El amante imaginario
Esta noche los grillos anuncian un desenlace, una luna redonda y resplandeciente dibuja el atardecer sobre tus canas grises, maldicientes, mientras un lobo aúlla en la oscuridad y el estepario que me habita se refugia en el zaguán del pensamiento como mal presagio. Estaba destinada a ser hombre quizá, un macho latino avasallador del mercado cambiario y mira nada más, soy la mujer que te recuerda que debes cumplir tu sino, justificar la evidencia diaria de tu cansancio; esa necesidad tuya de buscar amantes jóvenes, colección privada de trabajo extra, adornado con mi subyugante credulidad. Ellas, cogiéndote, volándote la tapa de los sesos, acrecentando tu deseo mientras me atabas con grilletes a la pata del catre, para salir con libertad vigilada y aprender repostería, diseño y acuarela, aun sabiendo que el amor quedó varado en el desierto de la credulidad.
Esta noche estoy dispuesta a confesarme, a fingir que creo en tu aparente bondad y a decir incluso lo que veo bajo la máscara, para cubrir de besos la remota posibilidad de sincerarte, entre tanto te encaro, con ojos de cordero degollado por el esfuerzo de comprenderte, de hacerte oír mis argumentos, en el frustrante ping pong de las sílabas gastadas por la noche. Te emplazo a conseguir un imposible necesario; la paz, un trato justo, una mediación interestelar con Dios de testigo y el diablo bramando a las puertas del infierno, ese que nos vio ir y venir estos últimos cinco años.
Esta noche el silbido del pensamiento interpela al monstruo que asoma a tus pupilas, que me incita a culparme de algo que nunca hice. Muerdo la lengua hasta envenenarme de historias ahogadas en el malogrado refugio de mi feminidad. Mujer dices, cuanta tontería en boquitas pintadas. Habemos excepciones a la regla procurando combatir la histeria masculina, la hostilidad que te impide mirar el cielo, como si las horas extras con todas ellas te pasaran la cuenta y luego, santo de ti, esforzado de follar encantos sobre la vulva carnosa de la aventura, lloras sobre mi falda tu lumbago, con toda la pericia de un gran actor.
Temo a esta noche estrellada y a cuanto firmamento se ponga por delante en espera de la carroza fúnebre que aguarda mis restos. Temo además que al dormir juntos, se rompa la hebra de cansancio que nos sostiene en la estratósfera del amor
Te veo y levanto los brazos para cubrir mi rostro, tu brusquedad, el empujón con el pulgar que aún no acaba en maltrato, al menos explícitamente como esas noches de sexo casi obligado. Quieta dices, y mi mano no da en tu mejilla ni mi beso en tu corazón ni mi palabra en tu alma, apenas en tu cerebro.
Por enésima vez te emplazo, como si fuera de vida o muerte ser feliz, como si las horas destinadas a destruirnos nos obligaran a realizar trabajos comunitarios en las callejuelas de nuestra historia. Apelo al mínimo de sentido común que te obliga a callar, a desvestirme contra la pared para registrarme el cuerpo sin rastro de delito. No hay maldad, ya ves, pero no lo concibes. Pido a tu imaginación concederme un indulto, perdono cada pensamiento torcido en nombre de tu sufrimiento y juro que de ahora en adelante el amor se declara convicto y se refugia en la isla de tu relegada Alcatraz. Más allá, el horizonte amenaza vestirse de oscuridad, un ave vuela esperando la carroña de nuestro sueño, el vacío que fermentó la rutina como si fuera un vino de exportación, reservado para los amigos.
No existe tal amante, digo ante tu oído sordo, un atisbo de conformidad roza mi frente, estabas dispuesto a disecar la pasión para conservar el sentido de pertenencia, dispuesto a todo por no verme partir. Él fue sólo una manera de decir basta; acabó la tregua, olvídame de una vez. Supliqué bajaras los brazos, mordiste los nudillos empuñados, mi nariz sangró hasta que lo evitaste, la razón te ordenó cambiar estrategia y golpear limpiamente sin que nadie notara: el olor a cadáver siempre te indispuso.
Relatar esta historia es una forma de excusarme por no haberme retirado a tiempo y dejar que anudaras tu odio a mi paladar, para darme un beso forzado a modo de tregua. Fueron años luchando contra el rito siniestro del desencuentro. Ahora dices que tengo un amante, que lo veo cada vez que visito a mi madre. En vano argumento lo contrario: el sexo no lo es todo… ¡Mujeres, todas putas, todas! ¡Acabar de la noche a la mañana con un matrimonio por un problema de comunicación, un maldito problema de comunicación!…
La noche aúlla en tu conciencia vestida de culpa, ante el espejo de mi presunta muerte. Hoy cargas las armas en la misma maleta en que preparo mi viaje.

Esta noche confesaré… llevas meses insistiendo en lo mismo, en la cocina, en el comedor, tras la puerta del baño mientras me ducho, en la habitación de huéspedes que me acoge tras la separación, en cada rincón que oye la procesión de segundos, tac, tac, tac, escúchanos señor te rogamos, rosario que amarro entre los dedos temblorosos. Tu presencia me aterra últimamente. ¿Es el hombre de las fotos, verdad? ¿El de la sonrisa idiota y sobrero agitanado, el que vino de viaje y aprendió a usar internet sólo para ubicarte? Callo, oculto el pánico con ambas manos, un mar bravío ruge desde la costa sin caracolas de mar, sin Alfonsina, con el gatillo de tu ira activado sobre mis sienes. ¡No tengo amante, lo juro, no lo tengo! ¡El último amante eras tú antes de convertirte en lo que eres! Un hilo de baba mancha la sonrisa que retuerce tu rostro y amenaza escapar contigo desde tus labios. ¿Qué tal si luego lloras sobre mi cadáver? El hombre aquel no es real, lo dejé entrar sabiendo que era una falacia, una apuesta perdida en la ruleta del tiempo. Me miras, caminas tu sombra como un monje maldito, confiesas haber bebido últimamente más de la cuenta, asiento inclinando la cabeza y el canto de los grillos anuncia mi exterminio. El pasillo ya no tiene escapatoria. Corres tras mío, husmeando espacios muertos en cada rincón de la casa, como si el amante imaginario se ocultara entre murallones.
La plata luminosa de la luna se esparce en el comedor, el kamikaze de tu orgullo está a punto de estallar. Corro, corro, corro, corro, el amor corre conmigo, el amor que juramos en el altar ante un cura condenado y un dios oculto entre los muérdagos fríos de la equivocación. Si al menos escucharas un momento…el miedo a enfrentarte aumenta si jalas mi pelo y me arrastras por el piso con la puta rabia en las manos, en los pies que patean el vientre retorcido y ahogado en dolor, dolor que escapa en medio de gemidos, de escupitajo, borbotones de sangre por nariz y boca, llanto en el comedor, llanto de rodillas…llanto de hombre…luna que se cuela entre las costillas de la muerte… canto de los grillos… ¡Relámpago extraño!
© Roxana Heise
Fotografía: Free-Photos