El jefe de estación (I)

Es un hombre joven aún, tiene 49 años, pero siente que su vida ha perdido las expectativas que un día tuvo.

Un trabajo estable, un matrimonio feliz, hijos, etc., en fin, todo eso que desde niño había visto en su familia.

Hoy le habían dado la carta de despido, con esas palabras con que suelen acompañar lo que no tiene justificación para la persona que las recibe.

– Antonio, lo sentimos mucho, pero ya ves que no es porque nosotros queramos, es porque la situación económica de la empresa, no nos permite seguir manteniendo esta plantilla. Entre otros, ya lo sabes, te ha tocado a ti.

– Nos ha costado tomar esta decisión, porque siempre has sido un buen trabajador, pero de tu especialidad, cada vez se necesitan hacer menos trabajos, ahora las máquinas lo hacen todo y necesitan menos tiempo que tú, porque claro, tu eres un perfeccionista y lo haces muy bien y con detalle, pero la tecnología te ha dejado atrás.

– Como eres joven, seguro que en el paro te ofrecen algún curso en el que te puedas reciclar para tu futuro, que sin duda lo tienes. Eres leal y nunca hemos tenido quejas respecto a tu persona y tu trabajo.

– Como compensación, además de lo que te corresponde del finiquito te daremos dos pagas extras para ayudarte hasta que encuentres otro trabajo.

– Ya sabes que cuentas con que nuestros informes con respecto a ti, serán inmejorables.

– Gracias por tu tiempo y trabajo y buena suerte.

Con un apretón de manos, y la entrega de los papeles correspondientes, se quedó el asunto laboral cancelado, pero ¿y el personal? Cómo le sentaría a Teresa, su esposa esta noticia. Ella no había trabajado en ningún sitio, salvo en su casa, que ya era bastante, hijos, mantenimiento, comidas, organización… un sinfín de actividades que nunca se han valorado adecuadamente, pero en su casa siempre había un hogar en orden, unos hijos bien educados y una economía razonable. Lo cierto es que él poco participaba en que todo eso fuese como él creía que debía ser. Con trabajar y llevar el sustento a la familia creía que era suficiente.

Había familias en las que la esposa trabajaba fuera de casa y estaba claro que, salvo si el marido y el resto de los miembros de la familia colaboraban, todo funcionaba muy bien y además contaban con un sueldo extra que les permitía ciertos caprichos.

A Teresa y Antonio, los caprichos les estaban vedados, todo lo que ahorraban era para el porvenir de sus hijos, estudios o formación para lo que quisieran ser en un futuro.

Se fue a la estación para regresar a su casa con la triste noticia. Teresa se sorprendería de verle llegar antes de lo habitual y sin duda que preguntaría si estaba bien de salud.

Decidió que primero iría al banco para hacer el ingreso del finiquito y la indemnización, luego, se sentaría en algún banco haciendo tiempo para llegar a su hogar a la hora habitual.

Cuando entró, Teresa como tenía por costumbre, salió a recibirle y saludarle con un cariñoso beso y la frase ya habitual:

– ¿Qué tal el día cariño?

– Normal, como siempre, con poco trabajo, últimamente ha bajado mucho la producción.

– No te preocupes, son los tiempos y la dichosa crisis que está afectando a todos.

– Es posible. Gracias por tu apoyo

Al día siguiente salió a la hora habitual con dirección a no sabía dónde.

Iría a la oficina del paro para que le apuntasen, otro más a engrosar las ya abultadas listas de personas sin trabajo.

Realizó las gestiones en persona, aunque le dijeron que podía hacerlo por Internet, pero dijo:

– Yo no sé de esas cosas, me gusta hacer las cosas personalmente y si Ud. sigue aconsejando el uso de esos medios, terminará por quedarse también en el paro. Ya no será necesaria su presencia, todo lo hará la maquinita.

La funcionaria no tomó en cuenta sus palabras, comprendió que era una persona mayor y que no sabría utilizarlo, así que le rellenó los documentos necesarios y le dio el papel donde le indicaba los días en los que tendría que fichar para poder seguir cobrando el paro. En su caso, tendría que pasar por la oficina esos días.

– Tenga atención a esos días y no falte, porque puede quedarse sin cobrar el paro.

– Gracias por la advertencia, lo tendré en cuenta.

A continuación, pasó por la ventanilla donde podrían ofrecerle cursos para formarse en otros tipos de trabajos. Allí le dieron una gran lista, pero salvo tres o cuatro, tenían que hacerse a través de internet.

Aunque los que había sin necesidad de utilizar ese sistema, no eran precisamente algo especialmente interesante, se decidió a solicitar los tres cursos que pensaba podrían valerle.

  1. Jardinero
  2. Mantenimiento y reparación de maquinaria de aire acondicionado
  3. Mozo albañil

Qué se le podía hacer, esperaba que mientras tanto pudiera salirle un trabajo de su profesión, era maestro tornero, y de los buenos, y no era falsa modestia.

De la oficina del paro, tomó el tren dirigiéndose al polígono donde estuvo trabajando tantos años, con la idea de ir ofreciendo su capacidad laboral.

Resultado: negativo, para todos tendría que aprender a usar unos ordenadores, además de que de momento no les era necesario.

Siguió deambulando de un lado a otro, hasta que llegó la hora de volver a su casa.

Al llegar a la estación del tren de cercanías que tenía que coger, miraba fijamente los raíles, cada uno con un sentido de dirección contrario.

Se le vino a la cabeza si sería capaz de tirarse a uno de ellos cuando se acercase el tren. Estaba tan desesperado que creía que sería la única salida a su triste vida.

Dejó pasar varios trenes, no se decidía, no era por miedo, era por el dolor que provocaría en su familia, pero aun así estaba barruntando en su cabeza esa decisión.

Pasaban los días y entre viajar en el tren de un lado para otro, buscando trabajo en los diferentes polígonos industriales y sentarse en algún parque donde veía a los más mayores jugar a la petanca o a otros sentados a la sombra de un árbol con el transistor en las manos, el decidía quedarse sentado en un banco alejado de todos, no quería conversaciones.

Así hacía pasar el tiempo mientras en su cabeza cada vez le venía más a menudo optar por la solución final…


© Texto:  Maruchi Marcos Pinto
Imagen de Pexels en Pixabay

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