El juicio de Giordano Bruno
Después de una vida errante y muy azarosa, llena de vicisitudes, no todas agradables, Giordano Bruno recibió la invitación de Mocenigo, un noble veneciano, para que fuese a Venecia. De esta forma se convirtió en su protector para que impartiera su cátedra particular. Pero el 21 de mayo de 1591, Mocenigo tomó una decisión capital. Se presentó ante la Inquisición y denunció a Giordano Bruno porque, como declaró, no estaba satisfecho de la enseñanza de su huésped y le molestaban sus discursos heréticos.
Como consecuencia de aquella denuncia, fue encarcelado el 23 de mayo de 1592. Pero como después fue reclamado por Roma, el 27 de enero de 1593 se ordenó su encierro en el Palacio del Santo Oficio, en el Vaticano. Y allí permaneció en la cárcel durante ocho años en espera de juicio.
El juicio
El proceso fue dirigido por el cardenal Roberto Belarmino, quien años después, en 1616, llevaría el proceso contra Galileo Galilei.
En el juicio, y en su descargo, Bruno puso de manifiesto las verdaderas razones de la denuncia. Dijo que Mocenigo le había acusado porque pretendía de él que le enseñase el arte de dominar las mentes ajenas y él se negó. Sin embargo, no se tuvo en cuenta esta afirmación y no se levantó ninguna responsabilidad hacia Mocenigo.
A partir de ahí, Bruno dirigió al tribunal numerosas cartas de retractación que no fueron tenidas en cuenta. Finalmente, y por razones que se desconocen, Giordano se reafirmó en sus ideas.
Los cargos de la Inquisición contra Bruno Luigi fueron tener opiniones en contra de la fe católica y hablar contra ella y sus ministros, afirmar que existen múltiples mundos, tener opiniones favorables de la transmigración del espíritu en otros seres humanos después de la muerte y brujería. Finalmente, se le impugnó el conjunto de su pensamiento.

La sentencia
El papa Clemente VIII tuvo muchas dudas sobre la sentencia impuesta a Giordano. Y no por su contenido sino por sus posibles consecuencias. Reflexionó mucho, antes de dictarla, porque entendía que se podría convertir en su contra si, como consecuencia de la misma, llegaba a considerarse a Bruno como un mártir. Pero, finalmente, el 8 de febrero se leyó la sentencia. En ella se declaraba a Bruno de impenitente, herético, pertinaz y obstinado. Fue excomulgado y sus trabajos se quemaron en la plaza pública.
Cuando Bruno oyó esas palabras, se dirigió al Tribunal y les dijo: “Tembláis acaso más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla”
La ejecución
Cuando Bruno llegó al lugar de ejecución, llevaba la lengua aferrada a una prensa de madera para que no pudiese hablar. Le despojaron de sus ropas, lo desnudaron y lo ataron a un palo. Si el acusado se retractaba en el último momento, lo más habitual era su ejecución, tras la que se quemaba el cuerpo. Sin embargo, en el caso de Giordano Bruno, tras la condena de ocho años que sufrió, se le quemó vivió en el Campo de’Fiori de Roma. Era el 17 de febrero de 1600. Antes de ser quemado en la hoguera un monje católico le ofreció un crucifijo para que lo besara, pero Bruno lo rechazó.
Consideraciones finales
Pero Giordano Bruno Casi no fue olvidado. Tres siglos después de su muerte, el 9 de junio de 1889, se hizo una suscripción internacional para erigir una estatua suya en el lugar de su muerte. Se le consideró como un mártir de la libertad de pensamiento y de los nuevos ideales.
Según Alexandre Koyré, la audacia del pensamiento de Bruno causó una verdadera revolución en la imagen tradicional del mundo y de la realidad física, al proponer una visión del universo próxima a la que posteriormente desarrollaría el propio Newton. Por otra parte, fueron sus ideas las que pusieron en guardia a la Iglesia sobre el peligro que suponía esta nueva concepción de la astronomía para la religión. Esto precipitó las ulteriores condenas a Copérnico, en 1616 y, posteriormente a Galileo, ya en 1633.
Según Isaac Asimov, su muerte tuvo un efecto disuasorio en el avance científico de la civilización, particularmente en las naciones católicas. Eso no fue obstáculo para que sus trabajos científicos siguieran influyendo en otros científicos. En este sentido, se le puede considerar como uno de los precursores de la revolución científica.