Clara Thalmann
“Voy a hacer la revolución en el cielo”
Sus primeros años
Clara Thalmann, cuyo verdadero nombre era Clara Ensner, nació el 24 de septiembre de 1908 en Basilea, Suiza. Pasó su niñez en el seno de una familia trabajadora, formada por los padres y diez hijos. Su padre, un alemán emigrado a Suiza, de pensamiento socialista e internacionalista, estaba muy comprometido con los temas sociales. La prueba de ello es que se opuso abiertamente a la prestación del servicio militar obligatorio para la guerra entre Alemania y Francia de 1870.
En este ambiente de compromiso socialista se educó Clara. No es de extrañar, pues, que, a pesar de su juventud, celebrara el éxito de la revolución de octubre en Rusia de 1917, cuando, por su edad, tuvo conciencia de clase. Poco a poco, se sintió más cerca de los postulados comunistas y eso le hizo afiliarse al partido en los años 20. Esa línea de pensamiento le llevó a colaborar en el periódico francés de tendencia comunista L´Humanité.
Sin embargo, después de la muerte de Lenin en 1924, comenzaron las beligerancias internas en el partido. La nueva deriva del nuevo líder del partido en Rusia, Joseph Stalin, vino a reforzar la burocracia interna contra las ideas más abiertas de los revolucionarios. Esta tendencia, hizo que los activistas que abogaban por una línea más abierta no pudieran llevar a cabo su trabajo de una forma libre, ya que debían someterse a las órdenes del aparato del partido. Esta situación, hizo que Clara, muy contraria a la nueva línea del partido, se desilusionara enormemente ante esta nueva deriva que no encajaba con su ideología. Eso le hizo regresar a Suiza, donde se afilió al partido comunista suizo, con una clara idea de combatir las ideas estalinistas. Se acercó a los postulados de León Trotsky, el exlíder del Ejército Rojo, que ahora era denominado despectivamente por Stalin como un peligroso agente de la contrarrevolución antisoviética.
Más tarde, Clara volvió a París. Y esa misma noche en la que llegó a la capital conoció a Paul Thalmann. Paul era un trabajador suizo que había regresado ese mismo día de Moscú, igualmente desilusionado como Clara por la nueva línea estalinista. De eso hablaron cuando se conocieron y ese fue el principio de una relación que duraría toda su vida. Poco después, fueron expulsados del partido por sus críticas al estalinismo, pero, como cabía esperar, eso no fue óbice para que continuaron su lucha antiestalinista, desde su pensamiento ya consolidadamente trotskista.
La Olimpiada popular de 1936

En 1936, las autoridades nazis montaron una intensa campaña de propaganda promocionando los Juegos Olímpicos de Berlín. En oposición a ello, los grupos revolucionarios de carácter internacional organizaron, paralelamente, unas olimpiadas obreras en Barcelona, programadas desde el 19 al 26 de julio de 1936.

Aprovechando esta ocasión, Clara se inscribió como nadadora, siendo la delegada de la mujer trabajadora suiza. Pero los Juegos Olímpicos Internacionales de los Trabajadores no pudieron llegar a celebrarse, puesto que un día antes de su inauguración estalló la guerra civil española. El 18 de julio de 1936, después de un gran esfuerzo de multitud de personas, todo estaba listo en Barcelona para la inauguración de las Olimpiadas populares, Esa misma tarde, Pau Casals, que actuaba como director de orquesta, ensayaba la Novena sinfonía de Beethoven. En el momento en que sonaban las primeras notas del Himno de la Alegría, un mensajero que venía del Palacio de la Generalitat, interrumpió el ensayo anunciando que se había producido un alzamiento militar contra la República y, que, como consecuencia de ello, todos los actos previstos debían quedar suspendidos. A pesar de todo, a pesar de las terribles noticias, Casals, en un acto de dignidad y compromiso social, invitó a los músicos a completar el ensayo. Mientras el coro cantaba ese himno que significa el hermanamiento de los hombres, las calles se preparaban para completar un horror de hermanos contra hermanos. Años más tarde, desde el exilio, el propio Casals rememoró esos momentos diciendo: “Las lágrimas no me dejaban ver las notas”.
Así fue como los Juegos Olímpicos populares terminaron antes de empezar. Los deportistas no pudieron participar y tuvieron que regresar a sus hogares. Pero no todos. Los más luchadores se quedaron a defender a la República. Entre ellos se encontraba Clara Thalmann, que daba con ello un nuevo giro a su vida, siempre buscando la lucha por la libertad, la idea en la que ella había depositado todas sus esperanzas y el motivo director de su vida.
La guerra civil española
En Barcelona, Clara, pudo ver y sentir de cerca el movimiento libertario español. Los movimientos anarquistas procedieron, casi inmediatamente, a confiscar fábricas y grandes latifundios, transformándolas en agrupaciones colectivizadas que eran dirigidas por los propios trabajadores. No pasó mucho tiempo en que la mayor parte de la industria y la tierra estuvieran controladas por los compañeros anarquistas pertenecientes a la CNT y la FAI.
Clara, fascinada por ese movimiento de libertad e igualdad, participó de las ideas anarquistas, hasta llegar a unirse a las milicias anarquistas que integraban las columnas Durruti, donde partió a luchar en el frente de Aragón. Pavel también bajó a luchar por la revolución y se unió a ella. Iba con su compañero, que ya era conocido como Pavel.
Toda la experiencia que había tenido con la política estalinista, les hizo darse cuenta de los peligros que representaba el Partido Comunista de España para los intereses y objetivos de la revolución social. Sin embargo, durante el “verano corto de la anarquía” en 1936, la revolución social se tornó tan absolutamente exitosa que los comunistas españoles no se atrevieron a atacar la revolución abiertamente. Pero Thalmann y Pavel no se dejaron engañar y advirtieron a sus compañeros anarquistas las secretas intenciones de los comunistas. Las estrategias comunistas contra el anarquismo fueron subiendo de nivel hasta que, finalmente, en la primavera de 1937, los estalinistas recurrieron a la agresión militar directa contra la revolución.
Con ocasión de la participación revolucionaria en los “Días de Mayo” de Barcelona, Clara y Pavel tuvieron la necesidad de pasar a la clandestinidad, pues estaban perseguidos por el SIM, la organización de policía secreta recién formada del PCE. Viendo que no estaba seguros, finalmente, tomaron la decisión de abandonar España. Cuando se disponían a tomar un barco en Barcelona, fueron detenidos y los llevaron a una prisión privada del SIM, donde pasaron varios meses encarcelados. Sus amigos de Suiza, entonces, promovieron una campaña para liberarles, cosa que terminaron consiguiendo por la intervención de un importante socialista. Inmediatamente, de obtener la libertad abandonaron España camino de París.

Francia
Se instalaron en Francia, pero la historia no daba tregua por aquellos años. Y después de la guerra española, sufrieron la Segunda guerra mundial. Los nazis habían ocupado Francia y Clara y Pavel decidieron crear un grupo de resistencia revolucionario que fuese independiente en París. Así que, su hogar se convirtió en una casa segura para refugiados judíos y revolucionarios que intentaban escapar. Con esta labor ayudaron a muchas personas sin que nunca fueron atrapados.

La Séréna
Después de la liberación del fascismo alemán, Clara y Pavel, cansados de la vida en París, se mudaron al sur de Francia. Allí, cerca de Niza, fundaron una comuna agrícola a la que le pusieron el nombre de La Séréna, llegando a convertirse, con el tiempo, en un lugar de encuentro para militantes libertarios de todo el mundo, que la visitaban para convencerse de que la utopía, a veces, es posible. Allí convivieron antiguos revolucionarios con las nuevas generaciones de activistas estudiantiles durante los años sesenta y setenta.
En 1974, Paul y Clara publicaron sus memorias tituladas «Revolution for die Freiheit».
Pavel murió allí, en La Séréna, en 1981. Viendo cómo se hacía realidad un sueño anarquista.
