una bofetada por parte de él, Carmen se quedó atónita. La gente que estaba allí se arremolinó increpando al individuo en cuestión, reteniéndole para que ella siguiera su camino.
No quería llorar, pero la sensación que llevaba era la de culpar a su novio por no haber estado esperándola. Se dirigió a su casa con la esperanza de que el bofetón no se notase en su cara.
Sus padres se sorprendieron al verla. ¿Cómo vienes tan temprano? Su hora de llegar a casa un domingo eran las diez de la noche y solo eran las ocho. Explicó que Eduardo tenía que regresar a su casa antes porque tenían visita de un familiar del pueblo.
No contó nada a nadie, ni al novio. Eso sí estuvo enfadada con él una semana, hasta que se le pasó el disgusto.
Segundo acoso
Carmen había empezado a trabajar en una gran empresa como auxiliar administrativo con apenas quince años. Estaba preparándose como taquimecanógrafa y estudiando el francés que era lo que en ese momento se requería.
Estaba feliz, porque ya tenía un empleo fijo y podía colaborar con los ingresos familiares, en su casa, como en la de muchos, la cuestión económica era justita.
Ya llevaba un par de años allí, tenía diecisiete años a punto de cumplir los dieciocho.
Un día la convocan al despacho del director de personal para anunciarle que estaría como suplente de una secretaria que se daría de baja por maternidad, por lo que ella la sustituiría hasta que se incorporase de nuevo.
¡Qué contenta se puso! Lo mismo podía llegar a ser secretaria de dirección que era la máxima aspiración a la que podía llegar una chica en esos tiempos.
El director con el que la tocó trabajar ya era un poco mayor, por lo menos a sus ojos que era una jovencita. Posiblemente no tuviese más de cincuenta años, pero para ella era muy mayor.
Carmen enseguida se hizo con el puesto, con algún error que cometiese, pero estaba feliz.
Más un día, la llama al despacho su jefe, ella cogió su block y el lápiz dispuesta a lo que él la tuviese que indicar.
Pero sorpresa, el “buen hombre”, pidió que se pusiese a su lado, no enfrente como se ponía siempre, señalándole que viese algo que tenía a su derecha.
Confiada, se acercó y en ese momento, el jefe se levantó tomándola de la cintura plantándole un beso en la boca. Carmen se zafó de esos brazos, huyendo a su despacho, cerrando las puertas y totalmente consternada.
Desde ese momento, las puertas que tenían de comunicación, que siempre estaban abiertas, pasaron al cierre, que sólo se abrían cuando tenía que tomar notas a ese señor.
No pasó mucho tiempo, cuando la convocó a su despacho pidiéndole que acudiera también uno de los jefes de departamento.
Una vez que estuvo allí, el director la propuso que se quedase allí, en ese departamento, aprendiendo, aunque se incorporase su secretaria oficial, ya que pensaba que no se reincorporaría a su puesto, al tener un hijo.
Carmen no se lo pensó dos veces, dijo que no lo haría, que quería volver a su puesto anterior.
El director se quedó blanco y el otro señor, sorprendido, cómo podía ser que esta chica renunciase a ese trabajo que suponía una mejora económica y sobre todo de posición en un lugar importante de la compañía.
Cuando llegó el momento de volver a su anterior trabajo, su jefe superior la llamó a su despacho, para decirle que era una inconsciente, había renunciado a la oportunidad de su vida, ya nunca podría acceder a ser secretaria de dirección.
Carmen, muy tranquila le respondió.
-Ya lo sé, pero es que a mí no me soba ni me besuquea nadie que yo no quiera.
El hombre se quedó estupefacto. Pero enseguida respondió con una amenaza:
-No se te ocurra decir nada de esto a nadie, si lo haces, ya sabes que nadie te va a creer.
-No se preocupe, por mi parte no diré nada.
Y tanto que no dijo nada, ni siquiera a su familia. Sus padres además de llevarse un disgusto la recomendarían dejar ese trabajo y buscar otro. Al novio tampoco, porque estaba convencida de que era capaz de ir a la oficina y armarla gorda. Por lo que eso se quedó en el baúl de sus recuerdos, como aviso de que no debía ser tan ingenua y sobre todo no fiarse de ninguna persona del sexo opuesto.
© Texto y foto: Maruchi Marcos Pinto