¡Es el capitalismo!
Las izquierdas siempre vienen estando a la greña por llevarse el ascua del matiz ideológico a su sardina dogmática. Anteponen el dogma y las posibles proyecciones de este en una sociedad futura a ponerse de acuerdo en aras de lograr alcanzar la susodicha.
Al fin, el esquema marxista es el que sigue valiendo: 1Cf. en Marx, K. y Engels, F. (1996): Manifiesto Comunista, Madrid, Alba, pp. 51-52. desde tiempos inmemoriales las sociedades humanas han estado conformadas por explotadores y explotados (los modos son muy diversos). Y dicha lógica es la que en tiempos modernos atrajo las grandes teorías y movimientos que bogaban por subvertir esa dinámica. Mas en el momento de organizarse en pos de acometer la antedicha empresa se atomizaban potenciando tales o cuales diferenciaciones. Y, mientras, el capital (concentrado en pocas y avispadas manos) iba adquiriendo el sufijo «-ismo» para acabar haciéndose fenómeno planetario. Kropotkin lo adujo, hace mucho, harto aclaratoriamente en un libro que, como se ve, no ha perdido vigencia, dadas las circunstancias que nos siguen adornando: «…pueden citarse los miles de millones gastados por Europa en armamento, sin otro objetivo que el de conquistar mercados para imponer la ley económica a los vecinos y facilitar la explotación en el interior; los millones pagados anualmente a los funcionarios de todo orden, cuya misión consiste en garantir el derecho de las minoría a gobernar la vida económica de la nación; los millones gastados en magistrados, prisiones, policías y demás puntos de la malla que se denomina justicia; en fin, los millones dedicados a propalar en la Prensa ideas nocivas y noticias falsas, sólo beneficiosas para los partidos o personajes políticos y las compañías explotadores de toda laya». 2Kropotkine, P. (1931): La conquista del pan, Barcelona, B. Bauzá, p. 15.
Nunca, desde los albores del movimiento obrero hasta fenómenos como el 11-M, se han puesto de acuerdo las izquierdas para confrontar las ignominias que se han ido estatuyendo con el paso de los siglos, enfrascándose dichas izquierdas en intrínsecas revueltas que malograban la revuelta común contra el no menos común enemigo, que, merced a lo revuelto de la mar proletaria, indefectiblemente ha venido ganando, como los pescadores cuando la mar (entendida ahora diametralmente) asimismo se torna revuelta.
Siempre se ha venido dando la vuelta a la revuelta interproletaria.
Pero los planteamientos maniqueos que en otro tiempo pudieron servir para conformar el esquema hoy no sirven, pues la industria fue cediendo terreno al sector servicios y el proletariado a las clases medias asalariadas, un magma que ha sido el caldo de cultivo para la manipulación por parte de una lógica capitalista que es la que ha impuesto un determinado modelo civilizatorio. En este modelo todo es comercializable y venal, pues hace un producto de todo. Y como tiene harta capacidad para mutar, no deja que nuevos paradigmas sobrevengan, por tener la capacidad de dar nuevas vueltas de tuerca cosméticas que perpetúan su esencia. Y bajo el abrigo de dicha lógica de mercado, sustentado en una economía especulativa difícilmente discernible, va transcurriendo el colectivo vivir, envuelto en una nube de inanidad que nos mantiene alegremente infelices.
En este modelo se sigue jugando con el juego de facciones que son situadas en el eje izquierda-derecha que interpretan unas oligarquías las cuales se sitúan al servicio de unos u otros intereses de cariz financiero. Y tales sujetos oligarquizados por la lógica política que impone el mercado, ya global, se adscriben partidistamente al juego, un juego en el que todos acaban siendo casi lo mismo, pues todos son consumistas dedicados a zaherirse con la excusa de legislar sobre tal o cual asunto accesorio de la convivencia sin cuestionar seriamente la lógica que contribuyen a apuntalar con su inmundo y tasado proceder. Lo vemos en España, donde hay una facción reaccionaria sin ambages y otra con puntuales premisas de cierto progreso dentro de un orden irremisiblemente mercantilizado.
Estas formaciones «sistémicas» han quedado para el rifirrafe politiqueril de a diario en vez de para ofrecer alternativas serias al estado de explotación actual (que, como decimos, ya no es el de la industria decimonónica, sino algo más difuso), sustentado en la inoculación del veneno consumista.
Y ahí radicaría el quid de la cuestión, pues la brega no estaría en pujar por conseguir tales o cuales detalles o en tratar de erradicar determinadas lacras, sino en tratar de abrogar un sistema tan infiltrado en nuestras vidas como el capitalista, que es la lógica del capital potenciada en su faz más ignomínica hasta el paroxismo por unos pocos en beneficio de sí mismos a costa de millones de seres humanos.
Hoy, en el orbe político más o menos sistémico, dentro del espectro tradicionalmente conocido como «izquierda» hallamos a una nutrida pléyade de formaciones enfrentadas unas con otras por cosas insustanciales (vistas con la suficiente perspectiva).
A quienes verdaderamente duele la esclavizadora y lobotomizadora lógica capitalista habrían de unirse, pues ya no es una lucha solo de clases sino de sensibilidades. No en vano, los caballos de batalla tradicionales de la izquierda no aúnan hoy a tal izquierda, sino que la estrategia de esta es diversa y dispersa (y muchas veces incursionando, consciente o inconscientemente en veleidades filocapitalistas). Las formaciones anteponen los matices diferenciadores en lugar de llevar a cabo la consigna con que acababan Marx y Engels el «Manifiesto Comunista», 3Cf. en Marx, K y Engels, F. (1996): Op. cit., p. 95. claro que ellos hicieron algo parecido al entrar a la gresca con Bakunin.
Hoy el anticapitalismo no es privativo de la izquierda tradicional, sino que hay formaciones muy conservadoras que se oponen a tan avasalladora lógica, si bien su alternativa es un modelo reaccionario. Y ahí es donde la autoconsiderada izquierda que quiera cambiar el modelo habría de situarse: en la manera de ver cómo conformar un modelo en el que no fuera una avanzadilla la que se encaramase en los resortes de poder, sino que, preservada la libertad individual, existiese un ordenamiento que impidiese la conformación de uno u otro grupo oligárquico que marcase la impronta de hacia dónde ir, sino que tal decisión surgiera del acuerdo social entre iguales.
Federica Montseny apuntaba muy claramente en un programa de Televisión Española lo que era el sistema hoy aún vigente: «Es un compromiso entre las diversas fuerzas políticas y las diversas clases sociales, dirigido a mantener un status quo establecido, que es el statu quo que nos ha impuesto la sociedad capitalista y el medio en el cual estamos obligados a desenvolvernos».4Montseny, F. (5-1-1982): «La Víspera de Nuestro Tiempo», TVE.
Sin estar atenazados por el capitalismo salvaje y rampante que nos contiene, muchos de los conflictos geopolíticos con que convivimos a diario y cuyas consecuencias hacen resentirse a muchas sociedades, es seguro, que se irían diluyendo paulatinamente. Pero, en lugar de ir (apoyo mutuo mediante) a la raíz, las gentes y formaciones denominadas por convención «izquierda» se pierden en infructuosas lides por asuntos tangenciales.