Del tiempo de Carmen Nöel
El lirio roto del tiempo
se me deshoja en la noche, despacio,
como una madeja de luna sobre los labios.
Su beso tibio de arena
se hace como una montaña.
En su casual huida hacia la fuga eterna
quiero dotarle de un alma,
llegar al fondo del laberinto triste
de la rosa.
Desbaratar el cauce de la hoguera y su quejido.
Tomar desde tus ojos el océano.
Herirte en los labios y en la mirada
como te hiere el mar,
con su quejido húmedo de soledad y silencio.
Sus suaves labios de arena
me besan la cintura y los tobillos,
como un amante triste y lento
que anhela de la luna alguna lágrima
o de la dulce rosa blanca su quejido.
El mago que alienta
con sus oscuros labios de cristal la noche.
El que ha engendrado el círculo de la luna.
Antiguo guerrero del sol
que trae el alma rota por la batalla.
El imparable donante del movimiento.
La gota presa en el mar con su quejido eterno.
Como un gemido, o una lágrima que se desliza,
lentamente va cumpliendo su ritual:
Pasar por cada poro y expandirlo.
Cortar de las montañas su cintura.
Agotar de las gardenias el perfume.
Enardecer el canto lento del silencio.
Gestar la personal esencia de la tarde.
Limpiar el permanente llanto del rocío.
Hacer soñar a las pequeñas cosas su gigante sombra,
y en la irradiante luz,
al universo arder desde el crisol de un astro.
Por la entramada sombra de una duda,
el tiempo pasa con su andar cansado.
Entre sus labios canta un gorrión triste
rozando el ala rota por la tierra.
Para alguien guardará su corazón de lánguida cadencia,
y en alguien posará sus destrozados pies que no descansan.
Inventará de nuevo los oscuros cantos de la noche,
y volverá a traer caricias y palabras.
Sobre el Leteo azul se bañará
y agotará su risa eterna en la corriente,
para luchar,
para sentir,
para pasar,
pasar,
antiguamente pasar,
inmensamente pasar,
como un cálido arrullo que en la brisa llega,
como un tormento oscuro en la pupila.
Como un repetido compás
atado para siempre a un nuevo esclavo,
irá a dormirse a la rama más lejana,
y soñará que besa, suavemente,
los aterciopelados labios de la orquídea negra.