Bloques de madera

Un poco de esto, otro tanto de aquello. Leer varios libros a la vez, por ratos, por retos, hasta cual página llego, en cuántos minutos, regresar al pie de la página, al centro del párrafo, toda una lectografía amorosa, ansiosa, trepidante, sensual, releer para comprender, aprehender una metáfora, crear un catálogo de citas, iluminar la habitación, cerrar cortinas y coleccionar citas de tu intimidad con la palabra desnuda,  anotar, subrayar fragmentos, para luego investigar, buscar mas títulos sobre el autor, identificar ediciones del mismo título, comentadas, aumentadas, revisadas, conmemorativas, jubilosas a tapa dura, a tapa blanda, apreciar la tipografía, las ilustraciones, disfrutar la poesía de imagen iluminando la palabra, el estilo de imprenta, la calidad del papel, las fe de erratas y las erratas de la fe, escribir sobre el proceso goloso de degustar obras literarias, palacios librescos, escribir sobre el proceso íntimo solitario de la lectura, acomodar cada libro en su lugar, agruparlos, amontonarlos “tsundoku”, según los japoneses, rememorar aquellos bloques de madera, de la primera infancia con letras, en la pre-era ignota a lo que sería el proceso lector de cada cual, para algunos era intuir la bacanal que nos esperaba, el goce de los sentidos, descifrar los caracteres unidos a otros como piezas de un andamio, las piedras de una fortaleza o las teselas de un mosaico, la via apia de la cultura en la palma de nuestras manos.


© José G. Santos Vega
Imagen de Mystic Art Design en Pixabay

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