Al alba en Copenhague
Amanece a las 8.40 y atardece a las 15.45 en Copenhague. Desde el ventanal de McDonald’s que da a la Radhuspladsen, recién estrenado el atardecer, he visto elevarse hasta el cielo algunos pequeños fuegos artificiales que estallaron en lluvia de colores. Nada que ver con los fuegos artificiales que vemos en los festejos de fiestas españoles.
Ayer por la tarde comenzaron a lanzar cohetes los daneses para despedir el año y recibir a 2020 con alcohol y con ruido.
En la Plaza Roja ya no brillan las luces del gran árbol de Navidad que hasta hace unas horas iluminaba a los paseantes.
Imagino que ha sido desinstalado para dejar todo el espacio libre a quienes mañana acudirán a festejar la llegada del nuevo año.
A la derecha del Ayuntamiento, la estatua del viejo Hans Christian Andersen contempla el ir y venir de unas gentes cuyo caminar se entrecruza para efectuar las últimas compras de la cena de Nochevieja. Andersen los observa estoico y se deja fotografiar con los turistas venidos de todo el mundo. Es la foto obligada. Y él se deja querer por niños y por los adultos que un día fueron niños enamorados de sus cuentos.

A pesar de la cercanía de la plaza a mi hotel, no vendré a la Plaza Roja mañana. Al parecer, es el único día del año en el que puede ser peligroso salir por la noche en Copenhague. Además, esto no se parece a Madrid. Y yo siempre despido el año escuchando las campanadas de la Puerta del Sol. Es por eso que he traído una botella de cava español que he puesto a enfríar junto a las uvas en el pequeño frigorífico de la habitación del hotel.
Nos hace falta suerte. Tal y como están las cosas en España, nos va a hacer falta mucha suerte. No seré yo quien rompa ni una sola de las tradiciones que podrían propiciarla. Por eso, les confieso que a escasos metros del canal por el que paseo algunas veces mi nostalgia, brindaré por todos mis familiares y amigos, y por todas las buenas gentes que añora mi corazón. Y levantaré mi copa para desear que el 2020 nos traiga salud, felicidad, sentimientos amables, serenidad, momentos maravillosos e inolvidables y, a ser posible, sensatez y cordura, dos cosas de valor inestimable.
Feliz Año Nuevo desde la fría y hermosa Copenhague.