Camino de Nagoya
Llevo sobre mis sandalias el polvo de los tiempos. El silencio de los recuerdos, sobre mis labios.
Los árboles me saludan con reverencias de sombras y las plantas de las orillas miran y callan. Los charcos guardan tormentas que aún no murieron pero que atesoran su gloria pasada en silencio.
De pronto, un petirrojo anuncia sus colores, y el atardecer de su pecho se vuelve trino. La mañana gira la cabeza y avisa a los guardianes de los rayos del sol que bajen sus espadas.
El camino se inunda de oro y las grullas pintan un arcoíris blanco. El petirrojo se ríe, las hojas de los árboles se hacen espejos, y en una tela de araña se enreda un verso. El bambú se pone de guardia, el río canta canciones de mar y una nutria se resbala hacia el futuro.
Sobre mis sandalias, la mañana hecha niña, ruta de Nagoya, saco mi flauta, no camino solo.
Texto e imagen © Felipe Espílez Murciano