El corazón perfumado de la noche de Carmen Nöel
Las mil quejas de la noche
aúllan como los lobos.
Sus susurrantes sonidos encienden labios abrasadores
por todas partes.
Sombras y silencios de la noche.
Ruidos misteriosos que la ardiente fantasía engendra
como cantos heredados.
Miedos ancestrales llegados desde remotas cavernas
a través de los conductos
de la cambiante arena del tiempo.
Desde el abismo interior de un aullido,
el lobo se introduce suavemente en el pasado.
Penetra la soledad de quien pobló hace milenios el mundo.
Persigue sus preguntas,
guardadas como un enigma
sobre los lomos del viento.
En el insinuante calor del hechizo
del corazón perfumado de la noche.
Todo lo acapara y guarda
su mítica mirada de diablesa.
No hay nada más profundo que sus negros ojos.
Desde su eterno abismo de inmensidad absoluta me contemplan,
criatura diminuta y pasajera.
¿Dónde estás, espíritu callado de la noche?
A tientas siento tus labios
sobre mi zarpa de gata,
y tu aliento enfebrecido resopla,
de intervalo en intervalo,
con su perfume de menta, sobre mi cuello.
Tu lengua ardiente lame el perfil de mis sueños
y los inquieta hasta la estridencia.
Entre los ruidos,
entre el calor,
la agazapada sombra constante me mira,
como un diablo que vigila a su doncella.
Como un sonámbulo latido que se hace grito
en mi boca, cuando la rozas.
Tu seno turgente y mórbido
se insinúa, femenino, para todos,
bajo la ardiente luna diabólica.
Es un grito que se evapora.
Un silencio constante que arrastra hasta la locura.
Una rosa roja tirada
bajo el oscuro entramado de tus ardientes ojos de loba.
A pesar de tu coraza fría y tétrica,
tu alma es un quejido,
lento,
y cálido.
El jinete que cabalga sin encontrar el reposo.
La orquídea que perdió todos sus pétalos.
El laberinto sin tapia y sin enramada.
La hoguera fiel ante la cual lloramos cada sueño roto.
Tu oscura cabellera,
inmensamente esparcida al infinito,
lleva una rosa blanca prendida
como un sueño de la luna.
Así eres tú,
amante audaz con la piel como el terciopelo,
cobijadora de intentos y de ilusiones,
antiguo vientre donde todo arde y se gesta desde su misma raíz.
Allí donde se inventa el suave beso,
allí donde el proyecto crece hasta el delirio,
allí donde la auténtica agonía de la estrella
revienta locamente hasta que alcanza la luz.
Detrás, solo la soledad.
Allí nada más puede verse el mundo desnudo,
a oscuras, temblando,
tal como lo vieron aquellos que anhelaron las montañas,
aquellos que abrasaron su piel con el entusiasmo,
aquellos que fueron capaces de oler y sentir
cuando la vida era negra
y les ardía el alma,
el insinuante calor del hechizo
del corazón perfumado de la noche.
© Texto: Carmen Nöel
© Imagen: Vladimircech en freepik