Cinco años y un día: Tercer año

Mi mameluco a rayas posee la elegancia de quien duerme la mona tumbado en las esquinas. Friego los pisos, qué quieres. Enhebro tu pantalón, aspiro su hedor a riña y perfume de burdel. Has dejado de verme, no vienes en semanas y cuando llegas me buscas el hombro para llorar. Basta de lamentaciones; la comida es mejor en tu cocinería, tienes suerte en cierto modo, mucha más suerte que yo. Seríamos tan felices contigo pan y cebolla, no estoy llorando, ¡no grites! Baja el tono, por favor.  Yo era la niña de papi hasta que caí en picada…, me estrellé contra mis sueños. ¿Y tus sueños? tú sabrás. Mira mis manos, mi rostro, mi cabello despeinado, la sombra del pensamiento que quiso aferrarse a ti. Poco importa, Dios lo sabe, pude morir mil veces, no me amas como antes, eso es más fuerte que yo.  Estás inquieto, es muy tarde, debes volver a lo tuyo, el metro cuadrado en que existes tiene tu numeración. Es el destino, la suerte, la voluntad de los dioses, si tuvieras vida propia volverías a reír. Deja tu ropa, tus quejas, deja todo alborotado y cuando vuelvas, si puedo, me encontrarás para ti. 

Continuará…


© Roxana Heise

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