Con ansias lo espero

Diciembre es un mes placentero. Celebro con los míos el fin del año, terminan las actividades académicas, laborales y llega el solsticio marcando el paso de los templados días de primavera al calor del verano.

Cada estación tiene su magia: la primavera me revitaliza después del frío invierno, activa mi creatividad y estimula mis sentidos con luz y colores, flores y aromas, aves y música de la naturaleza. El sol amanece más temprano y borra los colores grises de la estación pasada. Una explosión de rosas, claveles y nomeolvides emergen desde macetas, jardineras y plazas.  Estallan las flores de ciruelos, manzanos y limones anunciando que pronto gozaremos sus frutos.

Los enamorados regalan flores. Rosas, girasoles y tulipanes viajan en ramos hacia la conquista. Recuerdo con nostalgia los ramos de copihues rojos que recibía temprano, en la mañana en  cada uno de mis aniversarios de matrimonio.

Los aromas de primavera me recuerdan a personas queridas, momentos y lugares inolvidables: el suave olor a rosas me recuerda a mi abuelita. Ella, Margarita, siempre mantenía sobre su piano un jarrón con rosas rojas.  Mientras interpretaba las mazurcas, valses y polonesas de Chopin, yo contemplaba sus largos dedos  bailando sobre las teclas blancas y negras. Yo, pequeña, imaginaba que el aroma a rosas se desprendía con los saltos alegres de las notas musicales.

Las humildes flores blancas con polen amarillo, que crecen entre el pasto, me hacen rememorar  la ingenuidad de mi niñez y adolescencia. De niña cortaba esas pequeñas flores y las unía a través del tallo para formar un collar que lucía en mi cuello por un breve tiempo, hasta que se marchitaban  y perdían su encanto.  Más grande eran mi “oráculo del amor”: arrancaba sus pétalos, uno a uno, mientras pronunciaba las palabras mágicas: me quiere mucho, poquito, nada.  El último pétalo podía llenarme de ilusiones o de desesperanza.

En los años 70, cuando me desempeñaba como docente de enfermería en la Universidad de Chile, llegaba a mi oficina el aroma inigualable de la  Flor de la Pluma,  que venía desde una pérgola con esos racimos colgantes de tonalidades  violeta. Era mi  compañera fragante desde la primavera hasta el otoño. Respirar ese fresco perfume me relajaba del estrés laboral, me inspiraba para el trabajo innovador y favorecía mis pensamientos positivos.

Cuando viajábamos al norte del país, en vacaciones, teníamos que atravesar el árido y pedregoso desierto de Atacama. Como era un panorama monótono y poco atractivo, empecé a observarlo con detención y a gustar de los diferentes matices de colores que producen los minerales en sus cerros, las ondulaciones del terreno y su escasa flora y fauna.

Pero sucedió el milagro.

Después de un invierno lluvioso, emergió de la aridez del desierto, un mundialmente asombroso fenómeno: El Desierto Florido. Milagro inusitado: mantos de flores silvestres; formas, tamaños, aromas, texturas y colores que me dejaron una imagen y huella indeleble. Un prodigio de la naturaleza que nadie debe dejar de apreciar.

 He vuelto a visitar a “mi amigo” el desierto florido, lo fotografié y lo pinté. La obra se llama: “La primavera nos asombra con el desierto florido”:

Cecilia Byrne” La primavera nos asombra con el desierto florido”, óleo sobre tela, 50 x 100 (2021)
Cecilia Byrne «La primavera nos asombra con el desierto florido», óleo sobre tela, 50×100 (2021)

En la parte superior se destaca el cielo, considerado el más limpio y transparente del mundo, motivo por el que  existen allí los famosos  observatorios astronómicos visitados constantemente por turistas y científicos de todo el mundo:  Mamalluca, Las Campanas y Cerro Tololo, en la cima de los cerros para obtener la mejor vista de las estrellas, constelaciones y galaxias.

Con mi familia asistimos a visitas guiada en observatorios como La Silla, Alfa Aldea y Gemini.  Fueron experiencias muy enriquecedoras y educativas para mis hijos que, a través de sus enormes telescopios conocieron nebulosas, asteroides y meteoritos. Después, a simple vista trataron de ubicar lo visto con el telescopio, lo que les permitió reconocer constelaciones Escorpión, Las tres Marías, La Cruz del Sur y los planetas visibles como el brillante Venus, el rojizo Marte y el amarillento Saturno.


El sur de Chile ha sido otro de mis destinos vacacionales.

En Pucón encontré la combinación perfecta para disfrutar sus atractivos turísticos y realizar actividades deportivas, como queda expresado en la pintura.

Cecilia Byrne “Verano en Pucón, con sus atractivos turísticos y deportivos”, óleo sobre tela, 50 x 100  (2021)
Cecilia Byrne «Verano en Pucón, con sus atractivos turísticos y deportivos», óleo sobre tela, 50×100 (2021)

Mi nieto Lucas nació en Pucón. Cada verano viajo al sur de Chile a celebrar su cumpleaños. Juntos hemos tenido la oportunidad de conocer nuevos atractivos turísticos. El volcán Villarrica es uno de ellos. Todo el año luce nieve en sus faldeos y por su cráter emerge una fumarola blanca, que en períodos de mayor actividad volcánica nos permite apreciar sus iridiscencias nocturnas. Podemos ascender sus laderas,  visitar las cuevas volcánicas en verano y disfrutar sus canchas de sky en invierno.

El Parque Nacional Huerquehue fue todo un desafío. Tuvimos que caminar por sus senderos sinuosos, en un continuo subir y bajar de cerros y pendientes. El calor producido por nuestra actividad y el del verano lo atenuaban los bosques de ancianas araucarias, mañíos, coigües y lengas (árboles nativos) nos regalaban su sombra refrescante.

Transitamos por un terreno bordado de su flora típica. Nos recibieron helechos, líquenes, musgos, hongos y astromelias y gigantescas nalcas,  mientras escuchábamos el parloteo de los loros choroy y el tamborileo de los pájaros carpinteros.

Llegar a las cascadas de difícil acceso – Nido de Águilas y Trufulco- fue un esfuerzo que valió la pena. Escuchamos el sonido del agua al caer sobre las piedras y una brisa húmeda roció nuestros cuerpos, pronosticando su presencia. De pronto, frente a nuestros ojos, apareció.  Era un manantial de agua clara y cristalina que nos invitó.   Lucas y yo disfrutamos una ducha de agua fría y el  sabor del agua pura, helada y refrescante para  nuestra sed.

Visitamos sus tres lagos cordilleranos.  El lago Chico nos asombró por su transparencia que permitía ver troncos de árboles hundidos bajo el agua. En el lago Verde encontramos una playa y nos bañamos. El lago El Toro impresiona con sus orillas cubiertas de totoras.

Por la actividad volcánica de Pucón  brotan aguas termales. Las visitamos en invierno y verano. Bañarse en sus aguas calientes mientras llueve es toda una experiencia. En nuestra bitácora están las termas del Huife, Menetué y Coñaripe. En nuestro último viaje visitamos las Termas Geométricas. Al aire libre, ofrece sus pozones de agua termal caliente. Surge  entre rocas negras de las que afloran verdes helechos y nalcas. Rodeados por una pasarela de madera roja y con una cascada cristalina le dan al lugar una atmósfera mágica, de cuento. El silencio reinante nos permitió escuchar el canto del Hued-hued, un ave tan escurridiza… que no pudimos verla.

Nuestro lugar predilecto para bañarnos es la playa grande a orillas del lago Villarrica con su arena de origen volcánico. En verano los quitasoles invaden el balneario junto a los deportes acuáticos como velerismo, esquí acuático, windsurf y kayak.

Con Lucas tenemos pendiente subirnos a un parapente para tener la visión aérea de Pucón.  Espero que tan pronto termine la pandemia podamos cumplir ese sueño, ya creado en la pintura.


Texto e imágenes © Cecilia Byrne

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies