Ahí mismo (Poesía erótica I)
La literatura universal tiene numerosos ejemplos de obras dedicadas a la expresión de los sentimientos amatorios o a la descripción de experiencias y sensaciones físicas relacionadas con el amor y la sexualidad. Y es, sobre todo en la lírica, donde podemos encontrar un amplio abanico de autores y temas relacionados con el erotismo. En esta primera entrega, presento dos textos de poetas españoles que servirán como avance o carta de presentación de este ardoroso tema.
El origen de este artículo está en la decisión de releer la obra de uno de los grandes poetas del siglo XX, Claudio Rodríguez. En su libro, El don de la ebriedad y otros poemas, aparece un texto titulado “Ahí mismo”, un poema que, utilizando un simbólico lenguaje litúrgico, describe el sexo femenino. El coordinador de la edición, Ángel L. Prieto, lo describe así: Desde el título a los versos finales, el poema se construye como una prolongada deixis del sexo femenino después del amor, mediante una caracterización que se nutre de vocablos del ámbito religioso y monástico: «altar», «redentora», «cáliz», «celda»… Algunos términos que indican oscuridad o difuminación («niebla», «humo ciego», «a oscuras») remiten a una docta ignorancia que propicia la pasividad receptiva donde la inocencia contemplativa está bañada por la claritas («luz», «transparencia», «resplandor»…). Se trata de una oposición de contrarios propia de las experiencias místicas. 11. Rodríguez, C. El don de la ebriedad. Edición de Prieto de Paula, A. Ed. Mare Nostrum. Madrid, 2005.

Este es el poema:
AHÍ MISMO
Te he conocido por la luz de ahora,
tan silenciosa y limpia,
al entrar en tu cuerpo, en su secreto,
en la caverna que es altar y arcilla,
y erosión.
Me modela la niebla redentora, el humo ciego
ahí, donde nada oscurece.
Qué trasparencia ahí dentro,
luz de abril,
en este cáliz que es cal y granito,
mármol, sílice y agua. Ahí, en el sexo,
donde la arena niña, tan desnuda,
donde las grietas, donde los estratos,
el relieve calcáreo,
los labios crudos, tan arrasadores
como el cierzo, que antes era brisa,
ahí, en el pulso seco, en la celda del sueño,
en la hoja trémula
iluminada y traspasada a fondo
por la pureza de la amanecida.
Donde se besa a oscuras,
a ciegas, como besan los niños,
bajo la honda ternura de esta bóveda,
de esta caverna abierta al resplandor
donde te doy mi vida.
Ahí mismo: en la oscura
inocencia. 22. Rodríguez, C. El don de la ebriedad. Edición de Prieto de Paula, A. Ed. Mare Nostrum. Madrid, 2005.
La voz del poeta se ve atrapada en un delirio contemplativo del sexo femenino y la terminología de ritual sagrado aparece ya desde el primer verso: Te he conocido (si entendemos el verbo conocer con su bíblico significado de ‘tener relaciones sexuales’), que luego se ve reforzado en el tercer verso: al entrar en tu cuerpo, en su secreto, / en la caverna… Y aquí comienza la prolongada deixis del sexo femenino después del amor que culmina en los versos finales: bajo […] esta caverna abierta al resplandor / donde te doy mi vida.
Además de la simbología religioso-monástica citada por Angel L. Prieto («altar», «redentora», «cáliz», «celda») y de la contraposición oscuridad-claridad, que puede tener relación con la caverna de Platón, donde las luces y las sombras crean realidades distintas dependiendo del punto de vista, nos encontramos con una serie de definiciones del sexo femenino relacionadas con uno de los elementos presocráticos de la naturaleza, la tierra, a la que Jenófanes atribuyó el origen de la vida, el principio de todas las cosas. Así aparecen los conceptos arcilla, erosión, mármol, sílice. arena, caverna (en dos ocasiones), bóveda, grietas, estratos, relieve calcáreo, que convierten la vulva y la vagina en una estructura terrenal, tangible, tridimensional y polimorfa, generadora de un éxtasis vital, religioso.
