Esperanza

En la visión que tuve aquel aciago día de rosas dormidas y alondras sin aire; en la nebulosa de colores distraídos que ocupaban mi horizonte vencido, pude ver, casi por casualidad, un camino de salida. Una ruta hacia la cordura, quizás; hacia el equilibrio, acaso; hacia la ternura, tal vez. Una salida, en fin, de aquel torbellino alzado en rebelión de mil arcoíris que ocupaban la habitación de mis ojos. Un pasillo por el que salir del tortuoso mundo de las espigas que, no queriendo estar en flor, se arrebataron de formas inconsistentes.

Tanta ilusión me dio encontrar aquella salida hacia la luz, dejando atrás la emoción deshabitada, que pregunté cómo se llamaba. ¡Esperanza! me dijeron. Y desde entonces tengo sosegada mi alma. No, no he salido todavía de ese torbellino, pero sé que puedo hacerlo cuando mi corazón me lo demande, cuando mi fantasía me lo requiera.

¡Esperanza! ¡Tengo esperanza! Y esa es la luz que alumbra el porvenir, devorando sombras, entre un arrullo de mirlos que vienen a cantarte cuando los nombras. Esa es la que, anunciando un mundo nuevo, te deja a la expectativa de una sonrisa de seda, quedándote varado en la emoción de lo esperado que, por tener la certeza de su venida, convierte a la herrumbre del hierro en un sueño dorado. Y así, si que vale la pena vivir, entre el amarillo que todo lo llena, como si fuera un sol que guardas en la alacena. En la alacena del alma, por más señas.

Esperanza. Fotografía de la serie fantasías helicoidales de Felipe Espílez Murciano

©  Felipe Espílez Murciano
fespilez@gmail.com

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