El día de la paloma

O cómo la humanidad se convierte en experimentada charlatana cuando la situación está bajo control.

Hace unos días me ocurrió un suceso curioso, divertido para algunos y terrible para otros (especialmente los que sufren de ornitofobia), pero en general fue algo no demasiado reseñable que puede ocurrir en la vida diaria de cada ciudadano que puebla este planeta. Sin embargo, si miramos un poco más allá, podemos sacar conclusiones tan aterradoras como entretenidas.

Una mañana entré en el supermercado, como siempre suelo hacer un par de veces por semana. Cuando me encontraba a punto de poner la compra encima de la cinta transportadora de la caja, observé cómo una pacífica paloma entraba planeando al supermercado en vuelo aparentemente apacible. Por supuesto la gente comenzó a formar bandos inmediatamente. Unos pregonaban cual campesino de “Muchachada Nui”: ¡Aibá una paloma, las ratas del aire! ¡Sa colao, sa colao, mírala! ¡Anda! ¡Traen muchísimas enfermedades! ¡Yo lo he visto, lo he vivido, tienen parásitos y enfermedades! Luego estaban los que ante el pánico de contemplar una simple paloma, se escondían tras la caja registradora o incluso se colocaban las cestas de la compra sobre la cabeza para evitar una supuesta catástrofe. El terror estaba servido y la conmoción generalizada impidió que la gente pudiera continuar ejecutando su rutina normal. 

Yo mientras tanto traté de mantenerme impasible, sin darle demasiada importancia, pagando los productos y rezando porque la pobre paloma pudiera salir de su prisión inesperada sin mayor percance. Los comentarios continuaban, desde aquellos que divulgaban información 100% contrastada hasta los que abogaban por huir despavoridos para no regresar hasta la jornada siguiente. Por Dios, menos mal que no se coló un dinosaurio.

La paloma, en pleno intento de regresar al aire libre, se topó escandalosamente con el inmaculado cristal de entrada. El sonido del golpe inundó más aún en pánico al resto de los presentes. Ciertamente fue terrorífico, muchos pensamos que la pobre criatura podía haber perecido en su intento de fuga. Pero de entre las migajas de la incomprensión y el pánico surgió un héroe que intento salvar el día: yo. Me acerqué ávido de éxito y reconocimiento hacia la pobre ave e intenté cogerla. El espanto que poseía en aquel momento a la paloma fue tal, que cuando intenté agarrarla, ella intentó zafarse de mis manos y salir volando, propinándose otro buen golpe en el pico. Cual héroe de la funesta y cansina Marvel, decidí armarme de valor y proceder sin miedo a agarrar a la confusa criatura. Cuando la tuve en mis manos, el animal pareció calmarse. Los aplausos comenzaron, los comentarios sobre el héroe que había salvado a aquella rata del aire me llenaban los oídos de manera eufórica. ¡Fíjate, cómo se ha atrevido, con la de enfermedades que traen!, se aventuraba a decir la señora Nosecuantos por sexta o séptima vez. ¡Muy bien hijo, muy bien!, vitoreaba; ¡Lávate las manos!, vociferaba otra.  

Sintiéndome como el héroe más estúpido e incomprendido, al más puro estilo Kick-Ass, salí del supermercado con la paloma en las manos ante los aplausos y agradecimientos. En aquel momento, cuando el peligro había pasado, en ese preciso instante, todo el mundo se convirtió en experto en la situación. En ese insignificante y efímero segundo de la creación, todos/as los presentes se convirtieron en insaciables expertos en ornitología:

“Lo que tienes que hacer ahora es dejarla en una esquina para que se recupere”

“Esos golpes son muy malos hijo, si lo son para nosotros, imagínate para los bichos esos que son más débiles”

“Lo que tienes que hacer ahora es dejarla en una esquina para que se recupere”

“Está aturdida la pobre, normal… eso les pasa mucho a los pájaros. Lávate las manos hijo que traen muchas enfermedades”

“¡Uy, están llenas de parásitos y bazterias!”

“Lo que tienes que hacer ahora es dejarla en una esquina para que se recupere”

Finalmente, tras unos minutos sobre mi mano y un par de caricias astutamente ejecutadas que calmaron a la paloma pero hicieron las delicias de los defensores de la teoría de las enfermedades palomiles, el ave voló libre de las incomprensibles infraestructuras humanas sin llegar a ser consciente en su vida de lo que realmente había sucedido.

Ni un miserable céntimo de descuento me hicieron en el supermercado por haberles librado con tal celeridad y eficacia de aquel Mefistófeles alado. Pero la cosa no quedó ahí, por si los arrebatos de erudición en ornitología fueron pocos, cuando salí del supermercado y me senté en un banco para contarle a mi pareja aquella noble gesta de salvación y pericia, dos hombres bien entrados en edad se encontraban atosigando a una pobre muchacha de Europa del este (probablemente rusa o ucraniana), sobre los orígenes de los pueblos de la Rus.

Todo aquello en relación, supongo, al conflicto actual entre los mencionados países.

La pobre muchacha asentía a todo lo que aquellos individuos le estaban contando, armados con polos e indumentarias con banderas de España y rimbombantes nombres de marcas plurilingües que anuncian orgullosos un sinfín de equipos de surf, waterpolo e hípica. En ese momento, esos hombres eran diestros entendidos en historia de los pueblos eslavos, como hace media hora pudieron ser duchos en el arte de la enología o los nudos marinos y como probablemente lo fueran en ornitología. Porque la ilustración no conoce fronteras, y la desinformación nunca engaña.


© Daniel Borge
Imagen de Geralt en Pixabay

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