Agenda en blanco
Al arribo ella observó el entorno buscándole, entre tanta gente habría una sonrisa.
Esperó, con la mansedumbre de los que nada saben, con el corazón tomando impulso y las valijas lengua afuera.
Cuando él llegó ver el sol en plena noche fue lo mismo. Ni él ni ella usarían reloj hacia adelante.
La luna les siguió hasta la noche espesa, donde él jugó a las caricias y ella se tornó más selva que antes, en el lugar de los que duermen soledades.
Él cedió a su isleña soledad y ella a sus besos, en batalla bestial contra los miedos (antiguos, muertos).
Ninguno de los dos, reitero, escribiría la agenda ni el estúpido reloj en adelante, sólo habrían de probar el verso y transcribirlo, tal como Dios manda.
Hicieron el poema como si el propio Eros lo ordenara.
© Lucía Borsani
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