Audiencia
¿Cuál es el mayor de sus temores?, pregunto, y me cruzo de brazos a esperar las respuestas. Los niños piensan unos instantes y luego, como activados por un único resorte, levantan la mano. Payasos asesinos, monstruos en el armario, perderse en un parque. Sonrío. Esas son respuestas condicionadas, explico. Son el cine y la televisión, digo, quienes han colocado esas imágenes dentro de sus cabezas. Yo sé la verdadera respuesta y los dirijo hacia ella. Pido que se imaginen que esa tarde llegan a sus casas y las encuentran vacías. Claro, acepto, sus padres estarán en sus oficinas. Les pido que tengan paciencia. Las horas pasan y sus padres no regresan. Los llamarán a sus celulares, pero les darán la señal de que se encuentran apagados. Más tarde, agrego, estarán seguros de que sus padres no volverán. Veo los rostros preocupados. Algunos hacen pucheros. Suspiro, satisfecho. He confirmado mi respuesta.
La productora se ha encargado de conseguirme la plaza de maestro en un preescolar. Son 25 alumnos: 25 posibilidades de subir el índice de audiencia.
Hace un año sufrí el primer atentado. Un coche estuvo a punto de atropellarme. Unas semanas después, los obreros de un edificio dejaron caer una pesada bolsa de cemento. Me salvé por escasos centímetros. Luego, un tipo armado entró a robar a mi apartamento. Forcejeamos y al caer al suelo se golpeó la cabeza contra el filo de la mesa. Lo registré, buscando una identificación, y lo que encontré fue el fragmento de un guion. No soy un tipo muy listo, pero todo fue cuestión de sumar dos más dos. Alguien me estaba siguiendo. Revisé el apartamento y encontré las cámaras y los micrófonos. De inmediato recibí una llamada. Mi vida era una serie en un servicio de transmisión en directo. Una serie que estaban decididos a cancelar. Parecía una locura, así que les pedí una prueba. Me enviaron una dirección electrónica al celular. No mentían. Allí estaba yo, como un imbécil, viendo el techo. Pedí una nueva oportunidad. Mi vida carecía de interés, me respondieron. Solo 24 horas, dije. Si no funciona, yo mismo me doy un tiro.
Robo, chantaje, asesinato, incesto, bestialismo, cantante de música urbana. He hecho lo más bajo, lo más sucio, y lo he hecho mejor que cualquiera. Los espectadores son insaciables y esa avidez me ha traído hasta este salón de clases.
¿Los atemorizaría perder a sus padres?, pregunto. Todos asienten con la cabeza. Hace unas horas, les pregunté a los padres de esos mismos niños cuál era su mayor temor. Les mostré una fotografía del salón de clases. Creo que todos respondieron lo mismo a través de las mordazas. Suspiro y me rasco la cabeza. Ahora solo me toca decidir cuál de los dos temores será el primero que haga realidad.