Geisha de nata

La inusitada belleza de la geisha, con su pelo de noche, con su rostro de nieve, con sus labios de fuego y sus pestañas dibujando un rastro del vuelo de mil golondrinas en el aire, llaman inmediatamente al amor. Pues la belleza pintada busca siempre la compañía del amor. 

El más puro y limpio, el que se sublima con el deleite de la contemplación, ajenas las manos al encuentro de su piel de luna solitaria. Buscando horizontes compartidos en el límite inconcreto de los sueños.

Su kimono es un universo que te invita a ser estrella y en sus manos, repletas de caricias que no te va a dar, se guarda el sueño sin final del tacto de la nata más pura.

No es de extrañar, pues, que la geisha que reparte tanto amor, suscite en el poeta la belleza más ingenua, mientras cae herido por un quejido del aire, rasgado por el divino sonido de las flautas que guardan los juncos.


En la orilla del incesante río de la vida.


Texto e imagen © Felipe Espílez Murciano 

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