Calles de Esperanza y Esperancilla

Tras unos días de descanso, User se apareció de forma repentina, como siempre. Pero esta vez no me sobresalté. Ya me estaba acostumbrando a este tipo de hechos, lo que me llevó a reflexionar sobre la gigantesca fuerza de la costumbre, que hasta puede dar como bueno algo fantástico sin mediar la intranquilidad que sugiere el sentido común de por medio.

No me dio tiempo, como casi siempre, a prepararme. De inmediato, solo tras la lacónica frase del escriba preguntándome si estaba preparado, me vi inmerso en un bucle de tiempo que me trasladó a otro momento de la historia en tan solo unos segundos.

En esta ocasión vi a Thot de inmediato, pues se encontraba tan cerca de mi que me hubiera bastado con alargar el brazo para tocarle. Cosa que no hice pues nos tratábamos con un respeto y un protocolo digno de los tiempos de los grandes faraones.

–  Hace una hermosa noche ¿verdad?

–  Así, es -me contestó Thot con complacencia.

–  ¿En qué época estamos?

–  En el siglo XIV

–  ¿Y en qué lugar de Madrid?

–  En la que más tarde será conocida como la calle de la Esperanza, por los acontecimientos que aquí pasaron. Bueno, para nosotros, los que van a suceder en breve. Como siempre, tendremos que estar atentos a lo que venga a acaecer aquí. Y no solo por el interés que susciten los acontecimientos, sino, sobre todo, porque ésta puede ser la historia que nos desvele el objetivo de nuestros viajes.

– La verdad es que prefiero que no sea así, pues ya me he acostumbrado a vivir estas historias y es para mí un gran deleite ser parte, siquiera como simple espectador, de lo que en estas calles antiguas pasó. La lástima es que no podamos intervenir en los sucesos que presenciamos. Estoy seguro que, a veces, podríamos ser de gran ayuda.

–  No lo dudo -contestó Thot de forma terminante. Pero no olvide que no podemos cambiar la historia. Eso no nos está permitido y si lo hiciéramos, si tan solo lo intentáramos, caerían sobre nosotros todas las maldiciones, además de que ninguna de nuestros actos se haría realidad, pues no está en las manos de los hombres cambiar los hechos pasados. ¿Habrá oído hablar, sin duda, de lo que en los tiempos modernos se viene denominando paradoja?

–  Si, si, claro -le contesté tan convencido como decepcionado. No se preocupe que mantendré la disciplina que Vd. espera de mí.

–  Estoy seguro de ello -contestó Thot de una forma tranquilizadora.

Estuvimos unos minutos esperando acontecimientos. Entonces, Thot, para no dejarme en la ignorancia, como era evidente que estaba, pues no podía adivinar cual era la razón por la que estábamos allí, me dijo:

– ¿Ve Vd. esa casa de campo, tan primorosamente cuidada?

–  Si. SI que la veo, sí. Y como Vd. dice se nota que tiene un delicado mantenimiento pues no parece sobrarle ni faltarle nada. ¿Quién la cuida de forma tan primorosa?

–  Su dueña, Mari-Esperanza. Una viuda de altos valores personales. Desde que murió su marido se ha entregado a su profesión de matrona, que ejerce por vocación y generosidad pues su riqueza personal le permite vivir sin trabajar, a cuidar esta casa y a educar a su hija, Esperancilla. Además, tiene como huésped al duque Mosen Beltrán.

–  ¿Y quién es ese personaje? -le pregunté.

– Se trata de un noble extranjero partidario del rey Don Enrique II y que le sirvió leal y eficazmente en las guerras contra su hermano Don pedro I de Castilla, también conocido con el apodo El Cruel. El cual, como Vd. sabrá murió asesinado por su propio hermano Enrique. Precisamente ese hecho es lo que va a desencadenar los acontecimientos que vamos a vivir a continuación.

Mi expectación iba en aumento, pero decidí no atosigar con más preguntas a mi amigo y compañero y permanecí a la espera de los hechos que, con toda seguridad, iban a suceder, pues así me lo había advertido Thot.

Y así, fue. No habían pasado ni siquiera dos minutos, cuando se personaron ante la casa de campo unos hombres profusamente armados.

–  ¿Quiénes son esos hombres de aspecto tan feroz?-pregunté, un poco desazonado.

Thot me respondió de inmediato:

–  Son los partidarios del difunto Pedro I.

–  ¿Y qué pretenden viniendo aquí, con tan evidentes muestras de violencia?

– Lo que quieren es apresar al huésped de Mari-Esperanza. El conde Mosen Beltrán, como antes le he indicado. Y lo quieren hacer por ser este uno de los hombres más influyentes en la corte de Don Enrique. Pura venganza por la muerte de su señor. Eso es lo que es.

Mientras Thot se iba explicando, aquellos hombres encendieron unas antorchas y, con toda decisión, prendieron fuego a la casa. Al poco rato, salió Esperanza presa de un lógico pánico. Ni siquiera preguntó el porqué de aquella traidora acción, pues reconoció de inmediato a los partidarios del Cruel y supuso acertadamente que se trataba de una venganza contra el conde Beltrán. Una venganza que la iba a pagar ella, por haber dado hospedaje a tan insigne señor. Mientras veía como su casa se reducía a cenizas, pensaba que su futuro iba a correr la misma suerte. Pero se equivocó, aquellos hombres se limitaron a perpetrar el incendio sin que arremetieran contra ella en ningún sentido. Al menos he salvado la vida, pensaba Esperanza mientras apretaba sus manos. Una fuerza que estaba construida con indignación, rabia y miedo, pero también con la dignidad y aceptación que aquella mujer supo tener en un momento tan dramático.

