Del sucinto goce de la Amazona

Sus pupilas dilatadas eran como ventanas hacia El Dorado. Cada capilar a flor de piel, y valga la metáfora, como un jardín en eclosión, apenas jadeaba, sus fosas nasales aspiraban todo el oxígeno posible para evitar el colapso de tanto goce. Cada músculo era un trozo de carne mascado, sudaba copiosamente a mares, amores ya viejos, la mente foguea  durante los estados alterados, jugada sucia para descarrilarla de la meta, la lengua seca, todo su cuerpo en espasmos, a ratos se le nublaba la vista, sus pechos a punto de estallar y sus pezones excitados, siente que rompe algo y cae en un extásis maratónico, ni silencio, ni sonido, intuye que su cuerpo y espíritu son uno con la Zona. Todo sucedió en menos de un minuto atrás quedó rota la cinta y todo el clamor del Estadio Olímpico. Había impuesto una nueva marca mundial en los 400 metros con vallas.


© José G. Santos Vega

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