Esos momentos…
La vida nos va llenando de ausencias, esas que han marcado un camino, cada una de ellas nos han aportado, sabiduría, paciencia, amor y sobre todo recuerdos.
En determinados momentos, y sin buscar necesariamente que tu mente bucee en esas enseñanzas o vivencias, te afloran y entonces los revives.
No me voy a explayar demasiado en ellos y en las personas que me los trasmitieron.
Concretamente, hace pocos días en un concierto que presencié, toda la música me envolvía y me entusiasmaba.
Todo transcurría como esperaba hasta que llegó lo programado, en el que, un guitarrista comenzó con su rasgueo de ese instrumento tan nuestro, acompañado posteriormente por una bailarina, que no sólo ejecutó unos bailes maravillosos, bailando ese mantón de Manila que llevaba, dejándonos a todos admirados, si no por esa manera de mover esa bata de cola, que parecía mentira que no se tropezara y cayera al suelo.
Una vez que la admiramos en esa bella interpretación, llegó la otra interpretación, que, me llenó de emoción, acompañó a la guitarra con un toque de castañuelas.
No pude evitarlo, las lágrimas afluyeron a mis ojos.
Fue superior, y eso trajo a mi mente el recuerdo de esa amiga entrañable que nos dejó hace tiempo, cuya profesión fue la de bailar y posteriormente enseñar a las niñas como ejecutar esos bailes españoles. Pero lo que siempre me había gustado sobremanera era su toque con las castañuelas y eso jamás lo olvidaré.
Ella me dejó una lección importante, sufrió ese cáncer que se la llevó, no obstante, hasta ese momento final nunca la abandonó el optimismo y no ceder en su lucha.
Con la guitarra pasó algo parecido.
En mi vida hubo una familia, estrechamente vinculada a la mía. Tenían tres hijos, el segundo era un gran guitarrista, al contrario que a otros artistas, la vida bohemia no le dio demasiadas satisfacciones, solo la de poder tocar el instrumento que para él era su vida.
Durante un tiempo, nuestros caminos se separaron y cuando volvieron a cruzarse, ya fue tarde para volver a tejer esos lazos, pero la base estaba allí, pronto tuve la oportunidad de verle ofrecer un concierto con su guitarra y ese día, fue cuando me dejó fulminada, le quedaba poco tiempo de vida, otro terrible cáncer, le invadía cada vez más rápida y dolorosamente. Su final llegó, me encontraba demasiado lejos como para poder acompañar sus restos en su último viaje, y lloré, corrían las lágrimas por mis ojos, tanto, que tuve que dejar de conducir, no podía ver.
Por eso en ese concierto, se unieron dos de mis ángeles de luz, que sé, qué de alguna manera, siempre me acompañan.
Hoy cuento con su otro hermano, el pequeño, hoy no tanto claro, pero somos Hermanos por cariño y sin obligación, cada vez son más fuertes esos lazos.
Para él, cuando falleció mi madre, lloraba amargamente, diciéndome: ahora eres tú el eslabón que une nuestras familias. Por eso somos hermanos, no de sangre, pero si por amor.
En este relato he abierto mi corazón a la vez que deseo que todos tengamos la ilusión de saber que tenemos esos recuerdos de personas que nos han transmitido mucho en nuestras vidas. No los olvidemos.
Gracias por leerme