Evaristo Páramos. El poeta de la disconformidad (3)
La desinformación es una rama de la ignorancia, toda vez que es una forma activa de mantener en la intelectiva inopia a nutridas capas de población. Los medios siempre actúan sujetos a los intereses de quienes los sustentan; ajenos a toda deontología, manipulan a toda hora de la manera más procaz, cosa que se ha potenciado con el advenimiento de las redes sociales. Además, internet ha dado cobijo al fenómeno de los digitales, que se financian con una publicidad que atiende a las visitas que reciben, las cuales son inducidas de la manera más sensacionalista, esto es: haciendo uso de las falacias y de las medias verdades, sin rubor ninguno y sin el más mínimo pudor por las nefandas consecuencias que tal praxis pueda suscitar.
Hay una adulteración, en estos días desbarajustados, de la alimentación propiamente dicha, así como de las informaciones que alimentan a diario nuestro cerebro. El sistema educativo tampoco se está pudiendo sustraer de una dinámica que boga por la conformación de sociedades engrosadas por ciudadanos cuanto más manipulables.
Entre los caballos de batalla principales de Evaristo Páramos (a tenor de lo recurrente de su acometimiento en las canciones de La Polla Records y posteriores bandas) está la manipulación mediático-publicitaria. Y no parece gratuita la denuncia en tal dirección trasladada en las antedichas canciones dado que el apuntado es el modo con el que el capitalismo ha ido allanando el terreno para instalar su lógica sin remisión.
Todo ha sido absorbido y reelaborado con la traza económica capitalista hasta el punto de haber conformado, esta, una civilización mundial en la que todo queda a su impronta subyugado, cosa que ha producido una nueva fatiga en el ser humano fruto de esa nueva e inaprehensible explotación y manipulación hacia la que ha sido conducido a lomos de los ardides publicitarios del sistema. Byung-Chul Han en su libro La sociedad del cansancio apunta cómo ese proceder uniformizador sin oposiciones claras en el horizonte lo que ha propiciado es un hombre abocado a explotarse a sí mismo sin necesidad de dominio, en lo que sería una nueva tiranía sin estridencias.
En una línea parecida (en La felicidad paradójica), Lipovetsky advertía cómo en su momento pasamos a habitar en democracias mercantilizadas que habrían inducido que la vida toda quedase adscrita a esa dinámica basada en el consumismo (Lipovetsky, 2014: 20) por haberse creado «un clima compulsivo y sensual propicio a la compra». Nos habla de un «tipo de sociedad en el que la seducción reemplaza a la coerción, el hedonismo al deber, el gasto al ahorro, el humor a la solemnidad, la liberación a la represión, el presente a las promesas de futuro». Usa conceptos, Lipovetsky como «hiperconsumidor» o «consumo-mundo» en un contexto de cierto totalitarismo despersonalizador y embrutecedor, dado que la espiral de insatisfacción que fomenta el modelo en el individuo no conoce fin: «es como si las insatisfacciones respecto de uno mismo aumentaran en razón proporcional a las satisfacciones aportadas por el mercado» .
Toda identidad pareciera, así las cosas, configurarse en torno al consumo, merced al fenómeno que aquí venimos exponiendo y que Muhlmann aborda en su libro Capitalismo y colonización mental. Este psicólogo también incide en esas «formas más suaves de dominación que adquieren la apariencia de la emancipación subjetiva» (Muhlmann, 2023: 13) y que no hacen sino dirigir la vida toda hacia la lógica mercantil de la oferta y la demanda, del rendimiento, la negociación, el interés, la instrumentalidad… Y trae, asimismo, afinadamente, Muhlmann a Max Weber, quien ya analizó el capitalismo, no desdeñando la base marxista, como algo supramaterial, esto es, «como un tipo ideal en el que se conjugan y mezclan características económicas, políticas, y también rasgos espirituales», lo que, a la postre, ha terminado por imponer una estructuración mental «bajo el dominio de la economía, con su paradigma productivista y utilitarista», que es el que hoy trata de evitarnos ver más allá.
Evaristo Páramos ha venido denunciando en sus canciones muchos de los modos con los que el sistema más arriba perfilado ha ido endilgándonos su lógica previa inducción a la pereza mental. Ya la canción «Come mierda» es una forma sarcástica de referir la manera capciosa en que se nos ofertan tantos productos nocivos y antinaturales meramente promocionándolos con un amable envoltorio y una serie de fórmulas publicitarias: «que tenga buena cara es lo que importa». La letra hace uso de las susodichas fórmulas, pero esta vez llamando al producto lo que en un gran número de casos es, de lo que se suscita no poca hilaridad.
«Revistas del corazón» es otra canción en la que se alerta de cómo a través del sensacionalismo periodístico se contribuye al adocenamiento ciudadano por la vía de expenderle frivolidad a granel.
En «Mentiras Post» se alude, ya en 1987, a eso hoy tan en boga de la desinformación. No tiene desperdicio esta letra: «Aquí en Mentiras Post,/ diario de la mañana,/ lo nuestro es desinformar,/somos propiedad privada./ Controlamos a la gente/ opinando seriamente». El primer párrafo goza de rabiosa actualidad, sin duda. Y acaba los últimos versos tirando incluso de hipérbaton: «Esta prensa, quien la paga, manipula la realidad, / retocando, recortando, deformando la verdad». «Radio crimen» va en la misma dirección de denuncia de la pugna mediática por uniformizar el pensamiento de acuerdo con una serie de premisas ordenadas desde altas e inescrutables esferas.
«El ojo te ve» trata sobre ese otro fenómeno que es el control social por la vía tecnológica, denuncia que La Polla Records hacía en el año 1994, donde ya parecían apuntar maneras estos renovados modos de humana fiscalización. «Es un arma», cantaba Páramos.
«Distorsión» sigue incidiendo en la manipulación mediático-comercial: «No existe lo que yo no te comento». «Te queremos no violento,/ pues te damos lo mejor,/ eres parte del equipo ganador». En estos tres versos ya vemos anticipada esa fórmula capitalista que ha ido generando con el correr de las décadas tantas depresiones e insatisfacciones y al respecto de las cuales tan acuciantemente han venido teorizado sólidos tratadistas como los antes mencionados.
En la lógica acerca de la que venimos teorizando, una canción como «Hoy es el futuro» tiene un poso de existencial discursividad de no poco calado, pues anegados en una atmósfera como la que nos contiene no se nos deja atisbar más allá de lo que ya tienen planeado para nuestros sucesores los que de largo vienen apuntalando la lógica que sin relevo ya alcanza paroxistas tinturas.