Castellar
En la Sierra de Cádiz hay un lugar que conocí cuando era un pueblo fantasma, fue emocionante ver su silueta imponente por primera vez, avanzar cuesta arriba viendo como sus murallas se erguían cada vez más, cruzar el foso, entrar bajo un elegante arco, barrer con la mirada su plaza, sus calles empedradas y en silencio, solo roto por un leve rumor del levante en calma que hacía denso el aire.

Sentía que cientos de ojos observaban desconfiados, eran los gatos que habían hecho de Castellar su residencia compartida con las tres únicas personas que lo habitaban, un artista que entre su casa y el adarve lucía al sol sus pinturas, un universo de manchas, de círculos concéntricos que reflejaban el cielo infinito de la noche del castillo, las otras eran dos mujeres muy mayores que cuidaban sus macetas de flores, incluso tenían un sillón de barbería plagado de plantas como si fuese su orgulloso y paciente amante.

Después de un largo paseo me asomé por la muralla, se dibujaba el hermoso paisaje del Embalse de Guadarranque, y sabía que a derecha y a izquierda los gatos me vigilaban desconfiados, celosos de su paraíso.

Texto e imágenes © Emilio Poussa