Fragmentación y singularidad en la «pintura» contemporánea

En la búsqueda por establecer la singularidad en la obra de arte, la fragmentación visual ha sido uno de los recursos plásticos en la reafirmación del concepto de lo particular. No obstante, ¿es posible dar identidad y reafirmar este contenido bajo las variables de la inmediatez de los medios virtuales?
Dentro de los parámetros concernientes al análisis formal de las obras de arte, se suelen identificar las oposiciones de significación tanto en los conceptos de noción de «simultaneidad», como lo «sucesivo». Estos lenguajes visuales se hacen ya manifiestos durante el siglo XIII, periodo en el cual podemos identificar una narración de hechos sincrónicos (simultaneidad), por ejemplo, en Giotto y La predica agli uccelli, c. 1290-1295, ―fresco de la Basilica superiore, Assisi―. En dicha obra las escenas relativas a la vida de San Francisco se representan como hechos coexistentes sin establecer necesariamente una secuencia, a diferencia del precepto de una narrativa visual secuencial que encontramos por ejemplo en los manuscritos ilustrados de la Old Testament miniatures (MS M.638), creados en Paris, c. 1244-1254 ―actualmente en la colección de Pierpont Morgan Library (Departamento de Manuscritos Medievales y Renacentistas) ―.
En rigor si concebimos a Giotto bajo el signo del naturalismo, tal cual lo propone Hauser, la sucesión de escenas se entiende por tanto como una unidad. Según asevera, Ehrenfried Kluckert, «La unidad de la composición se basaba, por tanto, en un sistema lineal abstracto extendido por toda la superficie de la representación». Por ende, lo que identificamos primeramente como oposición sería más bien una diferenciación formal narrativa dentro de una síntesis naturalista.
En el gótico la concepción visual de lo «simultaneo» y lo «sucesivo» se hacen manifiesto en concordancia con un precepto que identificamos como unidad naturalista. Un relato que busca una coherencia valiéndose de patrones estilísticos que se reiteraran en función de un pensamiento clásico. Posteriormente durante el Quattrocento, los postulados idearios neoplatónicos se relacionarán con, como subraya Hauser, «afanes individuales».
Será a partir de la génesis del arte moderno donde la exploración del lenguaje visual comenzará a establecer una autonomía y los criterios de fragmentación serán un recurso en la representación pictórica.
Podemos constituir un vínculo con el precepto de «segmentación» del motivo, tal cual observa Kirk Varnedoe, en la obra de Degas, At the Milliner’s 1[1] Consultar la obra en https://www.metmuseum.org/art/collection/search/436126 de 1882, (actualmente en la colección del The Metropolitan Museum de Nueva York), como «[…] un presagio de la acosada falta de cohesión social de la modernidad». En este pastel sobre papel realizado por el artista francés, la fragmentación se expresa plásticamente por medio de una vertical dominante, un corte que divide la escena y establece la coexistencia de dos motivos autónomos dentro de la escena y que refleja la diferenciación y peculiaridad de las figuras, creando a la vez una ruptura con la homogeneidad del relato.
Sin embargo, ¿es posible que una imagen fragmentada dentro de una escena pueda sostener su autonomía y a la vez completar el sentido de lo que el autor desea expresar?
Por un lado, se nos presenta la idea de la fragmentación, en la cual las figuras son expuestas en el cuadro como una partición, como la evocación de un continuum, por otro, nos queda el eco de una instantánea, la que podríamos referir como la «idea global». Bajo este precepto, la escena se completa por medio de la interpretación que, como receptores, otorgamos al sentido de la obra.
Ahora bien, si la noción de la repetición, es decir, las imágenes reiteradas y serializadas, actúan casi como una metáfora de la estandarización, esta mención nos vehicula a los preceptos visuales del Pop Art y la idea de la reproducción dentro del contexto de la cultura de masas, ¿debiese ser, por tanto, la fragmentación una reafirmación de la singularidad?
En el mundo de la posmodernidad, la fragmentación se constituye como el distintivo común del discurso. La «perdida» del tema, ha dado paso a la multiplicidad de lecturas, las cuales se manifiestan de forma ostensible a través de la hegemonía que han establecido los medios digitales, los que, si bien conllevan nuevas innovaciones visuales, es decir, renovados recursos estéticos que se hacen manifiestos en un universo virtual en constante movimiento paradojalmente cuestionan o al menos ponen en entredicho, una vez más, el extravío de lo particular.
En este escenario nos cabe preguntar, entendiendo que el lenguaje de la pintura se manifiesta por medio de una nueva convencionalidad como es el soporte digital y la fragmentación ha encontrado su medio, ¿podemos llegar a experimentar un genuino sentido de singularidad? Quizá la estrategia sea el como abordamos e interpretamos la obra por medio de los atributos del ingenio y hacer de estos una experiencia integralmente perceptual.

Texto e imágenes © Héctor Villarroel