Atleta del mate
En mi paisito, Uruguay, tomamos mate. Al amanecer los más tradicionales y durante todo el día los más fanáticos, el arte de cebarlo se aprende desde joven y ya forma parte de la cédula de identidad. Inclinar el termo con agua caliente con la suficiente destreza de no mojar toda la yerba y dejar quieta la bombilla que apenas se irá trasladando como las agujas del reloj son algunas de las habilidades del arte de cebar. Lograr la espumita en la superficie, otra.
Grandes diferencias con los materos argentinos, es fácil identificar al uruguayo: va con el mate a todo lugar, salvo que algún cartel protocolar le prohíba la tradición. Mala suerte. Quedará la matera cerrada, colgada como cartera, y las ganas de matear literalmente amargándole el momento.
Y uno cree estar acostumbrada al mate cotidiano, hasta que se le da por mirar por la ventana y ve la proeza: la del muchacho que acaba de pasar en bicicleta pedaleando y cebándose unos amargos sin perder su atención en el tráfico. Una, que lleva más de cuarenta años andando en bicicleta y como máximo la maneja con una mano sola, de pronto no puede menos que inclinarse ante tal virtuosismo…!
Perdiéndose al final de la calle se fue adentrando en las Olimpíadas de la “Uruguayez a ultranza” este anónimo y macanudo atleta del mate. ¡Qué bárbaro, che!
© Lucía Borsani
Imagen de Jorge Alfonso Hernández