Amanecer en ruta
Se abren mis ojos mientras el horizonte tiembla. Las estrellas se cuelan por los huecos del amanecer. Desde las eternas montañas me llegan viejos sonidos que arrullan mi alma.
Las grullas vuelan con alas de alba y los pinos recuerdan viejas promesas de samuráis de la leyenda. Un junco me ofrece su katana verde para cortar el aire del amanecer y que el sol nos bese con sus rayos de miel.
Aquella flauta… aquella flauta que alguien toca a lo lejos despierta a la mañana, el búho cierra los ojos con pestañas de calma. Pronto vendrán las golondrinas a poner sonrisas en el aire.
Me pongo las sandalias, me seco las manos con el pañuelo del tulipán más blanco. Se oye la flauta más cercana. ¿Será que alguien viene a verme?
En la montaña, solo. Llora un cuco, ríe la fuente. Un nuevo día que se quedará en mi frente, mi noche se apaga, se enciende el este.
Por la ventana del mundo, quiero asomarme, por la ventana del mundo, quiero verte. El río se marcha al mar con su corriente, la vida me lleva al mar, hacia la muerte.
Pero, en lo efímero de mi existencia, las montañas me recuerdan que aún no es la hora. El Fuji me mira, con su vestido de nata, después, la niebla lo aleja de mi mirada y yo me quedo teniéndolo todo sin desear nada.
Un haiku del maestro crece al lado de una amapola.
¡Cómo canta el corazón en la voz del tiempo!
Texto e imagen © Felipe Espílez Murciano