El día en el que el ser humano dejó de ser un animal…
…para convertirse en una bestia primitiva con aires de grandeza y estupidez a partes iguales.
¿Hasta qué punto es capaz el ser humano de aguantar la presión (y la opresión) antes de sucumbir irremediablemente al salvajismo y a los instintos primitivos de violencia y dominación?
Vamos a ser honestos, que la honestidad no debería molestar; y humildes, porque la humildad conlleva comprensión y aceptación. Cuando digo ser humano me refiero básicamente al hombre, no como especie, sino como género. Lo dijo Albert Einstein en algunas de sus cartas compartidas con sus mejores amigos, en una época de revelaciones científicas sin parangón, entre dos guerras mundiales que sacaron a relucir “Lo Mejor de la Humanidad: Grandes Éxitos”, escribió: “los hombres mantienen aún a día de hoy esa actitud violenta y salvaje que parece caracterizarles por naturaleza. Me niego a identificarme con ellos. El mundo iría mucho mejor si fuera gobernado por mujeres.”
Sabias palabras… pero, ¿qué va a saber el científico este comunista de pacotilla, una de las mentes más privilegiadas de todos los tiempos?
No me duele decirlo, ¿por qué iba a hacerlo? Me apena verlo… claro que sí, pero no me avergüenzo de aceptar que por desgracia así ocurre, porque me considero algo más que un ser vivo con un género definido por los caprichos de la biología, me considero una entidad viva curiosa, pensante y siempre dispuesta a abrazar la verdad, por mucho que duela. Y desde luego no tengo nada que ver con aquellos que recurren a la violencia, al maltrato y a la violación como primer recurso para todo durante sus miserables vidas. Entonces, ¿por qué debería sentirme atacado ante la abrumadora y evidente realidad?
Hay casos… y casos… ¿alguno justificable? No, claro que no. Pero digno de mención con el objetivo de tratar de comprendernos, de averiguar lo que puede llegar a quebrar a las mentes más nobles o quizá lo que puede terminar por destrozar a una ya de por sí débil.
Mi abuelo me contaba hace ahora ya más de 20 años, que un amigo suyo del pueblo se había alistado a la “250ª División de Infantería de la Wehrmacht” o “División Española de Voluntarios” o “División Azul” entre los años 1941 y 1943. Esta escisión española del ejército alemán contó con entre 40.000 y 45.000 soldados nacionales (número que puede variar según las fuentes) y se encargó de luchar junto con el ejército nazi en multitud de batallas contra la Unión Soviética, especialmente en Leningrado.
Este hombre regresó al pueblo con “el rabo entre las piernas”, con la mente diezmada por el horror contemplado. Solo los dioses saben por qué se alistó, los motivos que le llevaron a hacerlo y las razones por las que abandonó a su mujer y a su hija sin saber si iba a regresar. Mi abuelo me contó que de jóvenes, a pesar de pertenecer a familias de distinto orden social, se divertían juntos, robaban cigarrillos a su maestro y vino del bodeguero del pueblo y mantenían una vida en armonía y suculenta adolescencia. Este hombre se enamoró locamente de su mujer y tuvo una hija con ella, les amaba más que a nada en su existencia, pero repito, por algún motivo decidió marcharse a luchar en uno de los frentes más sanguinarios de la Segunda Guerra Mundial. ¿Valentía o…? Quizás otra cosa…
Este hombre regresó al pueblo, sí, o al menos lo hizo su integridad física, porque la mental y psicológica habían quedado enterradas bajo toneladas de barro, nieve y cuerpos desmembrados. Tras su regreso, a partir de ese momento este hombre se convirtió en el terror de su familia, descargando una violencia desmesurada y sin miramientos sobre su mujer y su hija cuando la situación lo requería. Esto, sumado al hecho de permanecer en un estado de ebriedad casi constante, probablemente para tratar de mantener a raya las monstruosas imágenes que le asediaban a cada segundo de su vida, provocó que su mujer y su hija, magulladas hasta límites enfermizos, físicos y mentales, huyeran del pueblo y se establecieran todo lo lejos que su economía y sus contactos les permitieron.
Solo, atormentado y sumido en una oscuridad que jamás llegó a imaginar, se atrevió a confesar un día a mi abuelo entre el tintineo de las copas de vino: “a veces escucho el sonido de los tanques aplastando los cuerpos aún con vida de los soldados, los huesos triturados, los rostros deformados y las vísceras explotando…”
¿Justificable? No. Nunca. Pero merece la pena considerar que en muchas ocasiones los peores monstruos son creados por nosotros mismos y provoca verdadera lástima pensar que en otras circunstancias todo hubiera sido distinto. Quizá esa chispa de brutalidad no hizo otra cosa sino avivar un fuego infernal ya latente, o quizá esa chispa encendió algo absolutamente desconocido que arañó los rincones más oscuros y escondidos del alma.
Y aun así, en el año 2022, todo sigue ocurriendo, sin necesidad de traumas espeluznantes o pasados espantosos… todo sigue ocurriendo. ¿Acaso faltan razones para ponerle freno? ¿Acaso sobran razones para aceptar que casi siempre ocurre en una misma dirección?
El primer paso para arreglar un problema es aceptar la verdad, por muy retorcida y dolorosa que sea. Si nos saltamos este paso, ni este país ni este mundo avanzarán jamás.
© Daniel Borge
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