Pero esta visión terrenal también tiene su contrapunto en una perspectiva onírica, ya que también el sexo femenino es la celda del sueño diluida en la transparencia.
El estado de arrobamiento y admiración que se observa en la composición poética de Claudio Rodríguez contrasta con el punto de vista metafísico y analítico con el que Carlos Marzal aborda la descripción del órgano sexual externo femenino en su poema “El origen del mundo”, que aparece en el poemario Metales pesados:

EL ORIGEN DEL MUNDO
A Felipe Benítez Reyes
No se trata tan sólo de una herida
que supura deseo y que sosiega
a aquellos que la lamen reverentes,
o a los estremecidos que la tocan
sin estremecimiento religioso,
como una prospección de su costumbre,
como una cotidiana tarea conyugal;
o a los que se derrumban, consumidos,
en su concavidad incandescente,
después de haber saciado el hambre de la bestia,
que exige su ración de carne cruda.
No consiste tan sólo en ese triángulo
de pincelada negra entre los muslos,
contra un fondo de tibia blancura que se ofrece.
No es tan fácil tratar de reducirlo
al único argumento que se esconde
detrás de los trabajos amorosos
y de las efusiones de la literatura.
El cuerpo no supone un artefacto
de simple ingeniería corporal;
también es la tarea del espíritu
que se despliega sabio sobre el tiempo.
El arca que contiene, memoriosa,
la alquimia milenaria de la especie.
Así que los esclavos del deseo,
aunque no lo sospechen, cuando lamen
la herida más antigua, cuando palpan
la rosa cicatriz de brillo acuático,
o cuando se disuelven dentro de su hendidura,
vuelven a pronunciar un sortilegio,
un conjuro ancestral.
Nos dirigimos
sonámbulos con rumbo hacia la noche,
viajamos otra vez a la semilla,
para observar radiantes cómo crece
la flor de carne abierta.
La pretérita flor.
Húmeda flor atávica.
El origen del mundo. 33. Marzal, C. Metales Pesados. Ed. Tusquets. Barcelona: 2004.
Como podemos ver, el poema de Carlos Marzal podría parecer un texto argumentativo, un ensayo histórico y, sobre todo, biológico. Después de las tres primeras estrofas en las que define el sexo femenino por eliminación de conceptos:
- No se trata tan sólo de una herida…
- No consiste tan sólo en ese triángulo / de pincelada negra…
- El cuerpo no supone
el poeta concluye con una definición, lo que podría considerarse como una tesis del ensayo propuesto:
- Húmeda flor atávica. / El origen del mundo.
Marzal no pretende, como sí lo hacen los textos argumentativos, persuadir o convencer, sino que quiere expresar su posición de poeta y las sensaciones que le produce su analítica visión del sexo femenino. Para ello utiliza un lenguaje figurativo, simbólico, asociando distintos significados cercanos a la propia naturaleza humana (herida, cicatriz), al mundo vegetal (flor) o totalmente abstractos (argumento, origen):
- herida de deseo,
- concavidad incandescente,
- triángulo de pincelada negra,
- único argumento del amor y de la literatura,
- el arca que contiene la alquimia milenaria de la especie,
- la herida más antigua,
- la rosa cicatriz de brillo acuático,
- la hendidura,
- la flor de carne abierta.
- la pretérita flor,
- húmeda flor atávica,
- el origen del mundo.
Hasta aquí la primera introspección en la lírica erótica, centrada en la descripción del sexo femenino (por parte de voces de clavel varonil). Para la siguiente ocasión quedan pendientes otros puntos de vista, tanto masculinos como femeninos y, lógicamente, el mundo genital masculino, que, en ocasiones, queda bastante mal parado… Pero esa es otra historia, casi interminable, que continuará…