Agosto el mes de los gatos

Siempre escuché que agosto era el mes de los gatos.

Sus largas correrías, saltos en el tejado y románticos maullidos le daban personalidad al octavo mes del año.  Las gatas aceptaban gustosas los apasionados cortejos de los felinos, en pos de un notorio aumento de la población gatuna noventa días más tarde.

Así que en diciembre recibía ofertas de gatitos de dos meses:  siameses, angoras, persas, scottish… con y sin pedigrí. Sus policromías eran más amplias que el arco iris: blancos, negros, grises, beige, pelirrojos, naranja, multicolores y atigrados. A pesar de ser yo una descendiente de la familia Gatti, no me permitieron tener uno en el departamento. Eso dejó en mi corazón, una pena y un socavón con la forma de las orejas y la cola de un gato.

Piensen: ¿qué se puede decir de quien tiene tres días de homenajes y celebraciones?

La mujer, la madre, el padre, el niño, la enfermera, el trabajador, los bomberos, los enamorados, tienen solo un día de reconocimiento al año.  Los gatos tienen tres:

– El 20 de febrero, “Día internacional del gato”, decretado por el lobby e influencias políticas de Socks, en la Casa Blanca. Socks era la mascota felina del expresidente Bill Clinton.
– El 8 de agosto declarado por el Fondo Internacional para el Bienestar Animal, y
– El 29 de octubre, día del rescate y adopción de los gatos callejeros.

A pesar de no haber convivido con estas mascotas, ellas siempre se las han ingeniado para aparecer en mis pinturas con sus personalidades tímidas o tomando los papeles protagónicos.

Retrato familiar con gato negro. Óleo sobre tela.  80 x 50 (1990) de Cecilia Byrne.
Retrato familiar con gato negro. Óleo sobre tela. 80 x 50 (1990) de Cecilia Byrne

En este retrato familiar no podía faltar el minino regalón. Black, elegante misterioso y arrogante, se ubicó en primer plano y maulló como si dijera en su idioma:

– ¡Soy el más importante de este grupo, un aristogato de pedigrí!

Todos lo miramos sin decir una palabra, inquietos por la presencia oscura de Black, y el atisbo oblicuo de ojos dorados.

– Estos humanos no valoran el afecto, la compañía y protección que les otorgo. Esta pintura eternizará mi noble papel con respeto y reconocimiento.

Todos aceptaron su presencia felina. Era, sin dudas, un miembro más de la familia. Los había conquistado con ronroneos, maullidos, lengüetazos y mordiscos. Aunque fueran humanos, la familia era su familia. La casa, era su casa. Ergo, sus lugares predilectos para dormir o jugar eran el bergere del padre, la  chaise longue de la madre, el escritorio del hijo mayor, la casita de muñecas de la hija y la cuna del “conchito”, alternándose entre ellos, según la orientación del sol. Cuando Black se posesionaba en un lugar, no había forma de desalojarlo; se hacía el dormido y si eso no daba resultados, otra de sus tretas era jugar con el invasor, pero nunca abandonar su ocasional lugar preferido.

Los gatos callejeros son más tímidos. Sus actividades favoritas son dormitar en los tejados, barandas y árboles. Cuando tienen oportunidad, juegan con lanas, pelotas y cajas de cartón. Su deporte predilecto es cazar ratones, lagartijas y pajaritos. Los buscan escudriñando rendijas, rincones y las frondosas ramas de los árboles.

Siempre me encuentro con estos adorables felinos callejeros en mis caminatas por distintas ciudades del mundo. Mi tentación es adoptar a los tiernos y amigables.  Otros, quizás con el complejo del “macho alfa”, me atemorizan y al final me alejo de esos lugares sin ninguno.

Jamás había visto tantos gatos callejeros como en la ciudad de Kotor, Montenegro. Símbolos peludos que circulan libres por esa urbe medieval.  Sus figuras gatunas constituyen el principal souvenir del lugar. Se venden pintados, modelados y estampados en poleras, pañuelos, carteras, bolsos, billeteras, cuadernos, lápices, chapitas, cajas,  todo con un gato luciendo un pañuelo amarillo con el nombre de la ciudad. El “Cats Museum”, tiene el registro de los gatos que se inscriben allí. Con el valor de dos euros se entrega un diploma de socio a su peluda, ronroneadora y consentida compañía.

Ropas al viento. Óleo sobre tela, 50 x 100 (2017) de Cecilia Byrne
Ropas al viento. Óleo sobre tela, 50 x 100 (2017) de Cecilia Byrne

En esta pintura del puerto de Valparaíso aparece otro gatito negro que no ostenta un nombre propio ni quiso tener un papel protagónico. De espaldas y sentado en una baranda de la avenida Alemania,  reflexiona sobre cuál actividad podría ser más entretenida: perseguir gallinas desprevenidas o la pelota que disputan unos niños. Desgraciadamente las ropas que vuelan al viento, a pesar su agilidad para saltar, no le son accesibles, porque le encantaría revolcarse entre ellas.

Como gato callejero, adoptó la casa marrón con marcos azules donde vive una lavandera. Le encanta subir la empinada escalera que conduce al balcón, ahí disfruta sus siestas al sol en verano y se protege de la lluvia en invierno; recibe las sobras de la comida familiar y uno que otro cariño que le prodigan los residentes al pasar a su lado

Cuando me casé me fui a vivir a un chalet y ahí me adoptó uno de estos vagabundos. En la noche atravesaba los patios aledaños para llegar a mi tejado y entraba sigiloso por la ventana de mi dormitorio. Recorría la casa con su andar cauteloso y reposaba sobre mis pies cansados hasta que lo espantaba mi marido con un cojín. En invierno, con mis ventanas cerradas, solo llegaba al basurero y comía lo que encontraba.  Yo sabía que nunca habría ratones mientras Micifuz, con su traje de policía, rondara por mi casa.

Los años me convirtieron en abuela. Es uno de mis títulos más preciados. Mis tres nietos, a lo largo de sus cortas vidas, han tenido gatos como mascotas. Los han cuidado, los han  amado y acumulan muchas  anécdotas en sus vidas.

A mi nieta Amelia le regalaron, para su octavo cumpleaños, una hermosa gata multicolor: blanco, negro y naranja. Su nombre: “Blanca María de la Mancha”. Dada su belleza y sex-appeal, fue rápidamente llevada al veterinario, para evitar preñeces no deseadas. Pero como siempre ocurre, fue demasiado tarde.

En Nochebuena, al llegar a la casa de mi nieta, me abrió la puerta y gritó:

– ¡Ven a conocer a tu tataranieto!
– Amelia, ¿quééééé?
– Tu tataranieto, el Benito, Bubú (así me llaman mis nietos) .

Ante mi extrañeza me explicó:

– Yo soy tu nieta. Blanca María es mi hija. Ella es tu bisnieta y Benito es tu tataranieto. Es muy top, ¿no?

Entendí la relación familiar, pero en materia de parentescos, me costó asimilar los extremos a los que me condujo Amelia.

Benito, un gato blanco con manchas negras, se convirtió en el amigo y compañero inseparable de mi nieto José Tomás. Ambos dormían abrazados, emitiendo una deliciosa melodía de ronquidos y ronroneos.

Como la artista de la familia tuve que pintar el retrato de la Blanca María de la Mancha y del Benito. La mayor dificultad fue lograr que posaran juntos. Les comparto el resultado de esa felina y audaz experiencia.

Blanca María y Benito. Óleo sobre tela,  60 x 50 (2017) de Cecilia Byrne
Blanca María y Benito. Óleo sobre tela, 60 x 50 (2017) de Cecilia Byrne

Blanca María, antes de posar, se pasó todo el día acicalándose. Su elegancia y distinción no fueron opacados por sus largos bigotes blancos que temblaban registrando el nerviosismo de permanecer estática. Benito estaba muy intrigado. Nadie le explicó la razón para tener que inmovilizarse junto a su madre. Su temperamento lo ayudó en su estoica postura.

En mi vida con los felinos atesoré anécdotas como para escribir un libro.  Gatos encerrados en armarios y cajones por horas y tardes enteras. Orgullosos, entregando sus trofeos de caza esperando mis elogios por su contribución, sin entender mis aullidos y gritos. Tranquilizándolos después de desconocer que no se pueden atravesar los vidrios de los ventanales y sin comprender por qué no se puede. Narcisistas frente a un espejo. Talladores y esculpidores (no deseados) de patas de muebles y armarios. Contorsionistas innatos, cazadores de insectos, perseguidores de balones y trapecistas de cortinas. Pero, cada vez que me siento a escribir el libro de las anécdotas felinas, un peludo se acerca, me distrae y me hace dormir con sus ronroneos.


Texto e imágenes © Cecilia Byrne

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies