Calle de la espada

El regreso de la aventura anterior y el comienzo de ésta, fue casi sin solución de continuidad pues User me convocó a la misma en pocas horas. Y sin saber el motivo de tanta premura, si es que había alguno, mis deseos de vivir nuevas experiencias me hicieron entrar de nuevo en aquel torbellino que me hacía cambiar en el tiempo y el espacio. Una llave al futuro lo había denominado alguna vez User.

Así que me encontraba de nuevo en un Madrid antiguo y, como siempre, con la reconfortante y no menos agradable presencia de Thot al que apreciaba ya, más allá de su carácter de consejero y defensor, como a un verdadero amigo, si es que la amistad puede cultivarse con un ser de otro tiempo. De cualquier forma, los dos gozábamos de nuestra mutua presencia y nos habíamos acostumbrado a nuestras idiosincrasias que, salvando la época de cada uno, bien mirado, no eran tan distintas.

En esta ocasión, y sin que me diera tiempo de preguntarle, Thot se apresuró a ponerme al corriente de dónde y cuando estábamos:

–  Nos encontramos en el Madrid del siglo XVII. Esa casa que ve allí enfrente es conocida como la casa del Inquisidor.

–  ¿Qué significa esa espada que está colgada de una cadena en la entrada?

–  Aquí ejerce su profesión un profesor de esgrima. Imparte sus clases en un patio interior que tiene alquilado al efecto. La espada es el anuncio de que aquí se encuentra dicha escuela. Según el profesor perteneció a un noble francés, que se la dio en pago de una deuda pendiente, pero mejor que dejemos a un lado esta cuestión porque tengo serias dudas de la veracidad de esa afirmación. Y, por otra parte, tampoco estamos aquí para eso.

Un poco sorprendido por observar la cantidad de gente que empezaba a acudir al local, le pregunté a Thot:

–  ¿Todos esos son alumnos?

–  La mayoría de ellos sí, aunque algunos son solo acompañantes y hasta meros observadores que gustan de ver las clases que imparte el maestro. Además, la escuela cuenta, no solo con gran cantidad de alumnos, sino que además algunos de ellos son pertenecientes a familias ilustres, como la de Lope de Vega, por ejemplo.

–  Veo que este profesor tiene mucha fama -contesté, algo sorprendido.

–  Si, hasta cierto punto, sí. Pero no todo es tan bonito como parece. Vea, vea, lo que va a ocurrir ahora.

En ese momento, se acercó a la escuela un hombre de edad algo avanzada, con un semblante que propiciaba pocas alegrías.

–  ¿Quién es ese hombre? -pregunté a Thot

–  Es el casero del patio que tiene alquilado el maestro de esgrima. Oiga lo que le va a decir porque es el inicio de lo que después devendrá.

El hombre entró hasta el patio donde se impartían las clases y llamó a un aparte al profesor. Cuando estaban a salvo de la curiosidad de los demás, le dijo, con voz muy grave y un tanto autoritaria:

–  Estoy harto de vuestras informalidades. Os retrasáis en el pago de la renta y son muchos los meses que me tenéis adeudados sin que vos hagáis nada por solucionarlo. Accedí a que la renta la pagarais mensualmente en lugar de cada año, para que tuvierais más facilidades. Pero tampoco eso ha servido para que hagáis honor al pago al que estáis obligado. Así que he decidido liquidar nuestro contrato. En cuando a la casa, tengo la intención de demolerla. Tenéis una semana para desalojar vuestras pertenencias, pues, como ya os he dicho, en una semana procederé a demoler esta casa que solo me trae que disgustos. Además, os advierto seriamente que, como cobro de las deudas que tenéis pendiente conmigo, me quedaré con la espada que cuelga en la puerta.

Y así sucedió, tal y como lo había anunciado el dueño. El derribo comenzó a los siete días. Sin embargo, no todo iba a salir como había previsto el dueño, pues cuando iban a mitad, nuevas circunstancias sobrevenidas hicieron que dicho derribo tuviera que pararse. Los frailes de la Merced entablaron un litigio sobre la pared medianera de la casa por lo que, tuvo que suspenderse el derribo. Así que se quedó la casa a medio derruir, aunque la espada siguió colgada donde había estado hasta ese momento. Y así se quedó durante mucho tiempo.

–  ¿Y qué pasó con el maestro de esgrima? ¿Siguió dando clases en otro sitio?

– Si -contestó Thot. El profesor pensó que era una verdadera lástima perder la clientela que había conseguido, así que alquiló a un librero, instalado muy cerca de allí, por veinte ducados al año, un patio abierto donde siguió dando sus clases.

–  ¿Y le fue bien? -pregunté, interesado .

