De la melancolía de Carmen Nöel
Te he visto cruzar la tarde,
salvaje, lenta, viajera,
tu oscuro arco de centauro
desplegado en diminuta sombra
por el titánico cielo sangrante.
Sesgando vas con la cuchilla negra
de tus alas
el horizonte azul y el rojo del crepúsculo,
para al final posar tu lánguida mirada
sobre la cenicienta sombra de la noche.
La noche.
Allí te quedarás escondida,
herida de penumbra,
tus tristes ojos aferrados al oscuro fondo
donde una mancha negra
crece y crece hasta el abismo.
No te atreves a sesgar el corazón caliente de la noche.
Solamente llegas y me miras.
Te bañas en la herida de mi llanto.
Te quedas a mis pies agazapada,
revoloteando dulcemente entre mis cosas.
Sobre todos mis sueños marchitos.
Sobre todo el dolor heredado.
Sobre la margen ardiente
del negro más absoluto,
te he visto desnuda,
confusa, temblando,
arrastrando contigo el alma herida de la noche
sin saber qué hacer con ella.