Crisantemos

Fiel a la cita, se vistió de fiesta.

En la puerta se entretuvo en elegir el ramo perfecto, dudando entre el malva o el blanco. La vendedora la sacó de dudas: «donde esté el color…»

Enfiló el camino entre hileras de cipreses curados de espanto y silencio, mientras el aire templado de otoño murmuraba secretos, consignas que sólo ella entendía. Un año más temió perderse entre el laberinto de piedras y cruces que unificaba el entorno de tristeza, por mucho que ella no estuviera dispuesta a sucumbir a esos acordes.

Se paró al coronar la cuesta, respiró una, dos, tres…,  las veces necesarias hasta que el ritmo del corazón dejó de ser un runrún molesto; giró en círculo dispuesta a no perderse y, allí estaban los cuatro árboles rodeando a la fuente, tras la cual se abría el tramo del último paseo juntos.

Sobre su nombre colocó las flores. Y a media voz comenzó a relatar el balance del año. No todo. Lo esencial, aquello que de verdad merecía la pena que supiese.

Dejó para el final la noticia de la que estaba segura él se alegraría, asegurándole que, una vez formalizada la relación, el próximo noviembre la acompañaría.

Trémulos al viento, los crisantemos se revolvieron esparciéndose a lo largo y ancho de la lápida, hasta que una ráfaga los aventó en todas las direcciones, salvo a uno, malva intenso, que fue a parar a sus labios, adhiriéndosele con un dulzor pegajoso  antes de resbalar por el escote hasta la intimidad del encaje de los días de fiesta.


Texto y fotografía © María Cruz Vilar
soplaralcierzo.com
(De mi poemario: RACHEADO)

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies