El feliz encuentro entre David Príncipe y Óscar Ruiz
He tenido el privilegio de ir presenciando cómo se ha ido materializando paulatinamente el encuentro de dos personas cada una de las cuales encarna una dimensión distinta del proceso creativo: David Príncipe Licini es un artista plástico formado en la Facultad de Bellas Artes de la UCM, si bien más que a materializar una Obra, entendida como conjunto tangible de estas, se ha dedicado a reflexionar especulativamente acerca de los resortes que sustentan lo artístico, concomitando con lo filosófico, toda vez que acopia en su acervo personal ingente provisión de lecturas. Si bien se maneja en diferentes técnicas artísticas tradicionales, le gusta desempeñarse en lides más de tenor situacionista; le gusta el arte procesual, las instalaciones en el paisaje… y por ahí. El concepto, la poética, marca la impronta de su creativo proceder. Por otra parte, Óscar Ruiz Rebollo es un artesano con dotes ingenieriles, un materializador. Geólogo de formación y docente dedicado a la impartición de la materia de Tecnología, es un hallador de vías de plasmación de cualesquiera conjetura abstracta que se enuncie en su presencia, toda vez que tiende a erigirse en un oferente de posibilidades. Así las cosas, el encuentro de Príncipe y Ruiz, de Ruiz y Príncipe fue providencial, pues si ya el primero venía ejecutando diferentes proyectos en el entorno del Instituto de Enseñanza Secundaria Sapere Aude (situado en la localidad de Villanueva del Pardillo), al toparse con Óscar Ruiz vio potenciadas sus posibilidades ejecutivas haciendo tocar tierra a mucho de su teórico arsenal; ahora bien, su implicación en las más variopintas actividades no ha evitado que continúe atesorando en su intención innumerables gérmenes de otros proyectos, los cuales, merced a su buena sintonía con Ruiz, seguro, irán hallando paulatino cauce. La vía Ruiz Rebollo ha empoderado la faceta matérico-artesanal del tan conceptual David Príncipe.

Como digo, he venido siendo testigo de algunos de los resultados de tan feliz maridaje, no en vano Óscar Ruiz es hijo de un artista plástico que también se dedicó al montaje de decorados de platós televisivos, aunando las facetas que, en el caso que nos ocupa, suman Príncipe y Ruiz. Y tirando de la madeja, me recuerda tal certidumbre al caso de Friedrich Hundertwasser, fascinante artista austriaco de origen judío que pudo llevar algunas de sus ideaciones al plano terrenal gracias a la buena consideración que lo precedía, como se comprueba en el hecho de que en Viena se le permitiese llevar a cabo la construcción de la “Casa Hundertwasser”, aventura en la que contó con el concurso de arquitectos municipales que aportaron los saberes técnicos a un edificio que tenía la vocación de evitar en todo lo posible la línea recta. La imagen de Hundertwasser con los obreros, instándolos este a desarrollar su creatividad al tiempo que él se enfundaba el mono de faena para participar como un operario más en la erección de tan ilusionante hito, me vino al observar a Óscar y a David retroalimentándose desde sus respectivas improntas tan disímiles y tan felizmente encajables al cabo.
