Ángela Reyes
Ángela Reyes, escritora y directora de la Tertulia poética Tardes de Prometeo ha presentado el pasado 5 de octubre, en La Casa de la Rioja, su último poemario titulado Los músicos dormidos, publicado por la editorial Huerga & Fierro.
Se trata de una obra que recopila sesenta y cinco sonetos con los que su autora pretende mantener siempre viva la llama de la vela que ha de alumbrar el recuerdo que tengo de aquellos a quienes tanto quise y que hoy ya son «Músicos dormidos».
El libro está dividido en cuatro partes. Las dos primeras son un acto poético en honor a su esposo Juan Ruiz de Torres, poeta ilustre, y un canto al amor y a la vida que viví junto a él a lo largo de treinta y cuatro años. La tercera parte está dedicada a la muerte de su hermano César y la última a la pérdida de su padre.
Vibrato es el título del primer capítulo, integrado por una serie de poemas dedicados a artilugios musicales directamente relacionados con Juan Ruiz, porque él los rasgueaba o tocaba –como la guitarra o la armónica–; también instrumentos propuestos por el hecho de haberlos escuchado juntos –como el saxofón– o con la intención de identificar alguno de ellos con situaciones personales vividas de forma cercana junto a la poesía. He aquí algunos ejemplos:
Pega tus labios al acero frío,
como ayer a mi boca los pegabas,
y en abriendo la armónica sus alas
la música me lleve hacia el delirio. (La Armónica y III)
Inventario de lunas era el saxo
por calles de Manhattan. Juan, ¿recuerdas
la magia de los blues de Louis Armstrong? (El Saxofón)
Soy el macillo tierno que te inflama […]
Con golpecitos lentos te acaricio
por ver si trina el pájaro canoro,
el que habita en tu pecho todavía. (El Xilófono)
Te veo entre mis sueños, satisfecho
de haber sido mi tuba preferida,
arpa para mi piel estremecida,
Ukelele tendido por mi pecho. (Varios instrumentos)
Transcribo íntegro, dado el intenso cariño con el que lo expresa la autora, el poema titulado «El Vals», que pone fin a esta sección instrumental:
El Vals
La casa está encendida
Luis Rosales
Baila conmigo el vals de despedida,
mi amor, el último y el más amargo,
Vals como ardiente espada, rejón largo
que deja nuestra sangre dividida.
Ciego Vals nos persigue y nos rodea
con trémolos de lánguido desierto:
nos pone el corazón al descubierto,
lo convierte en torcaz que no zurea.
Si vivir es corres hacia la muerte
y morir es nacer en la Otra Vida,
pon tu mano en mi talle, ciñe fuerte
y bailemos hasta que tú te vayas
a levantar en celestiales playas
la casa con la luz siempre prendida.
En el segundo bloque de sonetos, titulado Allegro, encontramos una voz poética bañada en recuerdos, rodeada de objetos que recuerdan su vida junto a Juan Ruiz y salpicada de reflexiones sobre su ausencia, con el deseo de recuperarlo o con la necesidad de creer en Otra Vida. Una de las imágenes más empleadas en estas estrofas está relacionada con el agua, en sus diferentes formas: río, pozo, lluvia, olas, aguaceros, mar… Cito a continuación algunos fragmentos:
Estos y otros recuerdos van conmigo […]
La casa sigue aquí, querido amigo,
junto al cantil de mi memoria, presa
del tiempo que galopa en desbandada. (Casa de El Palancar I)
Ya sabes que mi boca es un anzuelo
donde muere tu beso estremecido. (Debajo de mi piel estás tendido…)
Si pudiera encontrarle… ¡qué quimera!
Desenterrar su beso yo quisiera
de la nada bendita y opresora. (Ángeles de diciembre vespertino…)
Necesito creer en la Otra Vida […]
Quiero ser otra vez fuego activo,
tu compañera, novia, luz de acanto
y volver a querernos tanto, tanto. (Necesito creer en la Otra Vida…)
Fluye el agua, me inundas, me desvelo
cuando siento tu dardo revivido. (Debajo de mi piel estás tendido…)
Mas del río de amores, transmundano,
hoy llevo el cauce seco por mi piel. (Me fatiga dormir en esta cama…)
Quiero el mar de tu cuerpo navegable,
la lluvia que a mi soledad arriba […]
Ser la lágrima que partió contigo. (Mi cuerpo: tierra blanca y confortable…)
Destaco uno de los poemas más hondos en cuanto a sentimiento y anhelo poético de esta segunda parte:
Quiero hacer de mi vida tibio guante
que a tu cuerpo se adhiera más que un beso.