Cuando el incendio menguaba porque las lenguas de fuego no tenían ya nada que lamer, la mujer abandonó el lugar completamente rota y se perdió por la calle Ave María.

Al cabo de unos días acudimos al lugar de los hechos, al sitio del siniestro. La imagen era desoladora. Nada, si no contamos con unos inertes escombros, quedaba de aquella hermosa casa de campo, a la que Esperanza había prodigado tantos cuidados. Entonces, la vimos acercarse al lugar, mientras por el otro lado se aproximaba una comitiva real. Ambos, la mujer y el grupo de hombres, se pararon en lo que un día fue la puerta de la casa. El que parecía mandar sobre los demás se acercó a Esperanza y le entregó un documento diciendo:

–  Aquí tenéis, señora, el documento que acredita la indemnización que el buen Rey Don Enrique os ha concedido por el perjuicio que habéis sufrido al incendiaron la casa, por albergar a un servidor real. Podéis emplearlo en levantar de nuevo la construcción o, por el contrario, dedicarlo a lo que más os plazca.

–  Decidle al rey que agradezco extraordinariamente su generosidad. Y que no es mi deseo levantar de nuevo esta casa pues es muy grande el sufrimiento que me produce recordar como la perdí. Dejo franco, pues, el terreno, para que mi señor le de el uso que más convenga al reino.

Me conmovió la dignidad de aquella mujer. Y por saber más le pregunté a Thot qué destino tuvo aquel solar en el futuro.

–  El terreno lo compró la Villa y en él se construyeron unas casitas que fueron adquiridas por particulares. Y a la calle se le dio el nombre de Esperanza en recuerdo de la antigua dueña de aquel predio y de los acontecimientos tan extraordinarias que tuvo que vivir.

–   Y ellas, ¿qué destino tuvieron?

–  Se establecieron no muy lejos de allí, en otra quinta de su propiedad, pues como persona rica, poseía varias de ellas. Por cierto, le voy a narrar unos sucesos relacionados con la hija y que se remontan a los tiempos en que todavía la casa de la madre no había sido pasto del fuego como después lo fue.

–  Diga, diga. La verdad es que la hija ha pasado bastante desapercibida en esta historia, en la que la madre incluso llegó a darle el nombre a una calle.

–  Bueno, la hija también, como ahora le referiré.

Aquella afirmación me intrigó mucho y le apremié a que siguiera con un gesto que, fruto de mi impaciencia, quizá no fue todo lo elegante que se esperaba. Thot entendió la urgencia de mi curiosidad con su habitual generosidad y tomó la palabra:

–  Mari-Esperanza tenía una hija que, como Vd. ya sabe a estas alturas, recibió su mismo nombre, pero que para diferenciarse de su madre la llamaban Esperancilla. Era una joven de gran belleza. Precisamente por eso, cuando Esperanza, de carácter muy recatado y honesto, recibió como huésped al duque Beltrán, para evitar contrariedades, o incluso peligros, alejó de él a su hija enviándola a otra de sus quintas. Al enterarse el duque de que Esperanza tenía una hija, y habiendo tenido noticias de su gran belleza, pidió verla. La madre atendió a su requerimiento, pero tomó todas las precauciones posibles. Para ello decidió presentársela cubierta con un velo y acompañada de dos dueñas. Sin embargo, el noble extranjero no se dio por conforme y acercándose a la joven intentó alzarle el velo para contemplar su rostro. Su madre que, no solo estaba presente, sino atenta al más mínimo detalle, se lo impidió. Esta circunstancia hizo que el duque quedase todavía más prendado de ella pues no estaba acostumbrado, dado su alto linaje, a tener tamañas dificultades. Así que, decidió, y así lo hizo, hablar del asunto con el rey Enrique. El monarca, ante las explicaciones de Don Beltrán, seguramente exageradas por la pasión del relator, cayó en una profunda curiosidad. Tanto fue así que, imprudentemente, quizás, decidió ir a la quinta de noche, haciéndose pasar por otra persona. Estando desprevenida la joven, no habiendo tomado precauciones porque se hallaba fuera Don Beltrán, se mostró ante el rey con el rostro descubierto. Éste quedó absolutamente prendado de la muchacha y se deshizo en halagos ante ella. Esperancilla, sin embargo, no cedió a las alabanzas del monarca. Estando, así las cosas, Don Enrique se dio a conocer y, quitándose un anillo de su dedo, lo puso en el de Esperancilla. Anillo que conservó toda su vida como muestra de favor real, adquirido sin menoscabo de su dignidad y su honor.

Tras el incendio de la casa donde vivía la madre, ésta se fue a vivir a la que vivía su hija, denominado aquella finca la Esperancilla para distinguirla de la de su madre. Más tarde daría nombre a la calle donde se situaba, tal y como ocurrió con la de su madre.

Una historia de lealtad de la madre y de honor de la hija.
Tanto fue así que las dos mujeres dieron nombre a sendas calles.
Calle de la Esperanza se llamó la de la madre.
Calle de la Esperancilla fue el nombre que tomó la de la hija
La de la madre todavía sigue hermoseando la villa de Madrid.


Calle de la Esperanza

Continuará…


© Martín Z.

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