–  Si. Muy bien. Hasta el punto que todos los días se acercaban al corral donde impartía sus clases muchos curiosos que se complacían con ver las clases del maestro de esgrima. Sus enseñanzas llegaron a tener mucho nombre en el Madrid de aquellos tiempos. Tanto es así, que el pueblo comenzó a denominar a aquel lugar como el corral de la espada. Más tarde se convertiría en la calle de la Espada.

–  Bonita historia -comenté.

Si, sí. Pero no queda todo ahí.

–  ¿Aún hay más?

–  Si. Si. Como le digo, el lugar era frecuentado por muchos curiosos. Y eso hizo, que muchos de los asistentes, invadidos por la emoción de las clases, quisieron probar su pericia probando sus habilidades con los alumnos del maestro.  Lo hacían en la propia calle de la Espada e, incluso, en las adyacentes. Esta situación llegó a ser muy popular hasta el punto que las autoridades la consideraron insostenible para una buena gobernanza de la villa. Así que prohibieron el paso a toda persona que portase armas que no fuera alumno de la escuela. Y ahora me gustaría relatarle dos cuestiones más relacionadas con la calle de la Espada que, por ser de tiempos posteriores no vamos a vivirlas ahora, pero conociéndole a Vd. sé que sabrá apreciarlas en gordo. La primera de ellas ocurrió a finales del siglo XVIII.

–  Dígame, Thot, ¿qué pasó?

–  Se lo relato a continuación. En aquel tiempo, vivía en esta calle una joven que regentaba un local. Un desafortunado día sufrió un robo durante el cual, además, fue asaltada y agredida. De tal medida fueron las lesiones que le infringieron los ladrones sobrevenidos en agresores, que a punto estuvo la joven de perder la vida. Finalmente, la citada señorita se recuperó de sus lesiones físicas, pero no así de las psíquicas pues los acontecimientos sucedidos generaron un miedo en su corazón que no podía reprimir. Cuando acudió de nuevo al local, enseguida se dio cuenta que no podría regentarlo más porque un temor constante e insufrible se apoderaba de ella cuando se encontraba allí pues rememoraba, por cualquier circunstancia, las graves penalidades que allí había sufrido. Viendo que no podría continuar, decidió marcharse y se trasladó a Cataluña. Pasados los años, conoció a un joven con el que terminó casándose. Pero viendo que en Cataluña no prosperaban como ellos deseaban decidieron emigrar a América. Fueron pasando los años y, un día, de manera fortuita, ella descubrió entre las pertenencias de su marido, un objeto de ella, de los que le robaron aquel fatídico día. Así se lo hizo saber a su esposo quien, después de una larga y tensa conversación, terminó confesando que él era su agresor. Tras la confesión, ella le pidió que abandonara el hogar pues no podía perdonar su felonía. Nunca más volvieron a verse.

–  Que historia más triste. Es cierto que, a veces, las desgracias se ceban con una persona persiguiéndole, acosándole, hasta el hastío. Y ¿cuál es la otra historia?

–  Más que una historia, se trata de algo anecdótico que estoy seguro que le gustará, como amante de la poesía que es. Ha de saber, mi querido Martín, que, en esta calle, concretamente en el número 3, nació el 28 de julio de 1917 la poeta Gloria Fuertes.

–  ¡Ah! No lo sabía. Es una poeta a la que admiro mucho y es emocionante saber que estamos en la calle donde ella vendría a nacer cuatro siglos después.

–  Si está preparado, ya podemos volver -me dijo Thot

Yo asentí con la cabeza y me dispuse a retornar a mi tiempo, no sin antes echar un vistazo a la calle de la Espada, sabiendo que nunca más la vería como ahora. No pude evitar cierto sentimiento de nostalgia, aunque ya me advirtió User que debería dominar esas emociones puesto que, de lo contrario, no podría seguir con las misiones que se me encomendasen. Así que evité esa añoranza sobrevenida, incluso antes de tiempo, y le ofrecí a la calle una sonrisa de primavera, teniendo por seguro la aprobación de User, pues no me cabía la menor duda de que me estaba observando. Después todo se desvaneció y desaparecimos Thot y yo de aquel lugar, dejando un recuerdo en el filo del aire.

Después de algunos años, el maestro de esgrima cerró su escuela. Pero su espada, que siguió colgada de su cadena durante muchos años, atestiguaba lo que algún día allí pasó, acrecentando la fama de la calle de la Espada. Hasta que un día, el Duque de Alba, Fernando de Silva y Álvarez de Toledo, atraído por la historia de la espada, la compró para su armería. Y desde entonces, no cuelga en aquella casa, ni es admirada por algunos ni apedreada por los niños, que la espada como la vida tiene dos caras. Con el tiempo, la espada cayó bajo las telarañas del olvido, aunque no de la historia, que nada olvida si los hombres no lo quieren.


Calle de la espada

Continuará…


© Martín Z.

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