Diarios de Sentinel: IV. Alma guajira
«Vive, viaja, corre aventuras, bendice y no lo lamentes». Jack Kerouac
Todo él de inmaculado blanco. Fascinante de arriba a abajo. Pantalón de lino y guayabera planchada, un clavel en el ojal. Sombrerito canotier de copa plana y ala recta, ligeramente ladeado sobre la frente. Cinturón gris, bien ajustado al vientre, medio palmo por encima del ombligo. Zapatos amadeos de piel recién cepillados. Lustrosos. Abrillantados para la ocasión.
Y noventa y dos años a sus espaldas.
Movimiento rítmico de caderas, cadencioso, ondulante. Baila a ritmo de son, como si abrazase el aire, con los ojitos cerrados, exhibiendo una amplia sonrisa por la que apenas asoman dos o tres dientecitos.
De pronto —hechizado por una suerte de encantamiento—, se desdibujan de su rostro los surcos de la vejez y adopta el aspecto de un muchacho. En una mano su copita de ron y en la otra un habano del que apenas fuma. Por momentos se lo lleva a la boca y juguetea con él, lo muerde, lo chupetea, acoplándoselo a la comisura de los labios. Es ahí, siempre en ese instante, cuando eleva la mano que ha quedado libre y la ondea al viento, cadenciosa, como dirigiendo un adagio a golpe de batuta, sin dejar de ondular las caderas. Todo él parece entonces una espiga de trigo mecida por el viento, una ramita de brezo a merced de las olas.
El nonagenario Eliades baila a su antojo en el Malecón de Baracoa. El sol roza el ocaso y platea hermosamente sus canas. Y el viejito Eliades —con ese orgullo guajiro tan suyo—, se entrega al rítmico vaivén de sus caderas y comienza a susurrarle galanteos a la vida. ´Aun me queda aliento para un bailesito más` —parece decirle, y la aprieta un poquito más a su cintura—, ´inspiración para despedir otro día con una sonrisa en los labios`.
El muy canalla sabe bien lo que se dice. Y baila. El humo le vela la mirada y los años le encorvan la espalda, pero él jamás cesará de gambetearle los pesares a la vida.
(Inspirado en Baracoa, Cuba, el 12 de diciembre de 2012)
© José María Atienza Borge
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