El modelado lingüístico por Ángel Antonio Herrera de sus columnas (II)

Principiemos por el más estructural de los elementos. Si segmentamos la primera estrofa en versos no nos sale un soneto, pero sí catorce versos y no de mala factura, de hecho, poemas de «poetas» más premeditadamente hilados quedan más deshilachados.

Esa estructura la compone manejando, como apuntábamos, cuestiones de actualidad, como son la crisis en que se halla el rigor informativo, la tercera dosis de la vacuna que ya se estaba inoculando y las corrientes negacionistas tan proliferantes. De tales asuntos trasciende hacia lo ensayístico, y en este flanco incluye razonamientos como el siguiente: «La verdad no sirve hoy porque la verdad obliga al diálogo, y el diálogo puede dar mala vida» (hermosa concatenación, por cierto). Pero el grave trascendentalismo de fondo va administrado mediante un arsenal retórico que contribuye a que por el elucidador propósito se cuele una sugestiva ráfaga de literaria beldad. Por ejemplo, se mueve Herrera entre la ironía y el sarcasmo al referirse a Miguel Bosé (miembro significado del «orfeón de negacionistas» [metáfora]) como «el hijo de Luis Miguel Dominguín». Continuando con los rasgos caricaturescos tenemos el siguiente pasaje: «Son una manta de gentes [metáfora] que rechazan el pinchazo de Pfizer [metonimia, pues refiere a la vacuna a través de una de sus consecuencias], pero luego dirán un amén urgente al lote de cuatro o cinco vacunas diversas, para irse de safari a África, con la pandi». En esta columna además hace uso de metáforas como las siguientes: «prefieren vivir en las nubes de la nada, aconsejados por sabiondos de la ignorancia» [esto último, además, es una paradoja]; «quienes niegan la medicación preventiva del COVID resultan una pandemia sobrevenida»; «Hay en España un bajo salario mínimo cultural, que enseguida se delata». También se pueden hallar hermosas sinestesias: «El desdén a la verdad lo vemos a bulto»; «barajar la duda». Cabe, asimismo, destacar el siguiente símil: «Se informan en foros de algunos tarados que promueven el infundio bajo la misma alegría con que otros predican la videncia de teletienda».

Observamos, al fin, aquí, a un Ángel desangelado.

Todo un universo es conformado con múltiples y variados ingredientes y compactado en las escasas líneas de una columna, logrando el «columnista lírico» que es Herrera una unidad orgánica.

En esa lógica de una lúcida opinión henchida de literarios dones cabe enmarcar otra columna: «Una vida a la cola» (Herrera, 26-12-2021). Nos refiere Herrera en este texto el día en que guardaba cola esperando a que le fuese administrada la tercera dosis de la vacuna anti-COVID. Una cola da lugar a la interna cavilación como pocos otros momentos, y ÁAH halló la ocasión, según nos lo apunta, para reflexionar sobre la deriva que ha ido adquiriendo la sociedad desde el adviento de la pandemia; también aprovecha para tratar acerca de la finalización de un programa presentado por Andreu Buenafuente, cuyas maneras televisivas encomia. Pero, en términos generales, esta columna nos ofrece a un abatido vate.

Las columnas de ÁAH soportan magníficamente cualquier análisis que se tenga a bien hacerles, pues, como antes apuntábamos, son muchos los mimbres que maneja para tejer tamaño serón portador de inefable carga a maridar con la urgencia de lo inminente.

Lexicológicamente, Herrera acostumbra a amalgamar un agregado de palabras de lo más diversas. A él le gusta que la columna «sea como una discoteca». Esto quiere decir que en ella te puedes encontrar con personajes muy diversos, pero, más allá de los famosos (o no) aludidos, en lo que se refiere al léxico, también semejan sus columnas una «discoteca de palabras», pues hallan cabida vocablos de todo pelaje y extracción: encontramos palabras con alcurnia (palabras patrimoniales) como «inclemencia» (preferida antes que «dureza»); «demora» (escogida en vez de «tardanza»); «insólito» (seleccionada, en vez de «raro»); «mecenas» (optada en vez de «promotor»); «abonar» (tomada antes que «pagar»); «procura» (mejor que «consigue»); «prosperar» (asida mejor que «mejorar») o «extinta» (por encima de «acabada»). Este compendio de palabras evolucionadas del latín cohabita con otras de índole más coloquial (populachera), como la apocopada «tele», «coña», «vacile», en su forma y acepción más coloquiales, o «garrafón» (no podía faltar en una «discoteca»). También invita Herrera a conceptos más técnicos y de actualidad («antígenos»), o a algún extranjerismo («prime time»). Tal pléyade de voces (seleccionadísimas todas, pues en el acervo herreriano este cumple harto rigurosamente el papel de selector y discrimina muy minuciosamente cuáles han de caber) otorga una identidad al escritural herrerismo.

