Érase una vez Pilar Gómez Bedate
Vanguardia, concretamente, «ámbito de la vanguardia o como quiera llamarse esa escritura que se traza siempre a la contra, o al margen, de los modos institucionalizados». Son palabras de Túa Blesa para delimitar la corriente donde enmarcó —en su prólogo a la edición de 1999— Así se fundó Carnaby Street (1970), poemario de Leopoldo María Panero en el que, el vate maldito, cegado por su esquizofrenia y la luz de su singular brillantez, escribe algo tan hondo como: «Ha muerto el inventor del DDT. Se llamaba Oscar Frey, y aunque su descubrimiento no tuvo la trascendencia de los de un Koch, un Pasteur o un Fleming, bien merece que le recordemos, pues a gracias a él nuestros hijos tal vez nunca lleguen a saber lo que eran los tormentos de la picadura de una chinche o de una pulga».
En esta colección poética, donde encontramos otras joyas como «Un ángel pasó por Brooklyn» («se trataba de un traficante de marihuana»), pensaba yo durante mi estancia en la vetusta ciudad de Astorga, entre los días 17 y 19 de julio de 2023, con motivo de un magnífico congreso universitario convocado por la Casa Panero del municipio. Allí me sentí privilegiado de poder dialogar sobre Pilar Gómez Bedate, nombre que muy probablemente desconozca hasta el más ávido lector. Gómez Bedate fue una escritora zamorana nacida en 1936. Llegó a ser catedrática de Literatura Comparada en la Universidad de Mayagüez (Puerto Rico) y, posteriormente, de Literatura Española en la Pompeu Fabra de Barcelona.
Tradujo la poesía de Mallarmé, el Decamerón de Boccaccio o la trilogía de Primo Levi, a la par que investigó la poética de la segunda mitad del xx y temas referentes a la poesía simbolista y su herencia en el siglo pasado, entre otras muchas cuestiones. Sin embargo, fue también una espléndida autora cuya producción, no obstante, parece haber caído en un injustificable olvido. Atendiendo a su obra literaria, destacan sus dos poemarios: Las peregrinaciones (uno de los primeros libros publicados por Carlos de la Rica en su editorial El Toro de Barro), de 1966, y Las aguas del río, de 2011. Entretanto, divulgó muchos de sus versos en volúmenes colectivos, y contrajo matrimonio con el también poeta Ángel Crespo, a quien había conocido en 1960.
Del segundo poemario citado sobresalen —y no únicamente por su bastardilla— fragmentos como el siguiente: «La respuesta del río es la niebla. Surge de sus entrañas de limo y fango, cubre los campos, ciega las ventanas y se derrama por las calles de la ciudad, los ábsides románicos, los soportales de la Plaza cuyas piedras antiguas rezuman humedad». He aquí una formidable habilidad para revelar un mundo que torna en el escenario idóneo para su voz poética, que canta en un tono eficazmente intrigante.
Su lucidez se pone asimismo de manifiesto en el libro autobiográfico Un tiempo dulce (Polibea, 2018), donde Bedate realiza una honda y cuidada retrospección de sus vivencias al lado de Ángel Crespo, esto es, el grueso de su existencia en nuestro mundo. «Me aproximo a la Tierra, sembrada de luces esparcidas, / y no sé si me esperan las flores o los sudarios», había escrito anteriormente la poeta en su composición «Soy el alma de la noche».
Junto a Crespo, «en un espacio y un tiempo subyugados, se entregaban su propia libertad para ser libres», como inmortalizó el poeta Ángel Guinda, cercano a la pareja. Un tiempo dulce nos traslada a Italia, Brasil, Portugal o Francia, naciones que Bedate y Crespo visitaron (y en algunas residieron). Y durante su lectura resuenan inevitablemente Los trabajos del espíritu (Seix Barral, 1999), diarios del vate una vez postista recopilados, editados y prologados por Gómez Bedate, y que igualmente constituyen una extraordinaria ventana a la apasionante vida conjunta de ambos.
Del autobiográfico Un tiempo dulce tal vez lo más llamativo resulte «Una nueva vida», en el que ahondé durante mi paso por Astorga. En el texto la autora narra cómo, a propuesta de Dámaso Alonso, abandonó España para desempeñarse como profesora en el Recinto de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico, dado el clima literario y político. Uno de los aspectos más reseñables es el toque personal e íntimo que, como en el conjunto del libro, permea y ocupa las páginas del escrito, lo que sin duda lleva a constituir la magnífica pieza literaria que es Un tiempo dulce.
De este modo, destacan momentos anecdóticos como cuando distingue —al ir a visitar en Madrid a los profesores de Mayagüez— «una especie de cajón, alojado entre los cristales, que era el primer aparato de aire acondicionado con que me topé en mi vida»; o el pasaje en que Crespo convence con «razonamientos sofísticos» a los empleados de Iberia en el aeropuerto sanjuanero para realizar el cambio de divisas, aseverando «que no tenían más remedio que cambiárselo [el dinero] o volvernos a llevar a España».
Así, en la obra académica de Gómez Bedate, el lector encontrará nutridos y completos trabajos para acercarse a algunos de los autores y corrientes más importantes de la historia literaria universal. Por su parte, en la obra literaria de la zamorana, el lector hallará el estilo profundo y único de quien, como Leopoldo María Panero, cultivó una escritura que debió trazarse «siempre a la contra, o al margen, de los modos institucionalizados», en este caso por su papel subsidiario como mujer, algo que ya había sucedido con María Goyri, María Lejárraga o Zenobia Camprubí, y después ocurriría con Felicidad Blanc, matriarca de los Panero.
Érase una vez Pilar Gómez Bedate; érase la escritora que debemos recuperar para, con ello, vivir durante la lectura de su obra un tiempo sin duda más dulce; érase una mujer fascinante y admirable.
© Luis Gracia Gaspar
Imagen: Pilar Gómez Bedate, c. 1965. Dominio público.