El árbol que se hizo hélice

Volar, siempre volar. El deseo íntimo del árbol que, anclado inclementemente a la tierra, añora la libertad que nunca tuvo.

Volar, siempre volar. Y tanto se puso a meditar en esa quimera que fue, poco a poco, enrollándose sus ramas sobre sí mismo, haciéndose hélice verde de aspas casi aéreas. Hasta que llegó a estar listo para alzar su tronco hacia el cielo. Yo lo vi preparado porque sus ramas parecían ya nubes, porque su clorofila era esencia de cielo y porque más que un árbol parecía una garza a punto de levantar el vuelo.

Al día siguiente lo visité como todas las mañanas y ya no estaba.

¡Ay! Me sobrevino una alegría de mañanas sin estrenar y una emoción de temblores rojos recorrió mis inseguros labios. Miré hacia arriba por ver si las nubes me daban noticia de mi querido árbol sobrevenido en ave. Así estuve unos segundos llenándome mis pupilas de azul, hasta que bajé mi vista hacia el suelo.

Entonces… entonces vi un tocón. Y se me partió el corazón como se rompe la tarde en el filo del horizonte.

Yo sigo pasando por allí todas las mañanas. Al tocón le han salido unas pequeñas ramas verdes anunciadoras de futuro árbol. Pero yo creo que, más que brotes, son yemas de libertad. Pero, claro, no lo puedo hablar con nadie porque nadie comprende los sueños de un árbol. Cómo los van a entender si no comprenden los de los hombres.

Algún día, algún día, algunas de esas débiles ramas comenzarán a retorcerse para hacerse hélices verdes y volveremos a soñar con un mundo nuevo. Espero que no me coja ya muy viejo.

Seríe de fotografías de Felipe Espílez Murciano

©  Felipe Espílez Murciano
fespilez@gmail.com

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