El día después
Los dos hombres llegaron al andén justo cuando el tren se ponía en marcha. Aunque no se conocían, ambos iban bien vestidos y cargaban portafolios de piel.
–Lo hemos perdido por poco –dijo con una media sonrisa el que aparentaba mayor edad.
El más joven masculló algo y resopló enfadado al ver su reloj de pulsera.
–No sé cómo puede estar tan tranquilo –dijo el joven finalmente–. El próximo tren pasará hasta dentro de veinte minutos.
–Ayer fue mi último día en la oficina –respondió el otro hombre con calma–. Durante veinte años, tomé este mismo tren. No sé cuántas veces tuve que conformarme con verlo pasar de largo.
–No lo entiendo –dijo el más joven con una mirada de extrañeza–. Entonces ¿a qué ha venido?
El hombre mayor colocó su portafolio en el suelo y entrelazó los dedos detrás de su cabeza mientras cerraba los ojos y daba un profundo suspiro.
–Desde hace mucho tiempo –dijo, tras abrir los ojos– me prometí venir aquí el primer día de mi jubilación. Sólo quería darme el gusto de ver cómo el condenado tren se marchaba, sin que me importara un comino que lo hiciera.
Luego tomó su portafolio y se encaminó hacia la salida de la estación, al tiempo que en sus labios se dibujaba una enorme sonrisa.
© Kalton Bruhl
Imagen La Gare Saint-Lazare de Claude Monet