Amor por carta

Matilde dijo siempre que ella no era bonita, pero sí interesante. Con ojos de nieta no podía menos que verla hermosa entre sus cuadros, poemas y extravagante presencia.
Mi abuelo Héctor la conoció por foto, allá en Italia, en la casa de una amiga: «Ésta es mi prima Matilde, de Paysandú, Uruguay», escuchó y de inmediato se generó entre ambos un intenso correo sentimental en papel y viaje (real) de barco. Pero Matilde, gran maestra de vida, no quiso foto, se conformó con lo que las letras pueden hacer por uno como espejo. Las cartas tardaban lo resignadamente necesario en llegar al destinatario, es que viajaban en barco y ni siquiera soñaban con los click de nuestros ordenadores…
Un día Héctor anunció su viaje, pero no para conocerla: para casarse con ella.
Cuando pisó suelo uruguayo y sus rostros se encontraron, Matilde dejó traslucir un gesto extraño, algo desilusionado, entonces aquel hombre de voz de barítono expresó:
«Si no le gusto, me tomo el primer vapor y me vuelvo». Matilde hizo un gesto con la cabeza y con la mayor decisión que una mujer puede tener en esos momentos respondió:
«Quédese, trataré de quererlo».


© Lucía Borsani

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