Heridas de luz
La noche se dobla de tristeza azul, mientras calla la madera de las casas, respetando el silencio de las piedras. Un desmayo de fantasmas se derrama por sus paredes perfumadas.
Las espadas de los rayos de la luna se clavan en la tierra. En un silencio de brillo renacido. Sin un chasquido que las delaten, las espadas se hunden en la piel de la tierra, buscando el corazón del mundo, los latidos que les faltan.
¡Sangre, sangre! La tierra se desangra por dentro, por debajo de los trigos. Por debajo de las fuentes, por debajo de los trinos de los pájaros con alas de miedo, más abajo del escudo del suelo.
Y al nacer el día, con el sol redondeado de fuego, se levanta la sangre de la tierra, llorando noches, mordiendo lunas, escupiendo fuego, sudando el rojo de todos los mártires.
Así, así nacen las amapolas. Sangre de noche que se deshace en los dedos. Como tus caricias, igual que tus caricias, pétalos ardiendo de los dos mil cielos.
Texto e imagen © Felipe Espílez Murciano