El Derby inicia el febrero lúdico en el Sporting de Viña del Mar

El primer domingo de febrero se corre el Derby en el centro hípico Valparaíso Sporting Club de Viña del Mar.

El recinto se engalana para recibir a los visitantes nacionales e internacionales que van a presenciar la carrera o turf más importante del año, la elección de reina de la competencia y el paseo de autos antiguos por las calles de la ciudad.

La pasión hípica se vive en las tribunas, galerías y espacios de propietarios, en compañía de los mismos propietarios, aficionados, preparadores, cuidadores, socios, apostadores y veterinarios.

El paddock, zona de exhibición de los caballos y sus jinetes, permite a los aficionados, conocer la condición física de los competidores. El paseo es multicolor. Los jinetes o jockeys tratan de sobresalir con sus cascos, chalecos, antiparras, botas, guantes y fustas. Los “fina sangre” marcan diferencias con sus sillas, anteojeras, “rollos de sombras” y “ataduras de lengua”.

Los apostadores y los aficionados aventuran sus dineros al caballo que -aseguran- será el vencedor. Sus elecciones se basan en “datos” o en sus análisis del desempeño reciente de la dupla jinete y caballo. Antes del inicio de cada carrera, las boleterías se repletan de ilusionados que juegan a ganador o “placé”. Al mismo tiempo, los pocos afortunados ganadores de las carreras anteriores, cobran sus premios y “abren el apetito”.

Cuando el juez de partida da inicio al espectáculo y los caballos comienzan a correr, en todos los sectores se siente fluir la adrenalina.  En la última curva, la tensión es máxima. En la recta final se lucha por tomar la delantera. Algún competidor lo consigue “por los palos”. Otros, al tratar de llegar al primer lugar, provocan contratiempos como encajonar, cargar o dejar abierto a un contrincante, lo que puede echar por tierra las ilusiones de muchos.

La llegada puede tener un claro ganador o ser tan estrecha que requiera un fallo fotográfico. Pueden ganar por nariz, cabeza, medio cuerpo, un cuerpo y, los campeones, por varios cuerpos.

La dupla ganadora entra a lo que se llama “La Troya” donde son fotografiados, felicitados y condecorados.

Conocí y disfruté el mundo hípico en mi juventud. Los padres de mi novio tenían el stud Marjul (acrónimo de María y Julio). Solíamos ir los fines de semana al Club Hípico de Santiago para verlos correr, competir y ganar trofeos.

Plasmé, en esta pintura, la estimulante sensación que me provocaban las carreras de caballos.

Cecilia Byrne, Derby en el Sporting Club de Viña del Mar, óleo sobre tela, 50 x 100 (2021)
Cecilia Byrne, Derby en el Sporting Club de Viña del Mar, óleo sobre tela, 50 x 100 (2021)

Me gustaba apostar, pero era prudente con mis recursos monetarios. Jugaba a ganador y a placé (primero, segundo y tercer lugar).  Mis decisiones las hacía a veces por intuición, pronósticos o por opiniones de entendidos. Uno de ellos era el destacado humorista nacional, Manolo González.  El cómico, entre chistes hacía sus pronósticos, la mayoría errados. Yo disfrutaba su picardía.

Una inmensa alegría al ganar o una profunda tristeza al perder. Viví emociones y momentos imborrables. Pero lo mejor: la experiencia de estar rodeada de apasionados a la hípica y conocer a destacados preparadores y jinetes.

Las carreras de caballos son estimulantes. Una energía positiva y una esperanza contagiosa me envolvía en cualquier carrera. Los asistentes se levantaban para observar el paso fugaz de su corcel y como dirigiendo a sus elegidos levantaban sus manos y hacían girar las muñecas al ritmo del chasqueo de los dedos mientras resonaban sus gritos alentadores ¡¡Dale, dale!! o ¡¡Vamos, vamos!!  Al traspasar la meta, la mayoría bajaba sus manos decepcionados, unos pocos reflejaban en sus caras la alegría, mientras el locutor anunciaba “Primero el 17, segundo el 11 y tercero el 5” seguido de los montos a cobrar por quienes acertaron tanto a ganador como a placé.


