El proyecto
Cerré la puerta y dije: “¡Me voy de vacaciones!”. Realmente las necesitaba después de trabajar tanto tiempo en mi proyecto. No imaginaba que, al regresar, mi oficina estaría ocupada por el hijo del dueño de la empresa. Busqué a Pedro, el gerente, para pedirle explicaciones. Se limitó a encogerse de hombros y a decirme que no era simple nepotismo: el chaval tenía potencial y su plan del libre albedrío volvía más comercial mi proyecto de la salvación eterna. “Vamos –me dijo–, contigo todos se salvan y no vas a negarme que eso es algo aburrido, pero, con su idea, muchos de ellos van a perderse y no se sabe quiénes son hasta el último momento. Como que le añade un toque de suspenso”. A partir de ese momento, la memoria empieza a fallarme. Dicen que empecé a despotricar contra el dueño y me abalancé, con no muy buenas intenciones, sobre el gerente. Sólo recuerdo que Gabriel y Miguel, los tipos de seguridad, me lanzaron por una ventana. No hay muchas salidas laborales para un ángel caído, así que terminé como jardinero. Todas las tardes planeo mi venganza a la sombra de un manzano.