El jefe de estación (y II)

Volvió a la estación de siempre a coger el tren que le llevaría a su ciudad, a su casa y con ello a su mentira.

Miraba insistentemente esos caminos de acero, que le ofrecían una salida de su drama personal.

Pasaban los trenes y seguía ahí, quieto sin ningún interés en subirse a ninguno.

El Jefe de estación, al cabo del tiempo de verle allí, sin coger ningún tren, le entró algo en su cabeza como sensación de alerta, algo puede pasar con ese señor.

– Desde luego en mi estación, no se suicida nadie, por lo menos si yo puedo evitarlo.

Se dirigió a Antonio, con mucho cuidado y respeto, no quería asustarle.

– Buenos días caballero, le estoy observando y desde que está en la estación no ha tomado ninguno de los trenes que están pasando.

– ¿Está Ud. perdido? Porque puedo ayudarle si me dice dónde quiere ir.

– Muchas gracias caballero, no, no estoy perdido, sé perfectamente cuál es mi destino, pero tengo otro en la cabeza que es el que me hace dudar y no tomo ninguno de los que han pasado.

– Pues le voy a hacer una propuesta, si quiere, se viene conmigo a mi cabina y charlamos un rato, posiblemente después de eso, sepa qué camino debe de tomar.

Antonio se dejó llevar y se sentó junto al jefe de estación en su cabina. Allí sin darle tiempo a que le preguntase, se soltó a hablar, contándole todas sus inquietudes.

Pedro, que ese era el nombre del jefe de la estación, le dijo que tenía una solución, que, si a Antonio le venía bien, podría ser la mejor para él.

Pedro llamó a un íntimo amigo suyo y le contó la situación de Antonio. Le respondió que le diría algo enseguida, uno de sus trabajadores de toda la vida se jubilaba, era un excelente maestro tornero y no encontraba repuesto, todos los que se presentaban estaban recién salidos de la formación profesional y solo sabían trabajar como tornero si tenían un ordenador que hiciera su trabajo y él no estaba dispuesto a pasar por ahí, quería una persona que supiera resolver al momento, solo con su experiencia, lo que su cliente quería y cada vez eran menos las personas que tenían ese curriculum.  Quedaron en que fuese a su fábrica al día siguiente y hablarían.

Cuando Antonio se enteró, lloró de alegría y no solo de eso si no que gracias a su indecisión sobre qué camino tomar, podría llegar a tener un trabajo. Le faltó besar a Pedro, pero se conformaron con un fuerte abrazo, para uno de agradecimiento y para el otro de satisfacción por haber podido salvar a ese hombre.

Pedro llegó a su casa todo eufórico, Teresa al salir a recibirle le notó tan contento que no dudó en preguntar.

– ¿Qué te pasa hoy Antonio? Estas muy contento

– Vamos al salón y te contaré.

A Teresa le dio la llantina de pensar en la triste decisión que podría haber tomado su Antonio, y a la vez la alegría de que hubiese encontrado una persona que se preocupase por él y no sólo eso, le había conseguido un trabajo, de momento, habría que ver lo que hablaba con el futuro jefe, pero le daba en el corazón, que sería bueno.

Teresa no llegó a saber jamás todo lo que Antonio había sufrido. No obstante, intuía que debía haber sido mucho. Había perdido peso y la mirada se había vuelto triste.

Llegó el día en que Antonio tuvo la entrevista con el dueño de la fábrica que le había recomendado Pedro. Todo salió satisfactoriamente, en el contrato, establecieron un periodo de prueba de seis meses, pasado ese tiempo, se haría indefinido, además en ese momento su sueldo sería incluso superior al que tenía en la otra empresa.

Al cabo de los dos meses su jefe le llamó a su despacho, a Antonio se le encogió el alma. Otra vez se veía en la calle.

– Antonio, ya ve que solo han pasado dos meses desde su incorporación a esta empresa y tengo que decirle que estoy muy satisfecho con su trabajo, por lo que no voy a esperar a los seis meses para cumplir con mis condiciones anteriores. Desde este momento, es fijo en esta empresa, su sueldo será el que le indiqué y además, si no le importa, quisiera que fuese “Maestro tornero”, quisiera que ayudáramos a los jóvenes a que tengan otro camino formativo para su futuro.

– Sin que por ello dejen de aprender a utilizar los medios tecnológicos que les ofrecen en los institutos, aquí quiero que aprendan a pensar cómo realizar determinados trabajos, que no tengan una conexión a internet que se lo facilite todo.

– Muchas gracias, no se imagina lo feliz que me hace, y también a mi familia. Le estaremos eternamente agradecidos.

Con el tiempo, uno de sus hijos, pasó a engrosar el número de jóvenes que participaron en esas enseñanzas de prácticas en esa empresa, siempre orientados y aconsejados por Antonio.

Pasaron los años y al fin le llegó la jubilación, disfrutando completamente de su familia y haciendo partícipe de sus vidas a D. Pedro, el jefe de estación, que le salvó de tomar esa drástica decisión.


© Texto y foto:  Maruchi Marcos Pinto

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