Como el ave que busca su cantueso
así busco en mis sueños tu semblante.
Juan, yo iré por tus lomas siempre errante
bebiendo el aguamiel del hondo hueso.
Deja que en ti me embosque y si regreso,
que el corazón de tanto arder me cante.
Aunque venga la lluvia a tu cintura
y apague los rescoldos de la hoguera,
yo seguiré viviendo en tu ceniza.
Nadie podrá curarme la locura
de ser el viejo tronco que bautiza
la pira original de tu cadera.
Andante es el título que agrupa el tercer conjunto de sonetos dedicados, en este caso, a la muerte y la ausencia de su hermano César.
Los objetos relacionados con él y los lugares imprescindibles cobran vida gracias a unos versos cargados de recuerdo.
Desde mayo la silla está vacía,
mas no ha perdido su calor humano,
la huella en su madera de la mano
del hombre que hace poco sonreía. (Desde mayo la silla está vacía…)
En tu diestra se levantaba El Prado
con Goya y su duquesa casquivana.
En la izquierda doblaba la campana
del templo de Gaudí, inacabado. (Tenías el mentón bien cimentado…)
El tono elegíaco aparece en algunas ocasiones, como estas:
Con mayo te topaste, hermano mío.
Con mayo y con sus perros aulladores,
rosas de acero, viento en los alcores
malograron los juncos de tu estío. (Con mayo te topaste, hermano mío…)
Mas tu lucha continuará en el cielo.
Allí también verás a niños pobres,
a santos que requieren tu consuelo. (Qué duro y prolongado tu combate)
Aunque en toda su obra está reflejada la presencia de Dios, es en esta parte donde el lamento y la plegaria hacia Él se hacen más patentes:
Padre, por qué no le pediste al Amo
un poco más de aceite en la aceitera,
si todo él olía a sementera
y por sus montes retozaba el gamo. (Padre, por qué no le pediste al Amo…)
Señor, si fue remero en tu navío,
si te amó despacito, ¿qué más quieres? (Toda entera su voz olía a luna…)
Adiós, hermano. Para ti ya suena
la voz de Dios caliente y tremolada.
Te llama desde la Ribera ignota. (Contento vas con la patinadora…)
Para finalizar esta sección, transcribo dos destacables fragmentos en los que Ángela Reyes reflexiona sobre la muerte y sobre la vida:
No te fuiste por falta de amapola
ni de besos en tu escarchada frente.
Te falló el Cuidador que en su aureola
no vio a la Dama de cabello torvo
pegar su boca al caño de tu fuente
y beberse tu vida sorbo a sorbo. (No cabe duda de que Dios dormía…)
Esta es la vida que nos dan, no hay otra
y tienes que vivirla como puedas.
A veces al amparo de la estrella
o perseguido por la fiera loba. (Esta es la vida que nos dan, no hay otra…)
El último apartado lo componen nueve sonetos dedicados al fallecimiento de su padre con el título de Adagio. Es un compendio de recuerdos, situaciones personales y especulaciones:
No sé si al fin estás junto a Su vera.
A la tuya tuvimos pan y aliento
y la más tibia paja para el nido. (Tú fuiste mi primer querido muerto…)
Recuerdo mi niñez palo de rosa,
sobre corcel de sueño fugitivo.
Alguna lluvia tuve, poca cosa,
y un padre abrazador y sensitivo. (Recuerdo mi niñez palo de rosa…)
Visité el cementerio esta mañana.
Todo estaba en su tumba de honda pena,
bien sellado con lágrimas, arena,
crisantemo que el viento lo azafrana. (Visité el cementerio esta mañana…)
Creo en Dios, pero más y sobre todo
en el olor a padre de tu armario.
Entre tus trajes fríos me acomodo
para gozar del último latido,
del eco de tu risa, hoy sudario,
de tu beso pequeño y compartido. (Miro al cielo mas no te veo arriba…)
En definitiva, esta nueva obra de Ángela Reyes constituye un emocionado homenaje familiar, es un túmulo de palabras y sentimientos levantado mediante estrofas cuidadosamente engarzadas y sirve, también, como recuerdo de los seres queridos ausentes, especialmente elaborado con delicadas imágenes que reflejan el cariño de una voz poética agradecida y enamorada.