El cine en las vacaciones de invierno

Julio era el mes de las vacaciones de invierno para escolares y universitarios chilenos.  Tiempo para descansar, pasear y disfrutar de las últimas películas que ofrecían los cines.

 En otra época, asistíamos a los estrenos infantiles de El mago de Oz, Fantasía, Pulgarcito… En mi adolescencia, películas inolvidables como La novicia rebelde, Mi bella dama y Amor sin barreras, entre otras.

Mis hijos tuvieron experiencias similares cuando asistieron, tanto a los estrenos de películas infantiles como E.T, Mi pobre angelito y Querida encogí a los niños, como a los juveniles de La laguna azul, Ghost y Cinema Paradiso. Mis nietos en su infancia gozaron con Mi villano favorito, Toy Story y Minions. Ahora en su adolescencia han disfrutado películas como La la land, 500 días de verano y Doctor Strange, entre otras.

Sin embargo, se ha producido un gran cambio en los cines actuales. En mi época solíamos ir a los clásicos cines de barrio con nuestros vecinos y amigos. Eran construcciones de dos pisos:  platea alta y baja, lo que permitía cobijar una gran audiencia para apreciar espectáculos de variada índole: funciones de cine, teatro o ballet; conciertos y festivales musicales, graduaciones, ceremonias, etc. Muchos cines del centro de Santiago estaban ubicados en el primer piso de edificios residenciales. Se grabó en mi memoria y en la de muchos cinéfilos de la época el famoso incendio del cine Astor, en los años 60, tragedia en la que fallecieron varios espectadores.  Pocos años después, asistimos con mi novio Enrique a uno de estos cines al reestreno de “Lo que el viento se llevó”. Precisamente durante la escena del incendio de Atlanta, veo humo en el haz de luz del proyector y huelo olor a quemado. Nerviosa, se lo hago notar a Enrique y me responde: “Tranquila. Son los efectos especiales”, con su clásico tono de experto. Un segundo después ¡se desata una estampida de gente gritando y huyendo despavorida, sugestionada seguramente por el pánico de Scarlett O´Hara en la pantalla, más la humareda y el olor que envolvía la sala.   Por altavoces se nos anunció: LA QUEMA DE BASURA EN LOS INCINERADORES DEL EDIFICIO OCASIONÓ ESTE ESCAPE DE HUMO. GUARDEN LA CALMA Y VOLVAMOS A LA FUNCIÓN. ¡Muy pocos espectadores vimos completo el incendio de Atlanta, que nunca fue tan real!

Esos cines se caracterizaban por sus funciones clásicas: la “matiné” con películas para los niños, “vermut” orientada a los adolescentes y “noche” para los adultos.

Existían los cines rotativos, que daban dos a tres películas que se iban exhibiendo ininterrumpidamente y los espectadores podían ingresar en cualquier momento, quedarse el tiempo que quisieran dentro de la sala para ver las películas más de una vez, dormir a sus anchas o “pololear” (besarse a escondidas) en la última fila llamada “de los cocheros”, (debido al sonido de los besitos). Un conjunto musical de moda en Chile, inmortalizó una canción que graficaba muy bien esa pícara situación adolescente: “Un besito en la matiné”, que decía así:

“Se apagan las luces y se ve en la pantalla
 a un flaco vaquero laceando una vaca
pero en la última fila la cosa está mucho más entretenida
un besito en la matiné, qué delicia, qué placer.
Un besito escondidito, sabroso y resbaladizo…”

En el foyer del cine había una confitería donde se vendían gomitas, masticables y otros dulces que disminuían el estrés producido por las películas de terror o suspenso y subían el ánimo cuando eran muy dramáticas o sentimentales. No era obligatorio comprarlas ahí: podíamos traerlas de la casa o de otra confitería.

Las entradas se compraban en la misma boletería del cine. A la entrada verificaban que correspondieran a esa función y luego el “acomodador”, con una linterna, señalaba los asientos que nos correspondía.

Se apagaba la luz y comenzaba la función. Primero con la “sinopsis” de los próximos estrenos para entusiasmar a la audiencia y luego con los noticieros “El mundo al instante” y “Emelco” cuyas noticias ya estaban atrasadas.

La expectación aumentaba cuando aparecía el león de la Metro Golden Mayer anunciándonos la tan esperada película. Nos acomodábamos en el asiento y prestábamos toda la atención del mundo. ¡Cuántas veces en lo mejor de la película se producía un corte! Había que esperar que unieran el rollo de celuloide para continuar con la función. Algunos impacientes chiflaban y otros gritaban: “¡Saca la pata del enchufe, cojo!”, aludiendo al encargado de manipular el proyector.

Con mi marido íbamos al cine todos los miércoles y así acortábamos la semana laboral. Como, además, asistíamos algunos fines de semana con amigos y con los hijos, muchas veces no teníamos películas nuevas por ver, entonces el día jueves disfrutábamos una función de teatro.

Cerca de estos cines había restaurantes y salones de té. Esto nos permitía ir cenar o tomar once para comentar la película. Esto me motivó a plasmar nuestro cine de barrio favorito con su restaurante francés adosado que nos acogía con frecuencia.  

Cecilia Byrne. “Cine de mi barrio”, óleo sobre tela, 50 x 100 (2022)
Cecilia Byrne. “Cine de mi barrio”, óleo sobre tela, 50 x 100 (2022)
 

En verano podíamos disfrutar de funciones al aire libre, en plazas, parques y calles de la ciudad.

Los organizadores colocaban enormes telones donde se proyectaba la película y disponían sillas para acoger a una gran cantidad de espectadores. Generalmente eran eventos gratuitos para las familias. En caso de cobrar por ver la función, los precios eran módicos y accesibles para todos.

La gente llegaba muy temprano para lograr tener la mejor ubicación. Traían algo para comer durante la función y un cojín personal para soportar los duros asientos. Era una fiesta familiar y de convivencia con vecinos y amigos.

En Santiago, existía el autocine “Las Vizcachas” que proyectaba películas los fines de semana.  Nunca asistí; consideraba que era incómodo estar en un auto, no alcanzaría a leer los subtítulos ni escucharía bien los parlamentos. Además, tenían fama de ser “criatureros”.

La llegada de la televisión, con teleseries y programas de entretención como “Sábados Gigantes”, produjo una disminución de la audiencia. La aparición del Blockbuster, Netflix y las cadenas de multicines —Cinehoyts, Cinemark, Cineplanet—  determinaron la desaparición de estos cines de barrio. Estos multicines se encuentran ubicados en el último piso de centros comerciales y cuentan con alrededor de diez salas exhibiendo películas al mismo tiempo, y hasta ocho funciones diarias. En ellos está prohibido traer cualquier tipo de alimento, solo se pueden comprar dentro del cine. Existe una gran oferta de alimentos para consumir durante la función: Bebidas gaseosas, Pop corn, café etc. Estos alimentos generan olores y ruidos que pueden resultar molestos para los demás. Cierta vez me molestó muchísimo sentir el crunch crunch que emitía al comer pop corn una persona sentada detrás de mí en los momentos más románticos del Titanic.


Texto e imágenes © Cecilia Byrne

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