Y cuando cohabitan términos de tan variopinta estirpe el literario compendio ha de brotar por fuerza como un volcán en ignición de barroquismos, muchos de los cuales son claramente observables en el plano semántico-estilístico, con metáforas como: «bajo una lluvia de funeral», «Andreu ha resultado una vacuna contra la tele», «forajidos del talento», «Somos la España de la cola»; un símil como «el perfil del Pirulí de fondo, como una postal fracasada»; sinestesias como «él viene haciendo una televisión de ironía», «va del concurso a la injuria», «un Madrid de gastada inclemencia», «mientras llueve en el pasado»; paradojas como «humor en serio», «expertos que saben poco o nada», «colas de paciente impaciencia», «incluye toda la nada del sábado»; personificaciones como «para aliviarme una tarde desnuda», «Hemos puesto a la vida a la cola del día»; metonimias como «para pagar el langostino», «para una jeringa de Pfizer» o alguna hipérbole como «todo el mundo hace una cola».

También acostumbra Herrera a dejar el guiño ramoniano: «Hacer cola es esperarse a uno mismo».

Logra Herrera que se produzca la sensación, en quien lee, de que hace inmersión en una atmósfera plagada de dones estilísticos; en un conspicuo mestizaje de registros.

Hablábamos de la a veces insondable hondura de determinados pasajes del herreriano columnismo. «Simultaneidad en Madrid» (Herrera, 17-2-2022) es una pieza en la que tales honduras marcan la impronta toda del escrito en lo que supone un lírico filosofar existencialmente tomando retazos de lo mundanal en derredor.

Esta columna nos deja señalar algunos de los rasgos más idiosincrásicos de ÁAH en un sentido morfosintáctico. Al ocuparnos del anterior escrito, atendíamos a lo léxico-semántico, plano que también nos daría juego en este, en el que se usan metáforas como «ese nudo del tiempo en el tiempo es esta ciudad»; además, se traen greguerías como «Lo cotidiano tiene la dignidad de lo desconocido» o «El mundo es una actividad de la mente», todo un apotegma, esta última, con cierto regusto platónico.

Pero centrándonos ya en lo meramente morfológico, tenemos que el texto está colmado de sustantivos, una gran parte de los cuales son abstractos, cosa que nos alerta acerca de la reflexiva traza con que son erigidas las líneas que nos ocupan. Veamos, por ejemplo, «simultaneidad, eternidad, instante, momento, amorío, vértigo…». También abundantes, si bien menos que los anteriores, son los concretos: «alcalde, tienda, escaparate, metro, tejados…». Algunos propios también hay: «Madrid, Lavapiés, Andalucía, Levante, Borges, Valle-Inclán o Palace», y algunos adjetivos sustantivados: «lo desconocido, lo imaginado, lo real», y algún infinitivo en funciones sustantivas: «vivir y morir son un mismo instante».

Al igual que en su poesía, Herrera tiene como categoría gramatical predilecta al sustantivo en su columnismo, palabra primordial para aprehender el mundo y designarlo (de manera más o menos sublime según sea el poeta o el cronista el que opera, si bien en el caso que nos ocupa hay la pizquita del uno en el otro).

Nos está aquí ÁAH apuntando rasgos de Madrid en un plano eminentemente especulativo, por lo que el apego a la realidad sensible sobre la que se elevan las cavilaciones del columnista sirve para otorgar contexto a las meditaciones y pareceres esgrimidos de principio a fin.

Tenemos, al fin, una reflexión filosófica que se va materializando a través de la poetización de los rasgos más costumbristas de la ciudad, que son desubicados en pos de su traslado a ciertos estadios de sublimidad. Así, los sustantivos concretos servirían de contrabasa al fuste que aquí son los abstractos.

La sobreabundancia de sustantivos otorga precisión y sobriedad a la magnificencia pergeñada con humanístico temperamento.

Los adjetivos con que acostumbra a manejarse Herrera son escasos, y, o son muy desusados, o generadores de un cierto estupor, o impactan chispeantemente contra el sustantivo con el que forman dúo: «estupefaciente, descerrajadas» son ejemplos aquí. El resto son todos, excepto uno («malva»), especificativos, encargados más de precisar que de ornamentar: «concéntrica», «mental», «interior», «costumbrista» y la estructura bimembre «castizo o histórico».


© Diego Vadillo López

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