Día del trabajo: inolvidables oficios que se va llevando el viento

En la mayoría de los países del mundo, el día 1 de mayo se conmemora el Día del Trabajador en homenaje a los “Mártires de Chicago”, obreros que fueron ejecutados el año 1886 por defender sus derechos al pedir una jornada laboral de ocho horas ante la explotación de sus empleadores, que los hacían trabajar doce y más horas.

Hoy, parte de los trabajadores hacen valer la máxima “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa”. Otros, que ejercen oficios informales, deben cumplir jornadas que les aseguren el sustento familiar.

Sereno, herrero, soldador, afilador de cuchillos y tijeras, suplementero, barrendero, minutero son oficios que se transmiten de una persona a otra mediante entrenamiento, como herencia de generaciones. Algunos de estos trabajos han desaparecido; otros se extinguen lentos bajo la sombra de los avances tecnológicos de la modernidad.

Quise hacer un homenaje, dignificando e inmortalizando, a estos memorables trabajadores por su abnegada labor de servicio a la comunidad. Los hermosos recuerdos de su trabajo anidan en mi alma como un tesoro, unidos al sonido del popular silbato de algunos que a la distancia anunciaba su presencia en las calles.

El afilador o amolador es un trabajador ambulante que ofrece sus servicios de afilar cuchillos y tijeras en la misma puerta de la casa. En el pasado también reparaban las varillas de los paraguas que el viento doblaba. Su “flauta de pan” (zampoña corta conocida como “rondador”) con un silbido agudo pero melodioso, y el voceo: ¡afilaoooooor! esperando la aparición sus clientas habituales o caseritas, con quienes solía charlar mientras realizaban su labor, en una jornada que comenzaba a las 10:00 h. hasta reunir el dinero suficiente para llevar a casa.

  El afilador de cuchillos. Óleo sobre tela, 60 x 45. (2017)
El afilador de cuchillos. Óleo sobre tela, 60 x 45 (2017). Cecilia Byrne

Es un arte que requiere gran destreza y precisión en el manejo del esmeril que funciona mediante el pedaleo mecánico de una rueda de bicicleta que él hace girar mientras pasa el cuchillo para atrás y adelante con cuidado. Recuerdo las chispas que saltaban como las vistosas estrellitas de nuestras varillas del Año Nuevo.

La vida actual hace que las herramientas tengan un uso limitado.  Son desechables. Se reemplazan por nuevas, más modernas y la anterior…se bota. El tiempo en que todo se guardaba y era reutilizable quedó atrás. Las costuras, remiendos y remaches son del pasado. Decretaron estas útiles y nobles labores, en peligro de extinción.

El minutero o fotógrafo de cajón. Con la llegada a Chile de la máquina de cajón, el año 1911, las familias de la clase media y baja pudieron acceder al retrato fotográfico, lujo que solo se podían permitir las clases acomodadas en los estudios fotográficos profesionales.

Eran los fotógrafos ambulantes. Usaban delantal blanco y cargaban sus pesadas máquinas con trípodes de madera recorriendo playas, plazas y ferias. Dentro de su cajón, máquina fotográfica y laboratorio elaboraban los retratos de las personas por un módico precio. Se les llamaba minuteros por su rapidez en la entrega de una fotografía blanco y negro casi “al minuto”. Su público y clientela, eran aquellas personas ávidas de perpetuar un paseo familiar, un romance veraniego o un atractivo lugar turístico como souvenir.

Algunos minuteros utilizaban telones para escenificar un paisaje idílico. Otros usaban plantillas para que el rostro apareciera enmarcado en un corazón o en guirnaldas de flores. Algunos retocaban sus fotografías, pintando mejillas rosadas, añadiendo pestañas o cubriendo defectos. (Ingeniosos antecesores del photo shop)

El minutero. Óleo sobre tela, 60 x 45 (2017)
El minutero. Óleo sobre tela, 60 x 45 (2017). Cecilia Byrne

Pinté este cuadro para recordar unas vacaciones familiares en Pichilemu. En el camino paramos a almorzar en el club social de Santa Cruz, frente a la plaza. Allí nuestro personaje ofrecía fotos en un minuto. Mi hijo Pablo, de siete años, se entusiasmó con la idea de posar frente a la iglesia como un huaso, con manta y sombrero. Montado en un caballo de madera forrado en piel, sonriendo y “mirando el pajarito” de cartón que le agitaba con su mano derecha el fotógrafo, eternizaron ese momento.

Accedí gustosa a la petición de Pablo. Pude observar el minucioso y diestro trabajo artesanal. Enfocaba la imagen sobre un vidrio, trabajaba a tientas debajo de una capa negra, colocaba  el papel fotosensible sobre el vidrio, calculaba la apertura del diafragma y velocidad de obturación (medía el tiempo con versos: si la luz era brillante, un verso corto y más largo si la luz era tenue), apretaba el disparador para exponer el papel a la luz, luego la revelaba y fijaba la imagen en dos cubetas que contenían los químicos, la lavaba en un balde con agua, la colgaba para que escurriera el líquido y  la entregaba:¡un minuto!

El minutero inició su muerte con el primer disparo de la cámara de revelado instantáneo en 1947. La foto color y la cámara digital de los teléfonos celulares, lo sepultaron. Hoy vive en el recuerdo.

En sus comienzos, el lustrabotas, limpiabotas, lustrador o bolero, era un trabajo de niños y lisiados en plazas y lugares públicos. Perseguidos por los policías, les quitaban sus útiles de trabajo. Se consideraba una actividad ilegal. Para defenderse y legalizar su actividad, crearon sindicatos y lograron los permisos y patentes municipales. En la actualidad la mayoría sobrepasa los 50 años y son del sexo masculino. Cumplen jornadas de 12 horas, de 7:00 a 19:00 h. Sus clientes: trabajadores de bancos, oficinistas, abogados que pasan apurados a remozar su calzado.

El arte de lustrar consiste en pasar una escobilla de crin de caballo, entintar y dejar secar las anilinas, untar la pasta, repasar con escobilla y sacar lustre con un paño de felpa hasta que de esa acción surja el TOC TOC, (Golpes en el cajón de madera que guarda los implementos), sonido típico del acabado. En “La pérgola de las flores”, obra de teatro chileno, las estrofas que los caracterizan dicen así:

Lustreamos, lustreamos, señor, le lustreamos//
Sácale brillo, sácale brillo, sácale brillo con el cepillo
Pásale paño, pásale paño, pásale paño que no hace daño

lustrabotas. Óleo sobre tela, 60 x 45 (2017)
Ilustrabotas. Óleo sobre tela, 60 x 45 (2017). Cecilia Byrne

En el cuadro, un lustrabotas le saca brillo a un par de zapatos en la plaza Sotomayor de Valparaíso. Edificios lo rodean mientras un trolebús transporta su valiosa carga humana por las calles de la ciudad. Un diario o revista, propiedad del trabajador, entretiene y distrae a sus clientes durante el proceso.

A pesar de que no cuentan con óptimas condiciones laborales y que sus ingresos informales no les permite cotizar en los sistemas previsional y de salud, este oficio ha resistido el paso del tiempo y espero contar con ellos para mantener mis botas de cuero relucientes y “como nuevas”.


Texto e imágenes © Cecilia Byrne

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