Fiestas veraniegas
Una vez que comienza el verano, se extienden por todo el país las fiestas patronales.
Con las hogueras de San Juan se da el pistoletazo de salida; cada ciudad y cada pueblo tienen las suyas señaladas. En la costa suele ser la primera la de la Virgen del Carmen, donde sacan en procesión la imagen, subida en un barco engalanado con banderas y acompañada por cientos de barcos pesqueros, cuyos ocupantes la veneran y confían sus vidas cada día que salen a faenar.
En este caso voy a hablar de un pueblo de la provincia de Ávila. Los habitantes tienen a su Virgen de la Vega a la que acompañan en procesión de la Iglesia a la ermita, seguida por sus fieles.
En el pueblo se prepararon con tiempo actividades para la diversión de los habitantes y visitantes. En el año en el que la autora de este relato vivió esa fiesta, pudo comprobar que había diversión para todos los públicos.
En la plaza del Ayuntamiento todas las noches tocaba una orquesta que amenizaba y animaba a que todos, grandes y chicos bailasen. Había para todos los gustos.
Como en todos los pueblos, no podía faltar “el tonto del pueblo”, que de tonto no tenía nada. El bailaba solo a la par que siempre pedía algo de dinero para poder beber algo, y así entre risas de unos y de otros, transcurrían esas noches.
Para la juventud y los chavalillos más pequeños, ponían una feria con los coches de choque habituales, no podían faltar sonando la música del momento. Por supuesto también estaba el carrusel para los más pequeños y la tómbola donde confiaban en que con un solo boleto pudieran llevarse la bicicleta para el pequeño de la familia, además de esos osos de peluche gigantes que algún novio conseguía para obsequiar a su chica. Tirar los dardos o disparar con una escopeta de balines para explotar los globos. Quien lo conseguía se llevaba algún peluche.
Otros de los espectáculos que se ofrecían eran las capeas, cada día a las seis de la tarde se presentaba una, donde los más osados se echaban al ruedo pretendiendo torear a esas vaquillas que ya estaban resabiadas y siempre se tiraban al bulto que corría por allí.
Mientras los asistentes, que no eran tan valientes se dedicaban a jalear a unos o a otros, según la amistad que les uniera.
Había alguna peña de jóvenes que habían preparado unos cubos enormes que estaban llenos de esa sangría tan rica que preparaban. Una de las personas que llevaban uno de esos cubos, se había ocupado de empapar bien en vino los melocotones que había dentro. Como consecuencia, esos melocotones estaban demasiado ricos, se comían a la vez que bebían la rica y fresca sangría.
Por la tarde con ese calor, todo el mundo bebía y comía esos trozos de melocotón. Como consecuencia la mayoría estaban un poco o muy borrachos, tanto que era cuando les entraba la valentía y se tiraban al ruedo, con el consabido riesgo de que les pillase la vaquilla.
Generalmente no había consecuencias graves, algún revolcón que otro y pantalones rotos.
En estas fiestas no hay duda de que los adultos lo disfrutaban, o bien bailando algún que otro pasodoble, y los que más se atrevían, esa música de hoy, no importaba, no había vergüenza, lo importante era disfrutar.
Otros se sentaban al fresco en las terrazas con esos amigos con los que sólo se veían en esos días, la mayoría no vivía ya en el pueblo, por tanto, disfrutaban de las mutuas compañías, contando alguna de esas aventuras que corrían cuando eran críos.
Los adolescentes iban y venían de los coches de choque, para hacer acto de presencia con sus padres y preguntar sí se podían quedar más tiempo, lo que conseguían sin duda, los adultos mientras tanto disfrutaban de ese tiempo libre.
En la actualidad, se mantienen algunas de esas actividades, pero ahora no es igual, los más jóvenes no querían saber nada de esos pasodobles tan antiguos, ahora preferían rap o los bailes latinos del momento.
Los más mayores veían esos cuerpos contorsionándose de una forma muy rara, con una música en la que las letras tenían de todo menos dulzura. A la vez que murmuraban:
“cómo han cambiado los tiempos”
© Texto y foto: Maruchi Marcos Pinto