Anónimo
No puedo precisar el momento exacto en el que me di cuenta de que yo era el otro. He pasado horas sentado en el sillón de la sala, sosteniendo una taza de café ya helado, sin encontrar el recuerdo justo, la imagen concreta de mi primera experiencia en el papel del otro. Quizás la primera vez sucedió mientras todavía no tenía una conciencia propia. Esa es la versión que he terminado por aceptar. Nunca he logrado decidir si he tenido una buena o una mala vida. Hay recuerdos sublimes a los que recurro, como al cálido abrazo de una amante, pero también hay recuerdos terribles que desearía olvidar. He compartido la cama con miles de hermosas mujeres. He contado billetes hasta que ya no podía mover los dedos entumecidos. He conducido autos de lujo, aviones, yates. Sin embargo, también he visto morir a cientos de hijos. Me he despedido de quienes creía que eran el amor de mi vida. He sostenido las manos agonizantes de cientos de madres, de cientos de padres. No podría decir si he sido afortunado o desdichado porque ninguno de esos recuerdos, ninguna de esas sensaciones, han sido realmente míos. Siempre me han llegado de pronto, cuando menos lo espero. Siempre he sido el otro, en el que nadie piensa, al que nadie imagina cuando dice: “Dios mío, esto no me puede estar pasando a mí”. Siempre he sido ese rostro anónimo que aparece cuando alguien sacude su cabeza con recelo y exclama: “Esto no me lo creo, seguro que le está sucediendo a otro”. Y así pasan mis días, aguardando experiencias ajenas y soñando con el día en el que por fin deje de ser el otro y comience a ser yo mismo.
© Kalton Bruhl
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