Apuestas en el Casino Municipal de Viña del Mar

El Casino de Viña es una atracción turística.

Las salas de juegos compiten con sus restaurantes y espectáculos de nivel internacional: famosos cantantes, obras de teatro y humoristas de renombre.

El Casino de Viña del Mar que, es similar al Casino de Deauville en Normandía, fue inaugurado el 31 de diciembre de 1930, con autoridades locales y la presencia del príncipe de Gales Eduardo de Windsor.

Desde mi infancia admiré su arquitectura y sus jardines que contrastaban sobre el fondo del océano Pacifico. Novios y recién casados, atraídos por la belleza y magia del lugar, inmortalizan su felicidad con fotos en las escaleras frontales.  

Todo lo anterior me motivó pintar el lugar.

Cecilia Byrne, Casino Municipal de Viña del Mar, óleo sobre tela, 50 x 100 (2021)
Cecilia Byrne, Casino Municipal de Viña del Mar, óleo sobre tela, 50 x 100 (2021)

La primera vez que visité el casino, era muy joven. Me atrajo la ruleta por los bajos montos de las apuestas.   Quise comprar fichas para jugar, pero no quedaban y el crupier me permitió jugar con mi billete de quinientos pesos, que coloqué sobre el siete, mi número favorito. Mientras la ruleta giraba, mi billete, nuevo y doblado, se abría y caía en el ocho. Intenté dos veces devolverlo al siete sin éxito.  Cuando el disco de la ruleta cesó de girar y cayó la bolita escuché “negro el 8”. No podía creerlo. ¡Era un pleno! Y me premiaba con dieciocho mil pesos ¡treinta y seis veces la plata apostada!

Preferí guardar mis ganancias y no seguir jugando. Era más entretenido observar lo que sucedía en las distintas mesas de juego. Mi novio solo jugaba “Punta y Banca”, desafiando al crupier. Yo sufría al verlo perder, pero él lo tomaba con humor: “Vine a depositarle al casino” o “Qué le hace el agua al pescado”.

Años después, el 24 de septiembre de 1984, en Barcelona, jugué en las máquinas tragamonedas con una sola meta: ganar lo suficiente para llamar por larga distancia a mi hija. Recuerdo la sensación de placer cuando conseguía una combinación de símbolos y la máquina comenzaba a sonar mientras soltaba muchas monedas. Una vez logrado el objetivo, me retiré. Mi marido, enojado, refunfuñaba “No puedes soltar esa máquina porque estás con buena racha y en un rato más va a descargar mucha plata”.

El enojo se le terminó en la fiesta de la Virgen de la Merced con un show piromusical que jamás olvidaré. Tenía fuegos artificiales coordinados con los efectos de agua y luz de la Fuente Mágica de Montjuic, todo sincronizado con música que invitaba a bailar a los cientos de asistentes.

Mis nietos también disfrutaron del Casino de Viña del Mar. Cuando ellos llegaban a pasar sus vacaciones de invierno y de verano conmigo, los inscribía en talleres que se realizaban en el casino. Era un espacio destinado a entretener a los niños mientras sus padres jugaban, almorzaban o disfrutaban algún espectáculo. Todos los días, de lunes a viernes, de 11 a 13 horas y durante dos semanas, tenían manualidades, baile entretenido y clases de gastronomía realizadas por el chef del lugar.  El chef les enseñaba y permitía saborear cada preparación como pizzas, chocolates, torta de cuchiflíes, merengues y otras delicias.

Hace pocos años volví a jugar en las máquinas tragamonedas del casino viñamarino, pero ya no caían las monedas al acertar. La máquina entregaba un vale canjeable por plata. Esto me resultó de gran utilidad. Cuando se me acabó el dinero que tenía para jugar, me retiré con los vales y con ganancias.

Me siento afortunada de no tener ludópatas en mi familia. Es una adicción que puede llevar a pérdidas materiales, laborales y familiares, muchas veces irrecuperables.


Texto e imágenes © Cecilia Byrne

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